Diario El Mercurio, 1992
Se preguntan los tratadistas de la conducta humana qué acción nuestra llave en sí mayor carga de responsabilidad social y es realizada con mayor sentido de libertad. Y encuentran muy difícil establecer respuestas comunes, porque se descubre permanentemente una contradictoria comunión de aparente libertad con una evidente irresponsabilidad. Esta deducción recorta esperanzas y lesiona interiormente la sensibilidad ética, porque se llega a aceptar que el hombre no es libre tan sólo porque se considera que lo es y que no es responsable en la medida en la que se le confieren responsabilidades.
La responsabilidad y la libertad no son absolutas, ni en sí misma ni en ninguno de los seres humanos en quienes las descubramos y analicemos. El ser más responsable está sujeto a errores circunstanciales y el ser más libre puede ser limitado por circunstancias que le impiden. Pero este azar personal y social, por todos vivido y reconocido, cambia sustancialmente de valor moral y de eficacia o transcendencia en la conducta personal y comunitaria, cuando se llega a la convicción de que la responsabilidad es anulada constantemente por las presiones más sutiles y convincentes y que la libertad es acosada por los poderes más hábilmente invasivos.
Estas dolorosas realidades, que predican la necesidad de un redescubrimiento del ciudadano, del individuo responsable y del hombre libre, tienen una urgente presencia excepcional de cara a la misión cívica y ética del voto electivo que, además de cumplir con el deber social de darnos autoridades, debe llevar consigo la especial connotación de ser selectivo, de fundamentar la elección de una previa, consciente y responsable selección de doctrinas, personas, programas y experiencias, de las que va a originarse una mayor aproximación verídica al mejor servicio social, a las más justas causas comunes, a las necesidades públicas más evidentes y a las exigencias comunitarias de mayor prioridad.
Los meses anteriores de nuestra historia cívicas confirman estos análisis de nuestra realidad política y nos permite la lógica crítica moral que evangélicamente podemos y debemos hacer los que, por simples ciudadanos o por misión comunitaria irrenunciable, estamos en condición de recordar lo ético y de proponer lo moral en todos los órdenes de la convivencia comunitaria y de las actitudes personales. La campaña preeleccionaria que llega a su término en la elección de hoy, ha sido una revelación indiscutible del oscuro “consenso” del dinero con la violencia, de la publicidad dirigida con las palabras sin dirección precisa, de los desafíos personales con el olvido de las necesidades comunes. Y toda esta carga negativa, proyectada sobre un pueblo debilitado por la invasión publicitaria, no se manifestará jamás con libertad en unas votaciones, calificadas vanidosamente como libres.
La libertad no puede considerarse tal porque vamos a las urnas por nuestros propios pies.
Caminar no es ser libre. Estamos presionados por la confusión “iluminadora” de las propagandas, por la versatilidad obnubiladora de los hombres-figuras, por el poder convincente de las promesas incumplibles. La responsabilidad y la libertad están enfermas. Su salud no es asunto de magias políticas. Es misión de una educación tan perentoriamente imprescindible que, de no encontrarlas, nos acercamos a la total irresponsabilidad política y a la esclavitud cívica.