Si se eliminara la coma en esta celebérrima frase cervantina, ella no perdería cierto sentido, aunque el detrimento de su autenticidad habría de resultar notable. Lo que Don Alonso Quijano pide en ella de Sancho Panza, en severa admonición, es un regreso al silencio, una opción por los labios cerrados, un reconocimiento oportuno a la conveniencia de callar. Por mucho que hablaran las cacatúas nunca fueron profetas: Por mucho que griten los mercachifles no ennoblecen la calidad de sus mercaderías, “a buen callar llama sancho”, que quiere decir: En estos momentos subido la cotización del silencio y, por lo mismo, negocia con tu silencio defiéndete con tu silencio, programa con tus silencio, sistematiza tu mente con tu silencio y mil otras posibilidades de utilizar un “buen callar”.
Sin embargo, y seguramente sin haberle leído de Cervantes una sola página, muchos maestros de la gestión pública nuestra, se revelan en la frase en cuestión, pero eliminada la coma, con la que dan a entender que un silencio cobarde, que un silencio cómplice, que un silencio fugitivo, que un silencio injusto es un silencio táctico, un silencio prudente o discreto, un silencio constructor…Cómo se le desataría la lengua al Quijote al frente a algunos silencios. Nadie más difícil en la línea de las exigencias éticas como aquellas de saber decir la palabra exacta cuando se debe pronunciarla y saber cerrar los labios en el momento exactamente oportuno. La mínima indiscreción en la que se dicta o la tardía revelación de lo que se debe proclamar, resulta tan mal hablar, como buen callar es dejarle sin respuesta al que proclama con mis palabras la acusación contra alguien o al que suple con trompetas lo que le falta de argumentos.
El país padece de fiebre endémica de la palabra y es hora de aceptar la admonición cervantina. Un buen callar honrado nos permitirá enriquecernos interiormente con la verdad poseída o purificarnos con elegancia y discreción de todos los mitos exhibidos como título de conquista. A todos los personeros de la gestión pública, vivida en los últimos meses, les hace falta asilarse en un oportuno “buen callar”, al que estamos llamados todos, especialmente los que más han hablado.
Desde ese “buen callar” debe originarse una revisión de los términos utilizados, hacia una lógica reconciliación, con el buen sentido, con la verdad, con la proporción y con la justicia. Un examen somero de todos los discursos pronunciados en las campañas políticas pasadas, de todas las declaraciones prefabricadas por declarantes he interpelantes o forzadas por cazadores indiscretos, no lleva a la conformación de acervo informe de palabras agresivas, de ideas inconexas, de proporciones alineadas. En el fondo de la conciencia común, las palabras quedan con mayor fuerza que la utilizada para pronunciarla y no sería extraño que mañana el silencio aborte una protesta engendrada por estas palabras agresivas concedida por conciencias violadas a gritos y alumbradas por inteligencias erizadas con la discordancia de tanta palabra inútil, tanta afirmación sin sentido, tanta declaración injusta, tantos anuncios imposibles, promesas engañadoras y desafíos y arrestos que jamás se correrán. Por eso “A buen callar llaman, Sancho”.
Desde un “buen callar” maduro pueden originarse, en estos momentos cruciales, las verdaderas tesis públicas de quienes pretenden dirigir al país. Ya no está el pueble para soportar más discursos inútiles, más palabras prefabricadas para impresionar de modo esclavizador. En un “buen callar”, los candidatos deben elaborar un verdadero plan de justicia social, de desarrollo comunitario, de aprovechamiento de los recursos humanos individuales y colectivos, de educación no alienante, de comunicación que no constituya relación exclusiva de poderes si no solidaridad total de fuerzas…Los programas en un “buen callar” sugiere y permite prepararlos y presentarlos a la comprensión de todos los que son capaces de entender la palabra concebida en la sinceridad del silencio y en la facilidad expresiva de la honestidad personal tan ajena a la desnudez publicitaria – barroca, exuberantemente falsa -, esos programas serán los que determinen, más que máquinas y tribunales, más propagandas y encuestas, quienes son los triunfadores en una competencia tan dura como es aquella que mantiene la verdad sencilla frente a la mentira muy revestida, el valor sincero frente al desafío con muchos burladeros, la razón lógica frente a las ideologías enrevesadas. “A buen callar, Sancho”. El pueblo, las comunidades que piensan, y esperan, creen que un buen silencio tan solo es bueno cuando madura palabras sinceras y verdaderas no forzadas.
Diario El Mercurio, 1984