Al principio de la pandemia del Covid-19, cuando la orden “quédate en casa” parecía la fórmula adecuada para detener la propagación del virus, surgieron numerosos cuestionamientos a tan desigual mandato. El “quédate en casa” no es lo mismo para quien tiene una casa, como para quien no la tiene; tampoco es lo mismo para quien la tiene pero vive en hacinamiento o sin servicios básicos, o para quien la tiene pero si no sale a trabajar no come, o peor aún para quien si se queda es víctima de violencia.
Es por ello, que se hizo común en las redes sociales, al menos entre quienes ven más allá de sus privilegios, el decir: “estamos en la misma tormenta, pero no estamos en el mismo barco”. De igual manera, el tema se trató en varios conversatorios y foros académicos, tanto a nivel nacional como internacional[1]. Sin embargo, con el pasar de los meses, y con la eliminación de gran parte de las restricciones, se fue apaciguando el tratamiento de esta temática sobre las diferencias en las formas de habitar.
Entonces, ¿por qué traigo el tema nuevamente a colación tanto tiempo después? Porque durante el último mes he tendido que convivir con parientes cercanos quienes se han contagiado del virus, y esto ha llevado a una reorganización total de mi espacio doméstico para garantizar el asilamiento de la persona. Esta situación personal, me ha obligado a reflexionar sobre ¿cómo pueden las familias numerosas que viven en un cuarto, con uno o ningún baño, aislar a la persona contagiada? Muy simple: no pueden. Entonces, reafirmo lo que he sostenido en otros posts, de que este virus ha profundizado y evidenciado de manera pavorosa las desigualdades sociales y económicas.
Si anteriormente el problema era, para
millones de ecuatorianos, cumplir con la disposición del “quédate en casa”, hoy
por hoy el problema es cumplir con el “mantenga aislada a la persona
contagiada”. La prevención del contagio se ha convertido en un lujo, y en un
lujo de pocos.
[1] Para más referencias sobre este tema ver: Hermida, C., & Durán-Hermida, M. (2020). Reflexiones urbanas y arquitectónicas en tiempos de COVID-19. Pandemia desde la academia, 26, 2.
Fuente de la imagen: https://pixabay.com/es/illustrations/casa-corona-coronavirus-virus-4952681/
Doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Universidad Católica de Chile. Máster en Arquitectura por la Universidad de Kansas-EEUU. Docente/investigadora en la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Azuay desde el año 2009. Coordinadora de Investigaciones de la Facultad y Directora de la Maestría de Arquitectura. Docente en diferentes módulos de posgrado a nivel nacional. Ha sido Secretaria de Movilidad y Directora de Planificación del Municipio de Cuenca. Sus trabajos de investigación, publicaciones y ponencias se centran en la ciudad con un énfasis en la movilidad y el transporte.