En el Ecuador de hoy, sin número de zonas urbanas y rurales, barridas y recintos se han convertido en verdaderas zonas de guerra, sometidas a una violencia sin precedentes, ubicando al país en los primeros lugares entre los más violentos del mundo. Las cifras son escalofriantes, más de 5.000 asesinatos en lo que va del año, sobre todo de jóvenes que viven en medio de la carencia absoluta. Ellos son las primeras víctimas de la violencia, pues nacieron sin la esperanza de un futuro, aprendieron a sentir de cerca la violencia, se acostumbraron a ella, normalizaron la muerte volviéndolos presa fácil de bandas criminales para terminar como gatilleros o sicarios. Ellos sobreviven desde siempre esta guerra fruto de un Estado ausente que nunca garantizó sus derechos.
La economía mafiosa ha sometido a la economía formal, tanto pública como privada. Sus dinámicas corruptas atraviesan el Estado, las fuerzas policiales y militares, los órganos de justicia, los gobiernos locales, la política. En el ámbito privado, existen empresas exportadoras, comerciales y bancarias que lavan millones de dólares resultado de negocios sucios. El Estado y la sociedad, han perdido su capacidad de cuidar la vida, la exaltación del éxito y el poder se generalizan en medio de la confrontación y la indolencia que se ha sido construyendo a lo largo de los años. Somos una sociedad que confía una y otra vez en quienes nos defraudan, lo que ha impactado negativamente en nuestra confianza profundizando el escepticismo y la frustración. Ya no hay reacción ante tanto abuso, esta actitud parecería una suerte de autoboicot que nos ha llevado a creer que no somos capaces de cambiar la calidad de política que tenemos. Hemos dejado de confiar en nosotros mismos, lo que ha terminado transformándose en un círculo vicioso.
El quehacer político, dejó de ser la búsqueda de la justicia y el bien común. El camino de la justicia en nuestro país, históricamente ha sido un sendero lleno de trampas y desvíos deliberadamente construidos por personas cuyo objetivo es asegurar sus propios beneficios. La gestión del actual gobierno es la muestra más evidente de ello. Los propios sectores del poder económico, ya no esperan que sus títeres de los partidos de derecha les den gestionando sus negocios. Ya no estamos gobernados ni siquiera por esos partidos de derecha, mandaderos de la oligarquía, ahora son directamente los dueños del país los que están al frente, dispuestos a todo para mantener sus privilegios en medio de una trama de pactos y acuerdos que nada tiene que ver con las necesidades del país.
La sociedad ecuatoriana necesita superar los hábitos de una cultura política inmadura, identificar a quienes se acostumbraron a vivir del Estado. Necesitamos ser más fuertes que quienes pretender imponernos esta calidad de democracia. Tenemos que dejar de ser nuestros propios enemigos, dejar de autoboicotearnos, aprender a creer que es posible cambiar, necesitamos superar las conductas evasivas que tienden a poner la corrupción, la demagogia y el populismo en el agujero de la memoria, de manera espacial en tiempo electorales. Necesitamos empezar a crear y no solo a creer.
Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.