VIVIR PARA EL BIEN
“Todas las familias dichosas se parecen entre sí,
del mismo modo que todas las desgraciadas
tienen rasgos peculiares comunes”
León Tolstoi
He contado antes, que los libros nos encuentran, que vienen a nuestro rescate, que se presentan como espejos, que sin tener ese cometido –me refiero a la literatura- nos enseñan, nos permiten encontrar datos y frases con las que podemos decir aquello que no sabíamos cómo e incluso que no sabíamos que lo quisiéramos decir… Los lectores saben de lo que hablo.
Estaba cavilando sobre qué y cómo abordar el tema para esta entrega. Me daba ganas de escribir algo bonito, que nos divierta, que nos haga salir de la maraña de malas noticias que a diario escuchamos del accionar público nacional. Sin embargo, como les pasará a muchos, cada tanto me asaltaba la imagen del “diablo”; no del que nos esperará en el infierno si nos portamos mal, sino de uno de los responsables de haber convertido a la Función Judicial del Ecuador en un infierno de lujuria, corrupción, ignorancia, abusos…, en el que se regodeaban el diablo y sus devotos.
Vi entonces la novela de Tolstoi, Ana Karenina que inicia con la frase del epígrafe. El autor habla de las familias, pero se puede extrapolar lo dicho a las personas. Ergo, Wilman Terán, los otros sentenciados en los juicios que se ventilan por delincuencia organizada, tráfico de influencias y otros delitos que involucran a operadores judiciales y abogados, los responsables de que esos tipejos, hayan llegado a los altos cargos que ocuparon –y algunos aún ocupan- para producir tanta desgracia, no sólo en la que quizá es la Función más importante de un país, sino en el país mismo, sin duda “tienen rasgos peculiares y comunes” en su comportamiento, que sin duda es despreciable y ruin (Diccionario RAE: desgraciado, da: Dicho de una persona: Despreciable, ruin).
Esos rasgos peculiares y comunes, los podemos identificar en el afán de figuración; la verborrea –casi siempre sin sustancia-; la presunción respecto de sus supuestos logros y “méritos”; la vanagloria con la que se regodean, que deja en evidencia sus complejos; el histrionismo e impostura con el que buscan ocultar su verdadera y podrida esencia.
Mientras escribo veo imágenes del “diablo”, de otros implicados en su encumbramiento, de los que le ayudaron y “asesoraron”, con los que se presume se coludió y a quienes benefició. Habrá que preguntar a expertos en la materia –psicólogos, psiquiatras, estudiosos del comportamiento humano y del accionar criminal- pero parecen tener un mismo código de vestimenta, de corte de cabello y peinado, de postura frente a las cámaras, etc. ¿Será que las malas artes provocan el efecto de mimetizar?, son coincidencias o hay una explicación técnica para el fenómeno que parece trivial, pero quizá no lo sea.
Da coraje dedicar tiempo y páginas a mentarlos, pero es importante y necesario, en un país que parece acostumbrarse y hasta normaliza la corrupción porque es el pan de cada día, en un país en el que la mala memoria y la desidia provocan que nos hundamos más.
Siguiendo con la novela, Tolstoi a través del personaje de Levine –que críticos dicen es el alter ego del autor- señala: “Yo y millones de hombres, sean ricos o pobres, sabios o necios, estamos de acuerdo en una cosa en la que ha existido la misma unanimidad en todas las épocas: debemos vivir para el BIEN. Precisamente es éste el único conocimiento claro, indudable, absoluto, que poseemos. Si no podemos llegar a él por el camino de la razón es porque choca con ella, debido a que carece de causa y efecto. Si el bien tuviese causa, no sería lo que es, del mismo modo que no podría serlo si tuviese sanción o recompensa…”.
Este párrafo aplica a todos los ámbitos. Todos, absolutamente todos los individuos, identificamos el bien del mal; y, todos cuando actuamos sabemos por cuál de los dos caminos transitamos.
La apuesta debería ser entonces vivir para el BIEN, lo que implica proscribir a todos los que no lo hagan.
Portada: imagen tomada de https://www.abc.com.py/