Hace rato que no me apoyaba en la literatura para redactar esta columna. Pensando en esta entrega, se me vinieron a la mente los últimos libros leídos, y me quedó rondando el título de uno de ellos, La mala costumbre de la autora española Alana S. Portero.
La historia que se cuenta es importante, actual, estremecedora, tierna y cruel al mismo tiempo, en resumen conmovedora; la historia de una niña y adolescente atrapada en un cuerpo que no reconoce como suyo, el conflicto interior y vital que afronta, que nos lleva a pensar en muchas malas costumbres que nos dominan, como las de los prejuicios, la discriminación y el odio que tanto daño hacen.
Les animo a que lean esta novela u otras que elijan o que les encuentren, pues la literatura no sólo aporta porque nos permite mejorar el manejo del lenguaje, sino porque aunque no tiene la función de enseñarnos nada, nos da historias y personajes que nos provocan emociones diversas, nos hace muchas veces mirarnos en ese espejo, relacionar lo que pasa en la ficción con lo que conocemos o vivimos, nos presenta temas de conversación y un largo etcétera que sin duda enriquece nuestra vida.
Aunque los temas que Alana S. Portero aborda en la ficción, en sí mismo son importantes, en esta ocasión no me referiré a ellos, sino usaré el título para compartir cavilaciones sobre algunas malas costumbres que penosamente abundan en nuestro país.
Les animo a hacer un mea culpa y revisar las que se han convertido en “malas costumbres” con las que actuamos, incluso sin darnos cuenta, en particular las que afectan a otros y sobre las que podemos incidir de alguna manera o incluso dejar de practicarlas.
Creo por ejemplo que se debe abandonar la mala costumbre de mirar a otro lado, cuando se sabe o se constata que se cometen actos no sólo reñidos con la moral y la ética, sino que abiertamente tienen signos de corrupción o son actuaciones contrarias a la ley, incluso delictivas. Cierto es que muchas veces no podemos evitarlos, pero si rechazarlos, así como a quienes los cometen.
Se debe dejar de lado la mala costumbre, de hacer espíritu de cuerpo, sin reflexión alguna, apelando únicamente a que se es parte de un gremio o conglomerado.
Hay que abandonar la mala costumbre de no ser suspicaz o “mal pensado”, cuando la fortuna material rodea de la noche a la mañana a antiguos o nuevos conocidos y no censurarlos socialmente; así como aquella de admirarlos o envidiarlos, haciendo de la vista gorda, aunque afloren tufos malolientes alrededor.
No se puede seguir con la mala costumbre de olvidar operaciones matemáticas básicas, como la suma, resta, multiplicación y división, con las que sin mayor esfuerzo se puede calcular lo que podría tener una persona que realiza un trabajo honesto.
No se debe seguir socapando la mala costumbre de ciertos servidores públicos que no cumplen con sus responsabilidades, que no trabajan o lo hacen mal, que perjudican a los usuarios y ciudadanía, con su inacción, falta de profesionalismo, incapacidades o desidia.
Hay que rechazar la mala costumbre de normalizar la sinvergüencería, la corrupción, el abuso, la inoperancia.
Hay que condenar la mala costumbre –tan común en nuestro medio- de la doble moral, la ley del embudo, o el distinto rasero, que se aplican dependiendo de si “me” o “nos” beneficia; o “me” o “nos” perjudica o beneficia al contrario.
Hay que abandonar la mala costumbre de tolerar y normalizar la violencia de género, la discriminación y el menosprecio a las mujeres, a las personas con discapacidad, a los adultos mayores, la que se ejerce por razones de etnia, condición social o económica, salud, etc. es decir todas las que la Constitución prohíbe.
Hay que dejar de lado la mala costumbre de sobreproteger y malcriar a los hijos, mirando cómo crecen seres humanos sin límites, que se esfuerzan lo mínimo, porque se lo merecen todo; así como la de maltratar y abusar de ellos.
Rechazo y hago votos para que desaparezca la mala costumbre de no despegarse del celular, de usarlo para chatear o navegar por las redes sociales o el internet, a la hora de comer, en la reuniones con familia o amigos; la de colocarlo –o al Ipad o la Tablet- como artilugio de embobamiento para los niños que sin tenerlos al frente no comen, ni duermen, mientras los adultos “a cargo” están ensimismados en los suyos.
Que se eliminen las malas costumbres de saltarse la fila o el turno; no ceder el asiento o el turno a una persona adulta mayor o con discapacidad; no darles la atención preferencial que merecen y por ley les corresponde; usar los parqueos y sitios reservados para ellos.
No puedo con la mala costumbre de no saber comportarse a la hora de comer, hacerlo con los codos clavados en la mesa, casi acostados llevando la cabeza completa al plato, es decir la boca a la cuchara y no la cuchara a la boca como corresponde, hacer ruidos al masticar, sorber la sopa o los líquidos, hablar con la boca llena, etc. –esto puede ser una trivialidad, pero a varias personas nos agría el día-.
Tampoco he aprendido a no incomodarme con la mala costumbre – recontra generalizada- de la impuntualidad -yo llego puntual hasta a las fiestas-, ni quiero hacerlo, más bien insisto en que se practique y se haga todo el esfuerzo por respetar el tiempo de los demás y el propio.
Hablo de malas costumbres para quitarle un poco de gravedad al asunto, cuando en varios de los casos es muchísimo más y peor que eso. La intención es que pensemos en las planteadas -que son sólo ejemplos- y en otras más, para dejar de practicarlas, rechazarlas y/o no permitirlas.
Portada, tomada de: https://losunicornioscomentacos.com/2015/10/20/malas-costumbres-ii/
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.