Diario El Mercurio, 1990
Ha cobrado en el mundo, en el que nos realizamos personal y socialmente, importancia capital cuanto se relaciona con ese espacio que siempre conocimos con el nombre de tierra y que ahora lo reconocemos dentro de un “ecosistema”, cuyas perspectivas nos parecen más amplias y cuyas exigencias las estamos sintiendo con urgencia conturbadora. Es interesante detenerse en el análisis de una palabra, para entender mejor la incidencia de sus significados en los problemas humanos que en esa expresión se definen. Etimológicamente “ecosistema” podría equivaler a sistema de resonancias o a sistema de realización de lo doméstico.
El mundo técnico aceptó esta palabra, fundiendo en una significación sus dos significados etimológicos, pero valorándolos en una perspectiva al mismo tiempo cósmico y social y desde hace decenas de años, tiempo de muchas preocupaciones ecológicas, entendemos por ecosistema el espacio de la creación en el que subsistimos comunicados con todas las biológicas propias de una determinada porción de tierra. La ecología es parte sustantiva de la biología y el ecosistema no es sino el reconocimiento técnico y definidor del significado de toda vida en un medio ambiente preciso.
La vida atestigua los procesos normales, las exigencias extrañas, los logros de las energías propias y las quiebras destructoras de la naturaleza. El mínimo proceso y la menos significativa quiebra del orden natural, en todo lo que significa vida, inciden en el ecosistema de manera incontenible, determinando una mayor energía y un mejor desarrollo global a un desajuste general y una pérdida de poderes de acuerdos al mayor o menor desenvolvimiento natural de todo lo que existe en este o ese espacio cósmico.
El hombre, con inteligencia y voluntad; la comunidad, con sus proyectos y realizaciones; la técnica, con sus avances y sus fracasos; la ciencia, con sus logros y vacíos, tienen un testigo callado, pero no insensible: la tierra que los sostiene, la tierra que los alimenta, la tierra en la que experimentan, triunfan o son derrotados. Ninguna expresión de energía natural de cualquier ser creador nace al margen de la tierra, ni desarrollo sin relación con ella, ni logra términos que no están en sus confines o conectados con ellos. El hombre y la comunidad necesitan de la tierra.
Esa necesidad se ha expresado, a través de siglos y culturas, de las más diversas formas, algunas veces hasta contradictorias. El hombre ha pretendido un dominio irrestricto de la tierra, tan sólo como expresión de poder. La ha buscado como medio imprescindible para su desarrollo. La ha situado como elemento de discusión o calificación de valores, cuando ha tratado de cotizar sus mayores intereses y calificar sus proyectos interesantes. La ha considerado sujeto de experiencias, meta de proyectos, objetivo de pretensiones… la tierra ha sido necesitada por el hombre y el hombre necesitado fue siempre sujeto de debilidad, de errores, de desequilibrios, de egoísmos individualistas.
Pero en este momento del mundo, parece que la conciencia comunitaria ha despertado un sentido nuevo de justicia.