Fernando Vega C.
La devoción de Monseñor Luna por la Virgen María se remonta a su adolescencia en el noviciado bajo la advocación de la tradición carmelitana, La Virgen del Carmelo. Disciplino de Santa Teresa y San Juan de la cruz es cautivado en la ensoñación propia y natural de la juventud que sublima en María lo femenino de su vocación; quienes le conocieron en aquellos años pueden dar fe de lo que nos atrevamos a decir en esta introducción. Podemos también intuir que sus reflexiones mariológicas que se expresarán durante su presencia en Cuenca, tendrían ya raíces de larga data en su vida espiritual y pastoral. Sin embargo no creo que nos equivoquemos si decimos que su venida a Cuenca, mariana y eucarística le llevó a desarrollar profundas y potentes desarrollos teológicos en los que se engarzan de manera maravillosa, la acción creadora y providente de Dios en la historia humana, una cristología encarnacioncita y redentora de todo lo humano y una mariología cooperativa que destaca el papel femenino de la maternidad en el misterio de la vida de Jesús, que se vincula a través de la misma línea encarnacioncita en la sacramentalidad eclesiológica de la eucaristía.
En efecto podemos constatar cómo las celebraciones de navidad, el mes de mayo y el corpus Cristi, de la Cuenca mariana y eucarística, dieron pie al obispo para desarrollar una predicación y una práctica pastoral, que el tiempo que recoge la energía de la piedad popular del Azuay Cuenca, trata de purificarla de algunas excedencias de la ingenuidad mágica de los devotos, para llevar la reflexión y el compromiso a elevadísimos niveles teológicos y pastorales, con una solidez y penetración humana admirables, que siendo ortodoxamente impecables, sin embargo se encarnan en lenguajes, sentimientos y emociones culturales constructivas de amor, solidaridad y servicio. Luna recorre cada año el calendario festivo de Cuenca y de sus pueblos en torno a Maria y a la Eucaristía, festividades que lejos de contraponerse, como él mismo lo dice según algunos teólogos y pastoralistas, le da la oportunidad de construir un potente eje integrador en torno el cual en cada ciclo anual va tejiendo un entresijo de aristas ricas en sugerencias y matices del núcleo fundamental de los grandes misterios humanos y cristianos.
Podemos encontrar en Luna expresiones que comulgan sin problema con las formulaciones dogmáticas y magisteriales sobre la mariología, como también con las expresiones culturales de la religiosidad popular cuencana y campesina, pero, sin entrar en complicadas discusiones de orden filosófico y teológico, se atreve, como un osado artista a pintar con la palabra, el gesto y la voz y la pluma retablos intuitivos que llegan profundamente al corazón de creyentes y no creyentes, a partir de la humano de Cristo y de María. La sobria presencia de María en las Escrituras de los evangelios le permite encontrar conexiones misteriosas entre la madre y el hijo como sustrato de la revelación de lo divino e la creación, redención de la humanidad caída, a lanzar la vocación y misión de la iglesia y de los cristianos como un corolario de esas relaciones y revelaciones. A la postre Dios sigue creando la vida en vientre de las madres, para alumbrar hombres y mujeres nuevos capaces de volver a encarnar en el presente los valores evangélicos, en un mundo necesitado de esperanza, sentido y futuro. Luna está convencido, que en la medida en la que los cristianos y la iglesia renazcan de las matrices de la vida, de los orígenes de la cuenca originaria, el cristianismo tiene un tesoro que entregar a esta civilización deprimida y desencantada. Dice luna: Hay futuro
LA VIRGEN DE BARABÓN TIENE LOS OJOS VERDES
Monseñor Luis Alberto Luna Tobar
Diario El Mercurio, 1993
Cuando el agua tiene voz y aliento; cuando los árboles, transidos de frío, dialogan con la luz o con la sombra; cuando el perfil de las montañas revela todas las raíces de los abismos; cuando el cielo índigo se refleja en la nitidez de las aguas golpeadas del Yanuncay –bravo en el cauce y manso en las orillas-; cuando la luz es siempre plácida y acogedoras las penumbras…La Virgen de Barabón, la de los ojos verdes y largas que dejas blondas, puede salir en ambas, amada, cantada y bendecida para competir, en un trance amorísimo de fe, con las largas cabelleras negras de las campesinas y con la mirada aguda de negras honduras vivas, del chaso más enamorado.
