Desde el primer mensaje de Jesús en la inicial navidad de la historia, lo que menos parece haber quedado en los ambientes a los que llegó ese mensaje, es la paz prometida a los que tienen buena voluntad de vivirla. Con muy pocas excepciones de reconciliación, de renacido descubrimiento de valores del prójimo y renacimiento de confianza, amor y solidaridad, las navidades son clímax de negocios y de pasajera obnubilación sentimental.
Nos llega cada año Cristo, en papel de regalo, hecho fantasía bonita, pagado una vez más el precio de su nombre y de su presencia, a un sanhedrín económico, que nunca se siente satisfecho de la cotización obtenida en su oferta de “pesebres”, a la mundial demanda de sonrisas, regalos y caramelos de un “niño-dios universal”, que por fortuna para el interés, todavía no es el Jesús fuerte que puede gritar y protestar por tomar tan en vano su nombre.
Roto el juguete, consumidos los caramelos y desaparecidos los encantos de oropel con los que se crea un ambiente común de fiesta, regresa el niño frustrado a su escuela; el adolescente registra insatisfecho las marcas de su ropero o de su garaje; la joven no sabe por dónde empezar a consumir sus acumuladas vanidades; los mayores comienzan a calcular las iniciales de un desequilibrio económico mayor al presupuesto y nadie sabe si la navidad le tarjo, para su buena voluntad de vivir, unas onzas de paz sencilla, de serenidad y estabilidad.
Si ese puede ser balance de la navidad urbana, en cuanto dice relación con un alto porcentaje de ciudadanos; más inhumanos, más saturada de frustraciones y de reales abortos de la esperanza de ser y tener algo, resulta la navidad del campesino y del pobre, de cuya imaginación, las limitaciones del campo y la pobreza, no han logrado quitar la impresión desafiante de las propagandas comerciales, para ellos inalcanzables.
El contraste de aquello que en las navidades de Cristo y en nombre y por su voz de paz, espera y recibe el que tiene, con lo que ilusionó y consigue el que no tiene nada, es descaradamente inhumano. Tal vez una muñeca de trapo llena más el corazón de la hijita de una lavandera que un automóvil deportivo al insaciable hijo de un empresario. Pero la deuda que el empresario va acumulando, año tras año, para satisfacer al inmoral gozo navideño del regalo desproporcionado, que algún día puede ser la inicial de una quiebra fraudulenta; como la presunta generosidad con la que regaló al pobre lo que ya me molesta en caso o lo que me libra de que el pobre me moleste, resultan mensajes de injuria, testimonio de mala voluntad de conseguir la paz traída por Cristo, para los que la tienen buena. Con esa mala voluntad comercian, en las navidades, los que siempre le pusieron precio a Cristo.
Es hora de reaccionar y nuestra reacción no debe ser tan sólo personal, sino también comunitaria. La persona, la familia, la escuela, la oficina, la institución deben empañarse en una campaña solidaria para conseguir más humana y cristiana celebración de la navidad de Jesucristo.
Estamos a favor del nacimiento y el villancico, en los que deben encontrarse el empeño artístico con la ternura ingenua, que reconcilian los corazones acostumbrados a la tensión mecánica de las horas vividas con frenesí; estamos a favor del recuerdo y presencia amistosos, cobrando de la navidad, un argumento directo para el renacimiento y rehabilitación de las amistades hondas, primitivas, que vienen a menguar por obra de las distancias que crea el vivir preocupado. Estamos a favor del mínimo, sencillo, proporcionado don o regalo, con el que un amor, viajero desde profundidades del alma, se acerca, con rey mago, a rendirle culto generoso y grato al ser con quien hay deuda de vida; estamos por todo aquello que, en la navidad, da la paz augurada por Jesús niño.
Pero necesitamos reanimar la palabra de Cristo y hacer de la navidad encuentro con las fuentes de la paz, en la serenidad y el equilibrio personal y comunitario. Jesús es navidad de cada día, se encarna y nace en el corazón del ser humano que tiene buena voluntad de ser hombre, de ser hermano. La historia de la salvación es historia de rehabilitación de la justicia, que, en sí misma, es el don que se que hace la vida, el equilibrio que concede existencia al corazón y la mente, para que lleguen en común acuerdo a poseer en paz la tierra de origen.
La injusticia original la quitó al corazón amor generoso y le dio a la propiedad precio de sangre. Y la justicia de Cristo, se hizo carne y tomó sangre en vientre humano, vientre de madre limpia, para que renazca en el hombre su limpia vocación de amor, de paz, de serenidad. Reconquistémosla, pero no aprecio de regalo, sino con alegría y esperanza de hermanos, porque en Belén va a nacer Cristo, hermano nuestro.
Portada: foto tomada de https://www.latamarte.com/es/articles/VzB6/