Los niveles de violencia en los centros educativos, luego de que se iniciara la presencialidad, son alarmantes. Por un lado, el profesor que sufre el maltrato verbal diario del alumnado y sus amenazas de “avisar a papá” y del otro, el alumno que se ve abocado a una violencia gestual, de palabra y obra (el caso de estos días en Latacunga lo ejemplifica, cuando un profesor corta el cabello a ciertos alumnos situando su cara contra un basurero) o los invisibiliza. Es decir, la presencialidad luego de dos años de encierro provoca niveles de violencia que, supuestamente, fueron erradicados hace mucho tiempo.
La reforma a la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI) incluye en su octavo capítulo todo lo referente a la protección de derechos de los miembros de la comunidad educativa y la prevención, atención, exigibilidad y reparación de la violencia en el contexto escolar; de esta manera se intenta frenar dichos actos. En el artículo 63 de la norma consta que es obligación de todos los integrantes de la comunidad educativa que lleguen a tener conocimiento de un acto de vulneración de derechos contra los estudiantes u otro miembro, denunciarlo a las autoridades competentes, en el plazo máximo de 48 horas. Las autoridades educativas, dice la Ley, tienen la obligación de iniciar los procesos de investigación cuando conozcan cualquier acto de vulneración de derechos o infracción administrativa contra las personas integrantes de la comunidad educativa, considerando principalmente el interés superior del niño, casos de violencia escolar, acoso escolar o discriminación.
Al otro lado del espejo tenemos a los jóvenes que pertenecen a la “Generación de cristal” vocablo bastante utilizado en redes sociales y en estudios sociológicos recientes, asociado a la filósofa española Monserrat Nebrera, la cual lo esgrime para referirse a los jóvenes nacidos después del año 2000, que están en la adolescencia y comienzan a alcanzar la mayoría de edad. Aunque el término “cristal” está asociado a la fragilidad de algo que se puede romper fácilmente, el análisis filosófico realizado por Nebrera a estos jóvenes revela que podrían ser “inestables” o “inseguros” puesto que sus padres los sobreprotegen.
Así nos encontramos con dos polos absolutamente opuestos que necesitan de manera urgente proyectos en los que la salud mental, la autoestima y el seguimiento a potenciar sus habilidades y competencias, tanto de los que educan como de los que son educados, deben ser activados de manera permanente en los centros educativos y académicos.
El diálogo entre padres, profesores y alumnos es indispensable. No se trata únicamente de emitir leyes que nacen muertas si no se las cumple; el estado, la sociedad civil tiene la responsabilidad sobre la juventud que vive en permanente estado de ansiedad y depresión, puesto que los cánones con los que han sido formados provocan que miren a la realidad como amenaza y competencia diaria.
No podemos cerrar sin afirmar que los estereotipos que sumen a la “generación de cristal” en negatividades también esconden atributos que son generados por los adultos, por lo tanto, somos nosotros los que debemos intentar conocer más y dar el primer paso.
Portada: Foto tomada de www.eluniversal.com.mx
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.