Del pronunciamiento del pueblo depende consolidar la separación de poderes, así como que la justicia prosiga en sancionar la corrupción, sin consideraciones políticas pero sin perdonar a políticos delincuentes.
El domingo 4 de febrero de 2021, 13 millones de ecuatorianos estamos convocados a votar en elecciones presidenciales y legislativas, para las que se ha abierto un período electoral que se prevé confuso y convulso.
Las candidaturas pueden inscribirse hasta el 7 de octubre. Con la expectativa de que en próximos días se inscriban binomios como el de Yaku Pérez-Virna Cedeño, por Pachakútik, al cierre de esta nota estaban inscritos Xavier Hervas y María Sara Jijón, por la Izquierda Democrática; Gustavo Larrea-Alexandra Peralta, por Democracia Sí; Guillermo Lasso-Alfredo Borrero, por la alianza CREO-PSC; por SUMA, Guillermo Celi-Verónica Sevilla; Gerson Almeida-Martha Villafuerte, del movimiento Ecuatoriano Unido; y, Andrés Arauz-Carlos Rabascall por Centro Democrático, que cobija bajo sus alas al correísmo.
El binomio correísta se inscribió de última hora porque, por encima de los reglamentos, se le permitió reformularse gracias al voto de mayoría del imperfecto Consejo Nacional Electoral que se ha vuelto, otra vez, una institución política antes que una entidad legal, cuando debería ser un organismo técnico organizador de las elecciones.
Según la Ciencia Jurídica, en Derecho Público se puede hacer solo que está mandado por la Ley, pero acá de poco vale la Ley ante quien maneja el mango del sartén. Por eso en las próximas elecciones está en juego algo más que un cambio de gobierno: está en juego la continuación de la democracia.
Del pronunciamiento del pueblo depende el sostenimiento del avance en la consolidación democrática, el avance en el régimen de separación de poderes, un ambiente donde la justicia prosiga en sancionar la corrupción sin consideraciones políticas pero también sin perdonar a políticos delincuentes. Se trata también de la continuación del desmontaje del correato como modelo de un presidencialismo tutelar y patriarcal del aquí mando yo.
El escenario electoral es complejo por el momento político, por la debilidad de los partidos que no han trabajado en promover nuevas figuras y porque los recientes y numerosos actos de corrupción afectan la credibilidad de todos los actores de la política, al punto que, según cifras de la encuestadora Clik Report citadas por diario Expreso: 88 % desconfía del gobierno, 85 % desconfía del Legislativo; y, 81 % desconfía del Consejo Electoral.
La duda, la aversión, el rechazo a “la política” en toda su extensión expresa una cifra decidora: el 73 % de los ecuatorianos desconfía de los partidos. Más bien, cuenta la encuesta que más del 70 % confía en el lugar donde más se miente: las redes sociales. Cómo se puede ir en esas condiciones al sufragio, ya sea que se participe como candidatos o haya que sufragar como elector.
Al desaliento y la desconfianza en lo políticos, la desorientación de los electores será otro factor que sume a la confusión. Si bien no todas estarán en la contienda presidencial, para participar en los comicios están calificadas 24 organizaciones políticas entre movimientos y partidos, sin contar los provinciales. El solo buscarlos en la papeleta electoral será difícil, hallarlos, casi una hazaña.
Un par de décadas atrás votar o participar en una elección era más claro, se distinguían sin mayor dificultad a los partidos de izquierda, de derecha, de centro, los populistas o los alternativos. Hoy hay tantos movimientos o partidos, casi imposible de distinguirlos quién en quién, empezando porque sus nombres apenas se diferencian: “Ecuatoriano Unido”, “Compromiso Social”, “Unión Ecuatoriana”, “Concertación”, “Construye”, “Suma”, “Avanza”.
La proliferación de los movimientos sin significación ideológica afecta al ejercicio de la democracia porque como máximo votamos por nombres “que jalan votos” pero no por sus ideas, peor por puntos programáticos del Plan de Gobierno del partido o movimiento.
Muchos candidatos participan en las elecciones por pura conveniencia, por recibir su tajada del fondo partidario o solo para que el partido o movimiento sobreviva, porque si no obtiene el mínimo de votos desaparece. La mayoría tampoco se guía por una ideología ni una inspiración para el ejercicio político; y, si ejercen el poder todo es puro pragmatismo, sin convicciones y a base de puras decisiones populistas.
Añádase que, agudizado en las últimas dos décadas, al votante ecuatoriano no le mueven sus afinidades políticas sino la emotividad, por eso la propaganda y el proselitismo explotan las emociones, los sentimientos del elector y los mensajes partidistas tienen el afán de identificarse y crear unanimidad con el ciudadano, de ser uno solo con él y en concentrarse en atacar ferozmente a un enemigo como recurso para destruirlo. A estos procedimientos, el teórico Jean Marie Domenech, (en su clásico de cómo se hace la propaganda), llamó reglas de la “Unanimidad”, del “Contagio” y del “Enemigo Único”.
De la muerte de los partidos a un país desinstitucionalizado
Quizás se puede decir que los partidos, en el Ecuador, murieron políticamente con Mahuad, el 21 de enero del 2001, con el golpe indígena-militar-popular, desde ese día el escenario político no volvió a ser el mismo.
En el año 2002 con la elección de Lucio, los partidos en el Ecuador, prácticamente, murieron. No ha vuelto ninguno ni a la presidencia ni a la preponderancia legislativa. Ya no son sus años de gloria, como en el golpe de estado de la camioneta, de 1996, cuando defenestraron a Bucaram e impidieron la sucesión de Rosalía Arteaga.
Dos años después, la corrupción del poder sumada a la crisis bancaria levantó a los indígenas que, sumados a organizaciones sociales barrieron con ira a la clase política y desde entonces ningún partido recuperó su lugar, descontadas las dos décadas de dominio socialcristiano en Guayaquil, enconchado allí, incapaz de crecer más allá de su feudo.
De paso llegó la insurgencia de movimientos independientes, pero son tantos que la atomización los está llevando a la desintegración. Los movimientos se han reducido al mismo caudillismo de la era de la partidocracia. Avanza es Paúl Carrasco y nadie más; la Revolución Ciudadana sin Correa es huérfana de padre, madre, abuelos y hermanos, sin cabeza, sin líder, sin desconocer el gran caudal de partidarios que confían en la figura del expresidente pero no en sus cercanos.
A la crisis política suma que en cuarenta y un años de democracia hemos tenidos tres constituciones y cada una de ellas recibió un buen paquete de reformas a poco tiempo de su vigencia. Nuestra democracia ha sido tan endeble, voluble y volátil que una constitución íntegra tiene una vida útil de cinco años. “No está escrita en piedra” dicen los políticos cuando quieren ajustar la Carta Magna al próximo capricho de una mayoría legislativa temporal.
Este es, en el fondo, la raíz de nuestro fracaso como sociedad institucionalizada: no nos sometemos a la Ley y, cuando nos supera el ansia de poder, se cambia la ley, se reforma la Constitución o se la tumba, porque la Ley Fundamental en el Ecuador no es una carta que guía la conducta política, sino cada quien pretende convertirla en instrumento de dominio sobre el otro. (O)
Periodista, comunicador social, abogado. Hoy, independiente. Laboré 27 años en medios locales como editor, redactor y reportero. Diarios El Mercurio, La Tarde y El Tiempo; revista Tres de Noviembre del Concejo Cantonal de Cuenca; radios El Mercurio, Cuenca y América.