Está en la conciencia del electorado que hoy debe cumplir con toda la nación el deber cívico de su voto, la certeza de muchos inesperados triunfadores y de evidentes esperados perdedores. En los cálculos políticos tan supeditados a la pasión de mentir o la debilidad de engañarse, nadie confiesa qué razones obran para asegurar triunfos ni qué deméritos precipitan fracasos. Mañana muchos triunfadores encontrarán estrecho de la camisa para retener sus hinchados méritos propios y muchos perdedores descubrirán toda la larga lista de personas y razones que determinaron su inculpable fracaso. Ningún perdedores reconoce el pecado propio.
La campaña política que en algunas partes se llevó con violencia pintora, en otras -como en Cuenca- con hidalguía ciudadana demostró en toda la nación una tesis indiscutible, sobre la que se ha escrito y hablado ampliamente, sin acogimiento de parte de las bases responsables del suceso público: en el Ecuador no hacía falta consultas populares de ninguna especie. Hacía y hace mucha falta una formación profunda de la conciencia popular, para que ella pueda ser consultada. De lo contrario, la consulta popular resulta una forma más de mover la conciencia pública resulta una forma más de mover la conciencia pública el argumento más hábilmente difundido, más poderosamente anunciado y la corta formación de criterios políticos que existe en una comunidad hace muchos años por políticos sin formación política.
No tenemos el coraje de discernir el propio pensamiento. Algunos diarios de la Republica, con acierto editorial laudabilisimo propusieron reiteradamente y de modo lleno de facilidades de comprensión, adecuadas a todo talento, los programas políticos, los ideales sociales y las líneas económicas de los distintos y numerosos partidos que intervienen en la justicia cívica que hoy dirime nuestro pueblo. Cualquier persona, medianamente culta, sufriría desasociego íntimo, conciencia de incapacidad, para hallar diferencias fundamentales en esos idearios. El noventa por ciento de los grupos llamados partidos políticos concuerdan en lo esencial de sus postulados; lo que quiere decir que la diferencia está en los postulantes y no en los principios ni ideales y esta traducido en palabras comunes, significa que la mayoría de los políticos de partidos son independientes con etiqueta o dependencias de ella, pero ajenos a todo definido ideario.
Y este es el gran desafió del triunfo y la derrota a quienes obtengan el primero o sufran la segunda posibilidad. El Ecuador está viviendo las primeras manifestaciones de aquello que en todas partes es asumido conscientemente como signo de los tiempos. Muchas generaciones, en tiempo de pensar, sentir y actuar se sienten profundamente insatisfechas del rendimiento de su presencia demócrata, de sus decisiones sociales y políticas normales; los jóvenes –era de la vida de amplia extensión- no ven que tenga peso en los cambios exigidos por la conciencia de todos, ni su pensamiento, ni su palabra y por eso se dejan trajinar por la obsesión violenta.
Esa violencia no se la reduce persiguiéndola exclusivamente por la fuerza. Se la reduce y se la reducirá por la acción social comprometedora, en la que deben ser llamados a compartir no solamente los que tienen dinero para financiar una campaña o los que tienen etiqueta para pintar una camiseta, sino todos los que tienen cabeza para pensar, corazón para buscar, manos para trabajar, dignidad para salir a la luz, fidelidad para comprometerse con lo exigente. Por eso, los grandes desafíos del triunfo y de la derrota, de frente al crecimiento experimentable e insospechable de la violencia, deben ser atendidos por todos nosotros, en un auténtico plebiscito en el que le obliguemos el político de partido a tener un ideario claro, eficaz, definido e invencible y le pidamos al independiente que no confunda su interés, su comodidad, su preparación y su capacidad, ni con el acierto absoluto –que es patrimonio de Dios- ni con el triunfo seguro, que es fruto de la comunidad y no de la independencia individual.
Poco a poco, con muchos dolores, se van imponiendo en la conciencia los desafíos del triunfo y de la derrota en todos los órdenes de la convivencia social. Unas elecciones no son sino voz del momento, dentro de las grandes expresiones de la Providencia, a través de los hechos vividos por el hombre. El que triunfa como el que vive una derrota están llamados a recibir el mensaje que consiguió llevan derrota y triunfo y ese mensaje no es sino una mayor exigencia vivida de compromiso con el que le dio el triunfo porque de elegido una acción social o el que contribuyo a su derrota porque no le vio preparado para servir socialmente. Ese el gran desafío; debemos aceptarlo y vivirlo, para que la violencia no nos imponga dolorosas sorpresas.
Artículo publicado en El Mercurio, 1986.