No resulta extraño para cualquier proyecto de vida contar con una cuaresma de reflexión y compromiso. Tenemos imaginación suficiente para proyectar, algunas veces urgidos de imaginación excesiva y otras, frenados por el último proyecto irrealizado. Tenemos memoria para recordar logros que fueron difíciles y también guardados con desproporcionada preocupación el recuerdo de los que no se alcanzó a conseguir, habiendo sido tan fácil, cuando se lo imaginaba y proponía. No somos muy justos ni con nosotros mismos. O nos vence un pesimismo que justifica la cobardía o nos envuelve un optimismo que no deja espacio para la crítica.
Por eso resulta sana una cuaresma y aunque no contemos, dentro de las urgencias de vivir que caracterizan a nuestras generaciones, con largas temporadas cuaresmales para dedicarlas a reflexionar, estudiar nuestras memorias y consolidar nuestro inicio de conciencia, si podemos y debemos concedernos espacios suficientes de reflexión que nos permitan valorar lo positivo de nuestros proyectos y de cuanto desde ellos pudimos realizar, tanto en relación con el desempeño personal o individual de desarrollo, como en lo que se refiere a la obligación natural de contribuir al bien común.
Recurso cuaresmal que puede adoptarse como exigencia de desarrollo puede ser un minuto diario o un mínimo espacio de jornada que lo dediquemos a examinar nuestra conciencia. Ese examen no es recuento de méritos y contabilidad de culpas. Es análisis de vivencias, realizaciones íntimas de logros mentales, de alcances en la conducta, de superaciones en lo sentimental agresivo y dominio sereno en la proyección de gustos instintivos. No nos conocemos en lo mínimo ni máximo de nuestra realidad íntima, de ese mundo tan real como la concreción corporal. Sé de las medidas de mi cuerpo y de sus dolencias. Pero no me doy cuenta a mí mismo de mí inteligencia y emocionalidad.
Y la cuaresma, que la Iglesia la propone de frente al recuerdo ritual de los ministerios más humanos de nuestra fe, tiene una fuerza de partida y un mandato inicial que nos impelen a los creyentes a pensar un poco más de lo que realizamos, en las condiciones de vida, realmente humana, expresión profunda, de medidas superiores a todo cálculo, aún cuando se refieren al ser menos dotado.
La cuaresma, si la aceptamos como época de crítica personal y social, es un recurso singular de desarrollo espiritual y físico. En el sentido en el que lo propone nuestra fe cristiana, lo cuaresmal importa un ensayo consciente de interiorizar: profundizar en todos los mecanismos de nuestro espíritu y sobrevolar con todas las energías y alientote nuestra vocación trascendente. Parecen términos no logran muchas veces definir ciertos valores, la vida demuestra que vivirlos es tan natural como el existir. Por lo mismo, tan sólo un auténtico plan de vida se puede conseguir que el recurso cuaresmal de la reflexión sobre todo lo nuestro, nos permita ser cada día más humanos, en lo personal y en lo social.