Ana Cecilia Salazar V.
Para hablar de desigualdad, es imperativo ser muy claros. El Premio Nobel estadounidense Joseph Stiglitz asegura que “El 90 por ciento de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, mientras que el 90 por ciento de los que nacen ricos mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito para lograrlo”. Pensemos, por ejemplo, en las diferencias entre un niño rico y uno pobre. El primero tiene alimentación, vivienda y todas sus necesidades materiales solventadas, va a la escuela en buseta y asiste a las academias de su preferencia. Al igual que muchos descubrirá las drogas y dependiendo de sus inseguridades afectivas o psicológicas, eventualmente las adquirirá. El otro vive su infancia en una casa de condiciones precarias, come una o dos veces al día en el mejor de los casos, sus padres frecuentemente están desempleados o en trabajos informales sin seguro social ni estabilidad, por lo que este niño nunca, o casi nunca, irá a un dentista, un psicólogo o un médico; él también conocerá las drogas y buscando evadir su realidad, seguramente lo primero que probará será pegamento. El primero al crecer se divertirá en discotecas VIP, el otro probablemente morirá asesinado en las calles de su barrio antes de cumplir los 20 años.
Por su parte, los gobiernos proponen impulsar la productividad como la única fórmula para enfrentar la pobreza, sin advertir que hay un abanico de pobrezas que no solo se refieren a las carencias materiales sino a la pobreza ética, cultural, afectiva, emocional, politica y humana que obstaculizan construir una convivencia equitativa y solidaria. Es cierto que la capacidad productiva es fundamental sobre todo para dinamizar la economía; sin embargo, en el país existen productos suficientes para atender las necesidades de la población, pero la codicia de algunos sectores los acapara para elevar su precio en el mercado impidiendo que miles de personas puedan acceder a ellos. Las sociedades padecen de pobrezas profundas como el individualismo y la indolencia; el nivel de desigualdad no solo es inmoral además se opone a la justicia social, excluyendo a miles de seres humanos de lo mínimo necesario para su vida.
Cómo entender, que apenas el 1% de la población mundial sea dueña del 88% de la riqueza global y que más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de $2 al día. Como justificar que en nuestro país apenas 20 familias tengan el 84 % de la riqueza. Según el INEC, la pobreza por ingresos en Ecuador se incrementó al igual que la pobreza extrema y cerca de 2,4 millones de personas viven con menos de $51,53 al mes. El coeficiente de Gini que mide la desigualdad en la distribución del ingreso se ubicó en 0,463 en diciembre de 2024 superior al 0,457 registrado un año antes, lo que indica que la desigualdad económica se incrementa permanentemente; además, el riesgo de empobrecimiento es mayor en mujeres, en las áreas rurales, entre los indígenas y los afroecuatorianos. Tres de cada cuatro personas son pobres o vulnerables, mientras que apenas 350 personas ganan $1 millón o más al año, lo que representa el 0,001% de la población. En otras palabras, Ecuador es un país donde el 1,3% más rico de la población concentra el 50,2% de la riqueza, mientras el 32,4% más pobre tiene apenas el 2,9%, (primicias.ec/noticias/firmas/ecuador-pais-clase-media-extrema-desigualdad).
Muchos dirán que los pobres son pobres porque son vagos, porque no les gusta trabajar, que deberían estudiar y esforzarse pasar salir adelante sin entender que en este país la educación es un derecho del cual quedan excluidos cientos de miles de jóvenes cada año. La desigualdad se justifica sin reconocer que la mayoría de la población no tiene oportunidades para romper el círculo de la pobreza que los excluye de la educación, la salud y el empleo. De acuerdo con el FMI, el aumento de la desigualdad económica dificulta el progreso y tiene implicaciones profundas en la estabilidad macroeconómica, contribuye a la concentración del poder político, causa inestabilidad social, política y económica, rompe la cohesión social y multiplica el riesgo de crisis; justo lo que hoy sucede en nuestro país.
Son múltiples evidencias del fracaso económico que vivimos, en menos de 30 años la humanidad ha enfrentado las peores crisis financieras, inmobiliarias, alimentarias, sociales y ecológicas de la historia. El dinero no es un problema; el problema es el amor al dinero, la acumulación y el consumismo que han cooptado la voluntad de la mayoría de la población. Muchos sueñan con ser como Elon Musk y sus $200.000 millones lo que significa 276 veces la fortuna de Fidel Egas y 241 veces la de Isabel Noboa. La riqueza es el nuevo ídolo de la humanidad, pero tener riqueza no resuelve los problemas ya que algunos estudios demuestran que una vez que los ingresos alcanzan cierto nivel, cualquier aumento ofrece poco o ningún beneficio para la felicidad personal; lo que por fuera parece color de rosa, a menudo no es más que fachada. Necesitamos una nueva ética y otra forma de gestionar la producción a partir de una economía de la suficiencia, es decir ser capaces de generar riqueza para satisfacer las necesidades de todos y todas, sin caer en la seducción de la codicia.
Portada: foto tomada de https://n9.cl/s8s0ry

Ex directora y docente de Sociología de la Universidad de Cuenca. Master en Psicología Organizacional por la Universidad Católica de Lovaina-Bélgica. Master en investigación Social Participativa por la Universidad Complutense de Madrid. Activista por la defensa de los derechos colectivos, Miembro del colectivo ciudadano “Cuenca ciudad para vivir”, y del Cabildo por la Defensa del Agua. Investigadora en temas de Derecho a la ciudad, Sociología Urbana, Sociología Política y Género.