La cultura atraviesa todos los ámbitos del quehacer social; sin embargo, como campo específico, es decir, como ámbito del patrimonio cultural, del quehacer de los artistas, artesanos, portadores de saberes y gestores culturales, ha sido uno de los sectores más golpeados durante la pandemia.
En las primeras semanas del confinamiento, mientras en diferentes partes del mundo veíamos que las artes y la cultura se convertían en un elemento para sobrellevar la incertidumbre y la angustia del encierro, en Ecuador poco o nada se hacía para promoverla. La nula importancia otorgada a la cultura se evidenció desde las primeras medidas económicas en el contexto de la emergencia sanitaria, cuando el 16 de abril de 2020, el Ministerio de Economía y Financias, en las directrices presupuestarias para el segundo semestre del ejercicio fiscal, en los ítems presupuestarios restringidos, colocaba a los servicios y bienes artísticos y culturales al mismo nivel que vestuario, lencería, mobiliario, fletes, materiales de peluquería, menaje y accesorios descartables. Así, en la mente y miopía de quienes ven a la cultura como show y tarima, o como caja chica en épocas de campaña, se trataría de un bien suntuario del que se debe prescindir en tiempos de crisis.
En lo peor de la pandemia, mientras los artistas y gestores culturales quedaban en total indefensión, el entonces Ministro de Cultura y Patrimonio estaba dedicado a amenizar la sobremesa de Carondelet, al tiempo que se lanzaba para candidato presidencial con un plan de trabajo que, de manera decidora, no menciona una sola vez las palabras patrimonio o cultura, salvo una escueta alusión a la educación intercultural bilingüe.
La gran ausente del debate y las propuestas de los candidatos presidenciales fue la cultura. Y ello, lamentablemente, no es más que un síntoma de una cadena de acciones y omisiones que dan cuenta de que la cultura continúa siendo una guarnición o adorno de discursos y eventos. Nunca se comprendió el valor de la cultura y el patrimonio. El Ministerio de Cultura, que nació gordo y viejo, fue siempre la última rueda del coche y, en los últimos años, ha sufrido un desmantelamiento continuo.
La inversión en cultura no da votos y los artistas y gestores culturales suelen ser provocadores y contestatarios; por tanto, incómodos siempre para el poder. Lo mismo se puede decir de los escasos recursos destinados a los bienes culturales y contenedores patrimoniales en custodia del Estado, sumado a la ineficiencia -e incluso negligencia- en su gestión.
No se ha comprendido la importancia de la cultura como bien meritorio o preferente, como inversión, como generadora y dinamizadora de la economía; si se hubiese tomado en serio el objetivo dos del Plan Nacional “Toda una Vida” – pisoteado una y otra vez -, hoy la cultura y el patrimonio tendrían un plan de riesgos y contingencia, activado para hacer frente a la emergencia que vivimos.
Solo como una pequeña muestra, hace pocos días, con las últimas medidas del Comité de Operaciones de Emergencia -COE-, mientras centros comerciales, restaurantes y salones de eventos estaban abiertos al público, a la par, se cancelaba una exposición venta del CIDAP que, con medidas de bioseguridad y en espacios al aire libre, generaba una oportunidad de trabajo para treinta y dos artesanos. Los artesanos, artistas y gestores culturales se encuentran en situación de vulnerabilidad, al tiempo que son víctimas, de manera reiterada, de las medidas de seguridad que con discrecionalidad se aplican para unos y no para otros. El sistema, pese a la pandemia, funciona para los centros comerciales y el capital; mientras la cultura continúa siendo abordada desde miradas románticas y folclorizantes, a conveniencia de uso y desuso.
En el actual contexto de cambio de Gobierno y de crisis del sector cultural, agravada por la pandemia, cabe preguntar ¿Cuáles serán las acciones concretas del nuevo Gobierno a favor de la cultura? El plan de trabajo de la candidatura ganadora manifiesta tres objetivos para este ámbito, relacionados con el mejoramiento de condiciones para la generación de empleo digno en el sector cultural, apoyo a nuevas ideas creativas y propuestas innovadoras, y fortalecimiento a las prácticas del patrimonio cultural y las trasmisión de los conocimientos tradicionales; en ese contexto, una vez que Guillermo Lasso ha ganado las elecciones, cabe preguntarle ¿Cuáles serán las acciones que permitan cumplir los objetivos propuestos en su plan de trabajo? ¿Cómo será asumida la cultura en el contexto de emergencia que vivimos? ¿Cuál es su postura respecto a la Casa de la Cultura? ¿Cómo visualiza el nuevo presidente al Sistema Nacional de Cultura? ¿Cómo procederá con el fallido y cuestionable concurso para nombrar al Director del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural? ¿Qué acciones se emprenderán para la conservación y puesta en valor de los bienes patrimoniales en custodia de las instituciones estatales -tema que no se visibiliza en su plan de trabajo-? ¿Qué destino tendrán los museos, reservas, archivos y bibliotecas manejados por el Estado? ¿Designará como Ministro de Cultura y Patrimonio a una persona proba y capaz de levantar una institución en escombros? o ¿será la cultura el botín de las viejas-nuevas negociaciones políticas?

Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.