Monseñor Luis Alberto Luna Tobar
Diario El Mercurio, 1981.
He vivido unos días de gloria y de dolor, a lomo de mula por tierras de Azuay, desde la hacienda San Vicente en términos del Guayas hasta el Carmen de Pijilí y desde Molleturo por caminos berroqueños hasta Quinuas, en el páramo de El Cajas. Mientras templaba la acémila, esquivando un pasado lento y seguro, el precipicio y el barro, las aristas rocosas, el torrente helado y el viento que muerde, caminaba castigando en mi alma la tentación de sentirse heroico en la aventura. Qué significa la fatiga de un día, el cansancio de una ocasión o el agotamiento de una jornada, de frente a unas vidas fatigadas, cansadas, agotadas en el heroísmo de cada instante sin otra jornada que no sea la que va desde la promesa de ayer hasta el fracaso de hoy, con un idéntico cansancio de vivir para fatigarse inútilmente y de fatigarse para vivir un día de promesas y esperanzas fallidas.
He vivido unos días de gloria y de dolor: no solamente la gloria del paisaje dominado en la aventura difícil y peligroso, sino también la gloria del hombre conocido en el valor de estar contra toda esperanza y de sobrevivir a pesar de su derecho a la vida tan ultrajado por una permanente convivencia con el peligro, el cansancio estéril, la lejanía empecinada, la distancia mantenida por el fuego político, he vivido con esos días de gloría espiritual, en el reverso de todos las medallas acuñadas por el troquel de la pasión por la humanidad, el dolor de todas esas situaciones de contraste en las que se mantiene muchos seres ricos de corazón y de inteligencia a quienes, de hecho el derecho les niega todo derecho, porque no hay buen camino para que ande la justicia, porque no se ha trazado, entre las distancias que median de hombre a hombre, una senda de solidaridad que puedan andársela sin miedo a peligros mortales y sin el cansancio de esperar metas inaccesibles.
¿Cuáles son los peligros mortales y las metas inaccesibles de los hombres del Azuay que vive en Pijilí y en Molleturo y en tantas otras poblaciones provinciales, aisladas del centro cantonal o político? No se trata tan sólo de peligro y de metas conseguidas. Se trata de verdadera muerte civil y de incapacidad jurídica, originadas en situaciones de hecho, desde las cuales se precipitan la justicia natural, los derechos humanos, en mortal abismo en cuyas cimas, no caben aptitudes de redención.
El encuentro de las exigencias o requisitos de ley, indispensables para el usufructo de la personería civil, con la necesidad de cualquier momento, provocan otra nueva necesidad, la de caminos para acceder a la oficina de identificación, al registro civil o al de propiedad, al notario, al médico, al banco, a la mutualista, a la central cooperativista, a todo lo que es y significa de hecho y de derecho la comunidad, con sus múltiples proyecciones de vida. Al que, por desconocimiento de la ley por distancia entre sus conocimientos y las exigencias legales, por incapacidad de recorrer, día tras día lejanías que superan varias jornadas, llega tarde a la oficina del juez, del notario, del registro del prestamista, del asesor… qué derecho le queda. ¿Cuál?
Perdóneme el Azuay si me respondo a mí mismo y digo, con una denuncia que en conciencia debo hacerla, que es hermano nuestro sí le queda un recurso, además del que le sugiere el empleado público que le maltrata moralmente al recibirlo en su oficina: “vuelva mañana, vuelva la otra semana”, Sí, vuélvase de Santa Isabel y de Cuenca, a Molleturo y Pijilí y regrésese mañana y no se atrase y camine por la selva y la montaña, por el berrueco y el páramo… o mejor aún, hermano azuayo, acepta tu muerte civil.
“Dentro de tres días resucitarás…” cuando estemos a punto de elecciones, todos los candidatos te visitarán y resolverán con promesas magnificas tus riesgos tus cansancios, tus fatigas estériles, tus esperanzas sietemesinas.
Mientras tanto, aceptemos nosotros la culpa y responsabilidad que todos tenemos en la dolorosa e inhumana realidad en la que viven muchos hermanos nuestros sin nombres, sin bautismo, sin matrimonio, sin propiedad, sin derecho alguno. Si llega a la ciudad para tramitar un documento de identificación que les dé los derechos fundamentales de persona, no faltará un hábil perito de la ley que les dirá que él se lo resuelve todo por “cinco mil sucres”. La mayoría de los pobladores de esas regiones no ganan 5 mil sucres ni en dos años.
Que solución les queda: o aceptar la muerte civil, que esa resulta en último término la indocumentación, o no comer dos años para pagar los emolumentos profesionales del experto de derecho. ¿Dónde quedan los derechos naturales?
Portada: foto tomada de https://n9.cl/hn0p2