Luis Alberto Luna T.
El Mercurio, 1983
Como respuesta a la pregunta de muchos, personas sencillas y conciencias severas, sin otro interés que el de la orientación moral que debo dar como pastor, me permito esta meditación que puede llevar a definiciones de moral política. Hay mucha confesión de espíritu y desequilibrio en las actitudes, exacerbados por las conveniencias de partido. De allí que se deba orientar sin miedo, sin conceder ventaja a ninguna ideología, en paz y con firmeza.
Debemos partir de hechos constatables, muy sugerentes. En antiguas campañas electorales era frecuente la nota de prensa protestando por la intervención política de un párroco. En lo presente, ha recibido quejas de algún ideólogo de partido, porque al suyo no le ayudaron los párrocos. Ambos hechos constituyen un paladino reconocimiento del poder del párroco y del desprestigio de personas o ideologías políticas. Pero, en el fondo, estos datos sugieren cuestiones muy radicales, que podrían formularse en estas preguntas: ¿hay cambios en la moral social predicada por la Iglesia? ¿Qué relación hay entre conciencia y política? ¿Qué concesiones puede hacer la moral a la conciencia en beneficio de tal ideología o partido? ¿Se pueden admitir moralmente ciertos maridajes políticos? Cada cuestión merecería muchos comentarios.
No quiero caer en la fácil vulgaridad de atacar o alabar, en turnos de conveniencias, a muchos ideólogos políticos o asesores moralistas. Creo que, de cuarenta años a nuestros días, el universo y especialmente en América Latina, con rara excepción, las ideologías y prácticas políticas se entregaron a los caudillos. El personalismo enterró el ideal político, la moral social, destrozo la organización comunitaria de los partidos y los hizo semillero de caciques. Al mismo tiempo la Iglesia sentía que la moral se reducía, en la mente de asesores fáciles y adecuados a consultas interesadas, a fórmulas de botica para un bien obrar personal y exterior, sin mayor atención al deber y al pecado social, en la cultura moral y al compromiso comunitario.
La reflexión sobre las consecuencias trágicas del caudillismo y de esta pseudo moral personal, egoísta, casual, cobró una fuerza inmensa de protestas que se llamó Concilio Vaticano II, este instrumento de cultura y salvación humana, sobre muchos argumentos referentes al destino y transcendencia del hombre y la comunidad, nos puso a todos los comprometidos en el Evangelio, en trance predicarlo de tal modo y tan de acuerdo con su contenido que recobremos para la ideología y para la acción moral, los principios de siempre: la unidad social y moral de género humano, el valor intocable de toda persona y su condición de base ineludible de la sociedad, la vigencia de un solo código de ética personal y social, privada y política y en la primacía del bien común sobre el interés personal.
Medellín y Puebla, refiriéndose a la pastoral especifica de nuestro continente y en la línea del Vaticano II, nos exigen una Evangelización que al cristiano y su comunidad le haga vivir desde la palabra de Dios sin presiones ideológicas de ninguna especie, una autentica personalidad y libertad: “Sólo la verdad hace libre” y Cristo es verdad vivida, entregada a su pueblo y por su pueblo, la actitud política de Cristo fue su entrega. Por eso el educado en el evangelio siente que él le exige como a Cristo, entregarse; pero su entrega ya no es a tal ideología, a tal profeta, a tal partido…El Evangelio lleva a la comunidad y la comunidad no sigue al que se busca a sí mismo, al personalista. La definición política de la comunidad es su compromiso con el bien social. Para ganarse una comunidad hay que vivirla y la vida no la hace una propaganda.
Estas razones deberían servir a los políticos para una verdadera conversión mental y moral, afinando su vida y sus principios con la versión evangélica del hombre y la comunidad. Ya está cansado el cristiano presente de hacer equilibrios entre la conciencia y el voto por el mal menor. El cristiano, a quien la sociedad puede considerarla el menos acto, él se siente un bien social y por lo mismo no comulga con el menos malo, con el mal menor. Ellos buscan lo definidamente bueno y no consideran bueno al que es comunitario.
Esta meditación sino me equivoco lleva a consecuencias muy exigentes: hay que educar a la persona y a los grupos para la obligatoria misión política, hay que educar a los partidos para la fidelidad ideológica y para la generosidad social, hay que educar a los hombres, designados por la comunidad para regirla, para el sacrificio de una entrega, que no es rentable, pero constituye el Reino, hace la nación y constituye Estados.
De esta manera, y esperando que algún día se logre tan graves propósitos, contesto a los que preguntan por quién se debe votar: vote por hombre de principios sólidos y fieles, de una vida honesta y comprometida con la comunidad, de pocas palabras y de claros hechos. Esa es la persona extraída del contexto evangélico. Por lo tanto un voto por ella no es personalista.