En un país medianamente serio, una asambleísta que ha asistido tres veces al pleno en casi un año sería un escándalo nacional. En Ecuador, en cambio, es apenas una anécdota. Aquí el fracaso no se castiga: se normaliza, se borra con una multa. El ausentismo no incomoda: se institucionaliza. Y si además eres la madre del presidente, la silla vacía se vuelve símbolo de poder.
Anabella Azín no es una asambleísta: es un fenómeno paranormal. Un ente político que aparece menos que el transporte público en feriado. Tres asistencias. Tres. Hay quienes aseguran haber visto más veces al abominable hombre de las nieves que a la señora ocupando su curul.
Pero no hay que subestimarla. Su ausencia no es descuido, es doctrina. La política del vacío.
Y no está sola. En el gobierno de su hijo, el vacío se ha convertido en método. El presidente viaja por el mundo más que sus propios bananos. Gobierna desde el aire, desde aeropuertos, cumbres, selfies diplomáticos y comunicados lejanos. Ecuador es un país administrado a distancia, como si fuera una finca que se puede manejar por WhatsApp, mientras el piloto automático hace el resto.
Madre e hijo encarnan la nueva estética del poder: estar sin estar. Mandar sin decir. Ocupar cargos sin ejercerlos.
Una silla vacía, al fin y al cabo, no molesta. No opina. No pregunta. No fiscaliza. Una silla vacía jamás exigirá explicaciones sobre la crisis de salud, el colapso educativo o la infraestructura abandonada. Una silla vacía no incomoda cuando se militariza el país ni cuando se reducen libertades civiles. Una silla vacía nunca pedirá cuentas por acuerdos firmados en silencio, mucho menos por irregularidades escandalosas como Progen, Austral, Petronoboa ni por políticas improvisadas desde la urgencia permanente.
La lealtad perfecta.
Mientras tanto, la asambleísta Azín no legisla. No propone leyes. No debate. No representa. Pero ora. Organiza grupos de oración para que a su hijo le vaya bien. Como si el colapso hospitalario se resolviera con plegarias. Como si la violencia cediera ante el rezo colectivo. Como si la infraestructura se levantara a fuerza de fe.
No es una crítica a la espiritualidad —cada quien se aferra a lo que puede—, sino al reemplazo de la política por el ritual. Cuando la oración sustituye al trabajo legislativo, el Estado empieza a parecerse peligrosamente a una estampita.
Y no es que no tenga experiencia. Azín ha demostrado que se puede ser autoridad sin ejercer autoridad, representante sin representar, funcionaria sin funcionar. Es un talento raro, pero eficaz en tiempos como estos. La “nueva política” que pregona el hijo necesita exactamente eso: mucho apellido, poca presencia; mucha devoción, nulo compromiso público.
La curul vacía de Azín dialoga perfectamente con el despacho presidencial itinerante. Ambos comparten la misma lógica: la ausencia como forma de gobierno. Un país conducido por decretos de excepción, estados de guerra interiores y silencios estratégicos. Un poder que no explica porque no siente que deba hacerlo.
Y la tragedia —cuando el humor deja de ser ironía— es que esta forma de gobernar puede funcionar. Porque Ecuador se ha ido acostumbrando a obedecer. A aceptar sillas vacías ocupando espacios de poder. A confundir fe con política. A permitir que las instituciones se hereden por apellido y que el país se administre como empresa familiar.
Así que no nos engañemos: no estamos ante un descuido ni una anécdota folclórica. Estamos ante un síntoma.
La silla vacía no es ausencia.
Es el modelo.
Y mientras sigamos aceptándolo, seguirá decidiendo por nosotros.
Portada: imagen tomada de https://acortar.link/l1QJ78
Johnny Jara Jaramillo, Cuenca 1956. Estudió Literatura en la Universidad de Cuenca y Musicología en la PUCE. Fue profesor de Literatura en el Colegio Benigno Malo de su ciudad y en el Colegio Agustín de Azkúnaga en Isabela-Galápagos. En Nueva York asistió a varios cursos sobre Literatura inglesa en la Universidad de Columbia y ha colaborado con varias revistas de literatura en Estados Unidos, México, Colombia, España y Finlandia. Es parte de Moderato Contable, antología de narradores cuencanos del Siglo XXI, Antología de Narradores ecuatorianos del Encuentro nacional de narradores ecuatorianos, en Loja 2015. Su libro “Un día de invierno en Nueva York” es su opera prima.