Ecuador es un país fracturado por la exclusión histórica y el racismo, por la marginación, la desigualdad y la pobreza. Hay que aprender de la historia y hay que leer las reivindicaciones, de ayer y hoy, de los movimientos sociales. Hay que salir de la miopía y entender al movimiento indígena en su cuenta larga. El motor que mueve las protestas sociales es la exclusión en todas sus formas y con todos sus rostros, ahora agravada por un gobierno insensible e incompetente.
Debemos ser capaces de mirar de manera crítica y autocrítica la realidad. Dejemos de pensar que los manifestantes son una masa pasiva, sin voz, movida por líderes o fuerzas politiqueras (que seguramente las hay, queriendo pescar a río revuelto). Reconozcamos como actores políticos a quienes están en las calles, poniendo su cuerpo y poniendo su vida. Desconocer a los manifestantes como sujetos políticos, es herencia y extensión del racismo, que en la colonia no reconoció al otro en su humanidad, o que miraba a los indígenas como seres ingenuos, sin voluntad propia, como niños que requieren ser colonizados.
Las calles convulsionadas y la capital “invadida” o “tomada” tiene hoy el rostro de quienes siempre han estado allí; llegan a “tomarse Quito” los que sirven para la postal, bailando en las fiestas populares, tocando el rondador o haciendo artesanías; pero, que incomodan y hay que reubicarlos cuando son mendigos o vendedores ambulantes. Hoy llegan a “tomarse Quito”, los que siempre han estado, pero invisibilizados o folclorizados; llegan a “tomarse las ciudades” los que siempre han estado allí, sosteniéndolas. Llegan a “tomarse Quito”, desde los márgenes.
Los márgenes son donde la nación comienza; pero, dónde el Estado no llega, o llega con irrisorios bonos para compensar la pobreza. El espacio-tiempo de los marginados, de los excluidos, está en todas partes, está en las comunas indígenas, está en los campos, está en las urbes, está en los barrios periféricos de la capital, en los barrios pauperizados de Guayaquil; está allí, con las víctimas de la necropolítica, en dónde da igual morir por COVID, por el hambre o en las cárceles… Los márgenes están donde el Estado llega para reprimir con policías, policías hijos de esos propios márgenes… Y los márgenes están, también, en los que se fueron. Y todos tienen el mismo rostro: el de los “nadie” de Galeano. Y son los nadie los que hoy están en la calle, recordándonos la trama y la urdimbre de la que está hecho este artificio llamado Ecuador.
Hoy, por todos los marginados, los indígenas están poniendo su cuerpo, lo han puesto por 500 años. Y todos los gobiernos han sido incapaces de atender sus necesidades. Y toda la sociedad blanco mestiza hemos sido incapaces de asumirlos como sujetos históricos y políticos. Aquí todos somos responsables de este país inventado, de esta sociedad fracturada y de este Estado fallido; por lo tanto, construir la justicia social es más urgente que la paz, porque es su única garante.
En estos días del sol largo, que el Inti Raymi sea de ellos, que su zapateada de resistencia, de la fiesta y de la protesta -que no son cosas distintas-, nos sacuda y nos incomode a toda la sociedad, para que salgamos de nuestro confort de clase; pero, sobre todo, de nuestro aletargamiento y comodidad mental; que este sol largo inaugure un nuevo tiempo y que siente las bases, como el Inti Raymi de los 90, para volver a reescribir y re imaginar este espacio-país que nos ha tocado habitar.
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.