Saldo en contra
Personas muy distinguidas de nuestro mundo cultura y social, han insistido en afirmar que, sea cual fuere el resultado de los próximos cómicos presidenciales, bastaría el hecho de celebrarlo para admitir que tenemos un saldo a favor muy considerable, cuando se hace el balance político nacional. Lamento disentir de esas opciones, más que por ser ellas pertenencia de nuestras más calificadas mentalidades, por ser yo tan simple y sencillo que, al hacer una suma y resta, no encuentro más posibilidades de resultado que una suma tal o una resta cual y que una u otra me resulta, si suma tan exigua y si resta tan grande, que no veo por dónde se puede considerar que basta una elección o el suceso físico de ella para pensar que hemos obtenido algo muy favorable para lo nacional, para el sentido cívico personal o colectivo, para el mantenimiento de lo institucional y para tantos otros fines que pueden descubrirse o buscarse en todo suceso de interés público.
Yo tengo razones, por personales muy insignificantes, muy mías, muy de mi peculiar lote y muy disímiles de los paquetes políticos conocidos: tienen que ser muy triste saber que la opinión personal puede engrosar “un paquete”. Siendo nombres de pocas ambiciones, me sentiría mal mezclado con elementos muy diferentes de aquellos que me resultan propios, identificadores. Y es por aquí, por donde comienzo a sentir el gran fracaso moral de todo lo concerniente a estas lideres políticos electorales. Nuestra filosofía política quiso buscar fundamentos de acción pública en la conformación de un término, cuyo sentido desapareció de la conciencia nacional hace cincuenta años y no hay fuerza ni persona que pueda reanimarlo o hacerlo aparecer. Se pensó que los “partidos políticos” eran la base de la acción pública y no se tomó en cuenta que no existen partidos integrados, consolidados en una sola doctrina, roborados por una historia, servidos por conocedores doctrinales y defendidos por adalides desinteresados. Si hay idealistas e idealismos, no hay personas y grupos que vivan ese ideal y lo traduzcan en su convivencia social. Sin esta base, el partido resulta exclusivamente abrigo de todo indefinido, disfraz de todo el interesado, conveniencia de todo oportunista. Solamente un trabajo de formación sólida de comunidades podría despertar algún día la conciencia política comunitaria, con otro nombre, menos desprestigiado que el manido de “partido”.
Si este el primero elemento que acumula saldos en contra en la lucha política que hemos vivido, hay otros dos, fundamentales, de cuya eficacia destructora del hombre, muy poca cuenta hacen los que dicen preocuparse por la paz social, por el suceso democrático y por la supervivencia de los valores humanos. Esos dos elementos negativos se refieren al orden del caudillismo, caracterizador de los que han dirigido la atención pública en el suceso electoral que está a punto de terminar. A pesar de que puedan sentirse heridos algunos susceptibles oradores, yo me atreviera a calificar de impúdico las exhibiciones de los méritos propios y de los deméritos ajenos, que ha hecho cada uno de los candidatos a cualquiera de las dignidades en aspiración. Con rarísimas excepciones, la terminología utilizada en esta campaña, ha sido de una gran impudicia de la que el único triunfador es el odio y la única víctima el hombre.
El hombre es el saldo en contra de esta campaña que, en parte y gracias a Dios, termina muy pronto. La segunda lucha, será mucho más decepcionante para los que tratamos de ver en todo afán humano y especialmente en el político, una mayor valoración del hombre, lo que es y significa ser humano. No sabemos con qué hombre contamos para una segunda opción. Serán dos personalidades autogestables por la exhibición de sus méritos propios y auto desfinanciadas por la retractación mutua. Es decir, dos fantasmas. Hace algunos años, los que preparaba campañas electorales sabían muy bien de la estrategia de la victoria, conocían muy bien la eficacia, de las propagandas. Se tenía la medida del alcance de una calumnia y se estimaba con exactitud el valor de un elogio. Hoy no sabemos y tampoco interesa mucho hasta dónde un valor es auténtico y por qué medios se descubren la maldad de una calumnia.
Hoy, el hombre no vale. El honor no es computable. La dignidad es usufructuante. El honor es albur, suerte, fortuna. Nada más.
El saldo en contra de este balance político es evidente. El que pierde es el hombre. El que gana, deberá examinar su conciencia para ver si el triunfo ha sido humano.
EL Mercurio, 1984.