Pedro Pablo Duart abre sus piernas encima de dos vehículos, Cynthia Viteri lanza su propia cerveza “La Colorada”, Carlos Encalada juega a ser Super Saiyajin en su búsqueda por la alcaldía de Playas y en Cuenca se revive el video de Paúl Carrasco donde imita el popular audio de TikTok de “Dale, Tilín”.
¿Dónde queda la política de verdad? ¿Por qué el paisaje comunicativo electoral contemporáneo en el Ecuador condena al ostracismo al razonamiento, al análisis y al debate con neuronas? Hoy, las campañas están vaciadas de propuestas y carecen de un eje discursivo, una estrategia central, que guíe las acciones de comunicación. Parece que el objetivo es ser viral, por el simple hecho de ser viral, no importa el cómo, el cuándo ni el qué se dice; y eso es gravísimo para una ciudadanía cada vez más aislada en su burbuja.
En este punto, algunos podrán argumentar que una campaña viral puede ser efectiva, genera reconocimiento y conquista votos. Es verdad, en ciertos electores basta con que la gente recuerde un nombre para que lo marque en la papeleta; a veces, es suficiente con que un candidato se grabe en la memoria y en la conversación ciudadana, sin importar lo que haga para llegar a ese punto.
Así, tal como en el adagio clásico de la publicidad, “no importa si hablan bien o mal de mí, con tal de que hablen”. Ese lema puede ser cierto; en un pueblo con un voto muy poco informado, habrá gente que elija al candidato que le suena o del que vio un video. Desde un punto de vista netamente electoralista, ser viral, sin necesariamente hablar de política, puede ser una estrategia efectiva.
Ahora bien, desde un punto de vista de construcción de una sociedad política, con una ciudadanía participativa y activa en los procesos de toma de decisión y forja de la sociedad, esta estrategia de viralidad a toda costa resulta contraproducente. Si los mismos actores políticos son los que alejan al pueblo de las conversaciones sobre los que nos competen a todos, si ellos mismo conducen la atención ciudadana a un baile o un trend antes que a temas como seguridad o servicios públicos, ¿cómo podemos esperar una ciudadanía activa e involucrada en política?
Mientras hablamos sobre el video que está circulando en los grupos de WhatsApp de la familia, donde el candidato X está haciendo el ridículo, ¿qué pasa con las propuestas del mismo candidato para temas de vialidad, seguridad, empleo o economía? Vemos TikToks virales o posts aesthetic de Instagram, pero no vemos planes de trabajo ni propuestas concretas.
Después, nos quejaremos de nuestros concejales, de nuestro alcalde o de los consejeros del CPCCS, pero ¿cuánto los conocimos durante la campaña? ¿Cuánto podemos exigir a representantes que llegan al poder a base de viralidad, en detrimento del contenido político?
Dicho esto, hacer una campaña viral no está mal e incluso es necesaria en estos tiempos. Pero esa campaña viral debe estar sustentada en una estrategia política clara, con ejes definidos y entendidos por todo el equipo de comunicación. Una campaña viral necesita estar apoyada en temas de agenda, en encuadres y en relatos que, a la par que comunican un mensaje orgánico al electorado, lo forman en materia social y generan mayor razonamiento para enfrentarse a la papeleta.
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Comunicador Social graduado por la Universidad del Azuay en el año 2020; apasionado desde pequeño por el periodismo, la política y las temáticas sociales. Orgullosamente latino, ha tenido la oportunidad de vivir en países como Brasil y Chile, además de su natal Ecuador. Inquisitivo y crítico, gusta de hacer trabajo periodístico que combina la fotografía y la escritura.