No puede mantenerse por mucho tiempo el arco tenso ni pueden preveerse los resquebrajamientos producidos por su violencia distinción. Hemos creado, en una especie de minga, psíquica, un ambiente social urgido de emocionalidad. No aceptamos que el día llegue sin su carga erizarte de noticias rojas, ni nos refugiamos serenos en la paz restauradora de toda tarde, sin llevarnos provisión suficiente de tóxicos emocionales, dilatadores o constrictores del espíritu. De todos modos tóxicos.
Un análisis de la actitud social de nuestro medio ambiente, nos llevaría a un diagnóstico rudo, verídico: es una sociedad con toxifrenia. El frenesí del tóxico, la urgencia del estupefaciente moral o intelectual, una verdadera bulimia de sensaciones gruesas, indica la presencia de signos de alteración comunitaria, de inducción colectiva, que necesita humilde aceptación de una terapia urgente: recurso a la temperancia.
Los expertos en problemas del alma, había logrado clasificar las toxifrenias en dos o tres líneas típicas. Allí los tóxicos que bloquean el alma, enajenándola en un mundo torpe, ciego, ausente, irresponsable: todo lo etílico. Los tóxicos envanecedores que trasportaban la mente por mundos nuevos, despersonalizando al sonador avezado: el negro mundo de los cocainómanos. Y los tóxicos del desenfreno, los de la hierba o hierbas malditas, con sus imprevisibles y siempre diferentes impresiones y exigencias, que llevan por la excitabilidad emocional, en carrera loca, a la total eliminación del sentido moral y la responsabilidad.
En este momento, la psiquiatría no se sentiría suficientemente capaz de una clasificación tan fácil de toxifrenias. A juzgar por la droga usada, por los efectos causados y por los signos que definen una verdadera adicción, descubrimos tantos toxifrénicos y toxifrenias como elementos de consumo si tiene en la mano, ante la vista, en la cercanía o al alcance lícito de la persona. El mundo ha encontrado en crisis frenética y la alimenta con lo que encuentra, la medicina cara o con la hierba casera, con el pitillo mercado a precios fáciles o el betún de cualquier zapatería… y, con algo más: con la noticia estupefaciente.
La noticia tiene que ser bien vendida y suntuosamente consumida. La noticia tiene un precio en su gestión, en su promulgación y lanzamiento al mundo del consumo. Ese precio es subvencionado por el propio consumidor: la maltratada salud del pueblo. Qué harían los pueblos sin noticias sangrantes, sin provisión heroica de estimulantes, sin el recurso permanente al entretenimiento enajenador de la última noticia.
El retorno a la temperancia se impone y si nosotros mismos no la aceptamos como medida depuradora personal –y no existe nadie que no la necesite- la salud pública lo exige y se deben arbitrar los medios para imponerla. Estamos asesinando con la toxifrenia noticiosa, el criterio moral, el pudor personal y colectivo, el honor de las personas, el valor de los principios, el significado de la hidalguía y aun hasta el derecho a la indulgencia y al olvido que, por naturaleza, tienen los protagonistas de las más vergonzosas noticias.
Recurramos a la temperancia. No permitamos que cunda vertiginosa y abrasadora la furia drogadicta de lo emocionante, que perece ser, en los últimos momentos, el único criterio reconocidos por todos como el definidor de la personalidad pública y privada. Recurramos a la temperancia, quitándole interés personal, negándole atención a la histriónica figura del enajenado por la vanidad, que exhibe sus miserias con voluptuosa publicidad. Recurramos a la temperancia, dándoles carácter de noticias no solamente a aquellas que se originan en los impulsos irresistibles, sino también a las que nacen de la sencillez temperada de todo lo normal.
Recurramos a la temperancia. Salvemos de esta desesperada toxifrenia de noticias en la que hemos caído, dentro de una onda de vulgaridad que está dominando al mundo. La verdad nos hará libres en la sencillez, en la temperancia sencilla, primitiva y hasta rústica, pro noblemente elevadora, creadora, personalizadora. La búsqueda del tóxico es signo de la pérdida de fe en unos mismo. El encuentro con la sencillez temperada es la confirmación de la personalidad, tanto más íntegra y real, cuanto más temperada.
Diario El Mercurio, 1981