Diario El Mercurio, 2009
La ciudadanía del universo, con mínimos casos de excepción, lleva siglos presentándose reservada o exhibiendo sin reserva alguna su voluntad política, que significa la entrega y compromiso personal de conciencia al discurso y a la actitud prometedores del proceso social que se siente capacitado y llamado por la voz de los pueblos a gobernarlos, dirigir sus propósitos, encauzar sus energías y ordenar todo empeño personal y comunitario. Es, por lo tanto, la misma comunidad quien determina sus decisiones de servicio público y quien regula las expresiones de esa voluntad asociativa. Para todos los normales o extraordinarios procesos exigidos por esta decisión social se le ha hallado práctica política y se han cavilado y propuesto fórmulas de avenimiento y asociación, con las que se ha creído que se garantizaban acuerdos prácticos de vida y ordenamientos sistemáticos de deberes sociales y derechos tanto personales como comunitarios.
En el completo encuentro, de cada día, hora y minuto, de discernimiento y decisión entre lo que puede ser noble ideal de una minoría calificada por su preparación y su conducta cívica, surgen desencuentros, diferencias profundas de estilo en la acción y en la representación pública, que generan distancias y promueven posiciones contradictorias en el trabajo común y desde el mundo duro y arduo del trabajo invaden progresivamente la disociación progresiva de la comunidad y por ella se realiza una triste suerte de progresiva inmolación de ideales y de alteración de la conducta desde lo cual se incuban y con poco tiempo de oposición comienza –allí en donde debía promoverse la unión y la comprensión impulsadores de todo progreso– y se originan los gérmenes de las divisiones, oposiciones y mil géneros dañinos de disolución, descomposición íntima y progresiva esterilización de los ideales originales y de los evidentes logros precedentes. En la vieja y reciente historia de los pueblos y del proceso de los ideales que les han definido y calificado como ejemplares de asociación creadora y comunicación fortalecedora, se reconoce de inmediato que la educación política es la clave para definir problemas posibles y absolver dificultades naturales. Pero esta educación política, por desgracia, es la materia que jamás constó en los programas educativos de nuestras comunidades.
Es asunto de excepción encontrar en la vieja historia de las comunidades con más peso en la cultura universal, aquellos que tuvieron la preocupación por encontrar, junto al poder y todas las posibles formas de gobierno, una cátedra viva, constante y eficaz de moral social, desde sus capítulos, se debería hablar siempre y vivirlos sin excepción alguna de tiempos y lugares, los capítulos sobre honestidad social y resta libertad de conciencia, que aseguran lo moral personal y política, garantiza la paz de las comunidades y definen la hombría de sus dirigentes.