A cuento de un anciano sacerdote y fortaleciendo el temblor cansado de su existencia consumida en el servicio de los pueblos, yo recorrí cierto día las orillas del Yanuncay, paseando procesionalmente la imagen de María, la Virgen de Barabón. Una banda de pueblo, discordada, de tonos erizantes, desgarraba los montes y los corazones con el acento religioso de un yaraví, hecho para la súplica más herida, para la plegaria urgida de mayores necesidades, para la más doliente experiencia de fe. El total desacuerdo de la banda y con el canto popular, una ancianita sorda, con música propia, con notas que le salían quebradas desde los huecos más hondos de su corazón envejecida en el llanto y en la soledad, respondía a las estrofas difundidas por la banda, con su estribillo personal, para mi cordialmente sobrecogedor: “Santa María Madre de Dios Suquita mía, ruega por nos”.
Algún espontáneo de los rituales de pueblo pretendía callar el canto de la anciana; pero a ella le defendían en su empeño una fe muy honda y una sordera muy profunda. Durante muchos años le habían cantado a su “Suquita” lo que le salía del alma: la ancianita y la sordera no le habían quitado a la fe todo el contenido de ternura que va depositando, por entre los entresijos del corazón, la vida golpeada, como se golpean en el cauce del río, el agua con la piedra, la sombra con la luz, el aire con el frío, hasta llegar a formar una sola unidad viva y sagrada. Todos sentimos que, en determinados momentos, hasta el agua canta golpeándose en la piedra y la piedra aliente de su mando agua. “Santa María, Madre de Dios, Suquita mía, ruega por nos”.
De regreso al templo parroquial de Barabón y de camino a Cuenca, el río y la viejecita se me quedaron en el alma, enredados, entrañados en ella; el río con su música propia con su voz de torrente; la anciana con la ternura irrepetible de su pasión de atardecida, de su amor en rescoldo, de su canción quebrada pero llena de fe muy íntegra y, en mi memoria fiel, entre el río y la anciana, la banda de pueblo me ha sonado sus yaravíes, esa música que recoge mucho la voz del agua y el aliento de la piedra, el perfil de los montes y la raíz de los abismos, la distancia azul de los cielos y el amor fiel de los cauces, la vecindad de los paisajes amados y la compañía de una fe vivida. Hasta hora muchos meses después, mientras la banda de Barabón –incansable como toda banda de pueblo– me sigue repitiendo en el alma ese yaraví piadoso, la viejecita de marras todavía canta, acompañada de mi recuerdo, ese inolvidable y bello estribillo, compuesto por su amor para su fe, su desentono y su sordera: “Santa María, Madre de Dios, Suquita mía, ruega por nos”.
La Virgen de Barabón tiene los ojos verdes y una larga cabellera rubia. Su mirada entra en todos los corazones campesinos. Su cabellera jamás ha desafiado a ninguna de las naturalezas del lugar; todos la han visto con una amorosa fascinación nada alienante, todos se encuentran con esos ojos y todos acarician en fe esa admirada cabellera. Alguna vez, y los técnicos de corazón humano, los que pueden descubrir las raíces más hondas o los hontanares más originales, desde donde brota la voz humana o la fuerza de las pasiones, donde se originan la fe y el pensamiento, el canto y el silencio sobre cogido de amor, han de encontrarse con pasión del artista acriollo que animó unos ojos verdes y movió una cabellera blonda en el rostro mestizo de una madre universal. Y esos mismos analistas de la intimidad se encontrarán también en ella con las raíces auténticas de una fe universal, solidaria, que le empuja a la viejecita sorda al llamarle “Mía”, suya, muy suya, a la “Suquita” que debe rogar por “Nos”. Él nos es universal; pero también es mayestático en la noble sordera, en el noble amor de esa viejecita india de Barabón…
Foto https://www.reflexionyliberacion.cl/ryl/2016/09/30/maria-y-la-liberacion-de-los-pobres/

Me identifico como ser humano y me agrada cuando me relaciono en ese nivel. A mis 75 años sigo aprendiendo y compartiendo las lecciones de la vida. Durante todos mis trabajos y servicios he considerado como tarea más importante pensar y suscitar el pensamiento. Puedo ser incómodo preguntando y re preguntando. Por ello tengo la estima y el afecto de muchos y también la resistencia de otros. No busco aceptación sino estar bien con la búsqueda de la verdad esquiva, hacer el bien que pueda y disfrutar de todo lo bello que hay en todo lo que existe.