Lo inmediato e incluso lo superficial, ganan la partida en la comunicación, en la interrelación, en el supuesto de que lo inmediato, que se vuelve volátil, pueda servir como nexo para relacionarnos con los otros.
Una imagen –que siempre se ha dicho vale más que mil palabras-, hoy es suficiente para sustituir a la importancia del mensaje, o de la rendición de cuentas de un Presidente de la República, como aquella de los zapatos que el Presidente Noboa usó en su comparecencia ante la Asamblea el 24 de Mayo, para cumplir con su Informe a la Nación.
Pocos han comentado y evaluado lo que dijo, la gran mayoría –al menos en redes sociales- se ha enfocado en los zapatos. Que sí no correspondían a la elegancia que manda el protocolo; que si se los calzó para no quedar mucho más bajo que la esposa; que sí es ostentación; que son de mal gusto; que son bacanes; que están bien porque cada quien debe vestirse como le dé la gana, etc.
Hay quienes han dicho que fue un elemento distractor bien pensando, que se enmarca en la nueva comunicación política a la que apela Noboa. Una comunicación política que se aleja de los cánones tradicionales y que probablemente beneficiará al Presidente que conecta con la gente que es la que le va a votar.
La misma prenda de vestir utilizó Lasso en su campaña hacia Carondelet, aunque el modelo y el color eran otros, pero también dio mucho de qué hablar.
Los zapatos han sido pues tendencia, en la política y en la vida.
A mí ¡me encantan!, no los que usó Noboa –ni los del otro-, esos francamente no me parecen muy bonitos, me encantan los zapatos y mucho más los que he querido y los que quisiera tener.
He de decir que, como nos pasa a muchas personas a lo largo y ancho del planeta, tengo -sin duda-, más de los que necesito, porque los zapatos son parte de aquellas cosas que muchísimas personas, adquirimos no por necesidad sino por deseo.
Aunque a veces la necesidad también se impone.
Cuando niña, la necesidad mandaba tener 2 o 3 pares de zapatos: los de parada para la escuela, los deportivos para educación física y los de vestir para las fiestas o eventos formales como una boda, un cumpleaños o un velorio, estos últimos generalmente eran los de charol.
En la adolescencia, las necesidades crecieron, así como el alto de los tacones para las fiestas y eventos formales. A los 14 años tuve mis primeros tacos magnolia, para que me fuera acostumbrando dijo mi mamá; al ponérmelos me sentí mayor y al mismo tiempo avergonzada, no sé bien por qué, ni lo uno ni lo otro.
Conforme avanzaba el tiempo, se incrementaban las actividades sociales permitidas para mi edad –entre los 15 y los 18 una fiesta al mes y hasta la media noche-, necesitaba más atuendos y sobre todo más zapatos. No todos los que usé en esas épocas me pertenecían, en gran número eran prestados.
Aunque me encantan los zapatos, no todos los que he usado me han gustado. De hecho los que eran parte de los uniformes institucionales que estuve obligada a vestir no me parecieron bonitos, no eran horribles, pero como había que tener en cuenta a todas las que nos los íbamos a calzar, se debía escoger un modelo más bien simple que no le aportaba ningún glamour al atuendo.
Hubo otros seleccionados al “calor del momento”, por seguir una moda, por influencia de quien nos lo vendía, o por hacer caso a la amiga, la prima o la mamá, que no pasaron ni la primera puesta. También esos que se veían bellos y cómodos pero que me destrozaron los pies, porque todos o todas sabrán que una cosa es el zapato probado en la tienda y otro luego de haberlo usado –caminando por supuesto- un par de horas o más.
Los hay hermosos, se pueden considerar joyas que adornan nuestros pies, estilizan la figura, quedan espectacular con el vestido o el traje, pero son una tortura al caminar o al bailar, es decir hay de esos que son solamente para lucirlos quietecitas, so pena de padecer un esguince de tobillo, llagas, ampollas y callos que afearan de por vida nuestros amados pies; y, probablemente costaron el ojo de la cara que nos podemos permitir
Me han gustado mucho los zapatos de taco alto, hasta antes de la pandemia los usaba permanentemente, ahora cada vez menos. Además conforme pasan los años, por comodidad y salud nos acomodamos mejor a los que dejan nuestros pies y el resto de nuestro cuerpo más cerca del suelo.
Hablo de los zapatos de mujer que son los que uso, pero también me gustan los de hombre, no para ponérmelos sino para verlos lucir en otros individuos de mi misma especie.
Desde niña me enseñaron que los zapatos y la ropa debían estar siempre limpios. No he perdido la costumbre, los míos los limpio cada vez que los uso y confieso que me fijo sin proponérmelo en los de los demás y cuando veo zapatos sucios me entra una angustia y una necesidad infinita de llamar la atención a quien se los ha puesto, que tengo que reprimirme con todo el auto control de que soy capaz.
Cierto ha sido que las nuevas técnicas de la comunicación política dan para mucho, fíjense, aquí estamos hablando de zapatos como que no hubiera nada más.
En todo caso, el recuerdo de otros tiempos nos alegra y el humor imprescindible también nos alimenta.
De otras cosas más serias, dramáticas, horrendas, importantes, trascendentales, de coyuntura, literatura, arte, política, etc. etc., seguiremos hablando.
Que me encantan los zapatos, ¡me encantan!.
Portada: imagen tomada de: https://www.larepublica.ec/blog
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.