“Comamos y bebamos que mañana moriremos…”
Isaías 22.13
El confinamiento prolongado, las inequidades sociales, el mal manejo sanitario de la pandemia ha dado como resultado la histeria colectiva en la que la población lucha por salir de su encierro en busca del placer instantáneo en una especie de juego mortal. El pésimo manejo del estrés poblacional, la ausencia de una psicología individualizada de la crisis que se limita a campañas de vacunación masiva, sin ahondar en las condiciones psicosociales íntimas ha provocado que vivamos un retroceso casi total en comparación con el primer año superado.
Las estadísticas en nuestro país son devastadoras; actualmente las clínicas y hospitales del país no dan abasto y la violencia ha estallado en todas sus manifestaciones. El consumo de alcohol, drogas y tabaco se ha disparado y los beneficios económicos para sus productores son extraordinarios. Farmacias y licorerías son los mayores beneficiarios de esta debacle, sin contar con otros rubros que, por ahora, no nos referimos.
Violencia doméstica, abandono de mascotas, pérdida de interés por el otro, ausencia total de solidaridad, acusación y venganza son algunos de los síntomas de esa locura en la que la ciudadanía se pierde.
Las características de esta peste son inéditas en cuanto al aparataje de redes sociales y comunicacionales, además de que está asentada en un mundo desarrollado y urbanizado, es decir, la paradoja es: un aislamiento sanitario impuesto dentro de la aldea global, lo cual concluye en una pandemia de tipo psicológico, no solo biológico y ha sacado a la luz otros “virus” como hemos expuesto líneas arriba.
Las disfunciones políticas y educacionales evidencian la peligrosidad de las medidas sanitarias experimentales y el shock del miedo mediante noticias falsas se suman a la imposición de las restricciones en horario y toques de queda como emergencia frente al avance del COVID 19.
La investigación científica en cuanto al impacto de la pandemia sobre la salud mental de la población es casi nula, aunque suponemos que se incrementará notablemente en años venideros; por ahora estamos siendo parte de una disfunción emocional masiva que se manifiesta, sobre todo, a nivel urbano. Las clases media alta y los indigentes están en la punta del iceberg por distintas razones, con la diferencia de que los segundos mueren sin asistencia e invisibilizados.
La psicopolítica es urgente. Tenemos la certeza de que aquellos que sobrevivan a esta crisis habrán de encontrar nuevas formas de adaptación y muchas de las carreras formales que hoy existen desaparecerán para dar paso a otras exploraciones.
La migración, la pobreza extrema, los indocumentados y otros segmentos de la población desaparecen; las aguas estancadas de la pandemia permiten mirar el fondo de una sociedad despiadada y desesperada. Al grito de “sálvese quien pueda” queda la constancia de que la inequidad es permanente.
El epicureísmo, lo orgiástico instantáneo, el caos mental generalizado se advierte en los grandes supermercados, en las fiestas particulares organizadas con “aforo”, convenciones religiosas y demás eventualidades. Prima el placer antes que el deber y la responsabilidad.
El estrés agudo que sufrimos ante el hecho diario de la muerte, propia o ajena, debe ser atendido de manera urgente; hoy, más que nunca, necesitamos el equilibrio, la disciplina y una altísima conciencia espiritual ante la permanente incertidumbre. Definitivamente en psicología se mantiene este aforismo mundialmente aceptado “no hay salud si no hay salud mental”
El compromiso es del Estado pero, sobre todo, es individual y único.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.