Trump, Milei y Noboa parecen personajes de un mismo relato: el del poder convertido en espectáculo. Nacidos en geografías distintas, hablan, sin embargo, el mismo idioma: el de la pantalla. Son los hijos del algoritmo, criaturas de una era donde la política ya no se piensa, sino que se reproduce como tendencia.
Trump irrumpió en la escena política como un showman que confundía el mitin con el reality show. Su autoridad no provenía de la palabra, sino del ruido. Milei, con su histrionismo libertario, transformó la ira en mercancía: vendió la furia como si fuera una promesa de libertad. Noboa, más silencioso pero no menos fabricado, encarna la versión tropical y tecnológica del mismo modelo: el empresario joven, el redentor digital, el salvador que promete modernizar el país como si fuera una empresa.
Los tres comparten el mismo gesto fundacional: declararse “outsiders”. Dicen venir de fuera del sistema, pero en realidad emergen desde su núcleo más duro: el capital. Son los “anti-políticos” del poder económico, los que predican la pureza del cambio mientras preservan intactas las estructuras que los engendraron. Su rebeldía es una actuación; su discurso, un guion escrito por asesores de imagen.
Cada uno ha necesitado inventar su enemigo. Trump eligió al inmigrante; Milei, al Estado; Noboa, al correísmo. La política se ha reducido a esa fórmula eficaz: dividir, señalar, castigar. Ya no importa quién gobierna, sino quién se convierte en el blanco del odio. El enemigo mantiene viva la llama de la identidad colectiva, aunque esa identidad sea una ilusión mediática.
Gobiernan, en realidad, desde un mismo trono invisible: la pantalla. Las instituciones son accesorios; los decretos, meros efectos visuales. Lo esencial es la imagen: la foto en el helicóptero, el discurso transmitido en directo, el tuit convertido en ley moral. En este nuevo orden, el poder no se legitima por el pensamiento, sino por la viralidad.
El populismo de hoy ya no convoca plazas, sino algoritmos. Ya no necesita masas conscientes, sino espectadores que reaccionen con un “me gusta” o un “me enoja”. En esa economía de la atención, el ciudadano se disuelve en audiencia, y el Estado se vuelve un estudio de grabación.
Pero detrás del espectáculo, lo que permanece es el vacío: instituciones debilitadas, democracias fatigadas, sociedades que confunden orden con obediencia. Y mientras las luces del show siguen encendidas, la política —la verdadera, la que nace del diálogo y de la diferencia— se retira al silencio.
Trump, Milei y Noboa no son líderes de un futuro nuevo, sino ecos de un presente saturado de imágenes. Son, al fin y al cabo, los hijos del algoritmo: presidentes de la distracción, profetas del ruido, heraldos de un mundo donde el poder ya no necesita convencer, sino entretener.
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Johnny Jara Jaramillo, Cuenca 1956. Estudió Literatura en la Universidad de Cuenca y Musicología en la PUCE. Fue profesor de Literatura en el Colegio Benigno Malo de su ciudad y en el Colegio Agustín de Azkúnaga en Isabela-Galápagos. En Nueva York asistió a varios cursos sobre Literatura inglesa en la Universidad de Columbia y ha colaborado con varias revistas de literatura en Estados Unidos, México, Colombia, España y Finlandia. Es parte de Moderato Contable, antología de narradores cuencanos del Siglo XXI, Antología de Narradores ecuatorianos del Encuentro nacional de narradores ecuatorianos, en Loja 2015. Su libro “Un día de invierno en Nueva York” es su opera prima.