
“YO SOY DE LA TIERRA, COMO LA TIERRA ES DE DIOS” PABLO MOSCOSO MOSCOSO
Texto leído en la inauguración de la exposición de “Papo”,
Pablo Moscoso, en el Museo Pumapungo.
Esta exposición nace, se desarrolla y toma cuerpo por el amor y el interés por parte de las cinco hijas del artista y su familia por revalorizar la obra y vida de Papo Moscoso. Como curadora quedo agradecida que me hayan confiado la selección, el estudio y la reflexión frente a una invalorable colección custodiada por Eulalia Moscoso: esculturas, pinturas, bocetos, recortes de prensa, cartas, recuerdos familiares que no solo nos advierten sobre la riqueza de su actuar como artista, sino que nos dan luces sobre el quehacer de la escena cultural de la región y el país entre mediados de los ochenta y mediados de los 2000.
(…) Comparto algunas de mis reflexiones…
En 1968, la emblemática fecha del inicio de la revolución cultural de Occidente, nace el multifacético artista cuencano Pablo (Papo) Moscoso Moscoso a quien homenajeamos esta noche y reconocemos su trabajo como parte de la historia de arte de este país. Comparto unas pocas notas de su bio. Su niñez la pasó en su amada ciudad, en su juventud fue a vivir con su familia a Quito donde estudió en el Colegio de Artes, de la Universidad Central del Ecuador. Recordados profesores, como el escultor Jesús Cobo y el pintor Pablo Barriga considerados como artistas modernos destacados, reforzarían en nuestro joven un camino iniciado a temprana edad y advertido por su abuelo el escritor y pintor Luis Moscoso Vega. Sin embargo, sus grandes aprendizajes los logró en el proceso de hacer, juntando esfuerzos con otros colegas con los que se vinculó en Cuenca.
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A su vuelta a su ciudad natal en el 85, tenía 17 años, la escena cultural daba un giro sustancial. Se generaban instancias de profesionalización de las artes; se creaban o consolidaban las carreras universitarias de artes, diseño y museología. Las artes y los artistas plásticos jóvenes harían de la urbe pocos años más tarde, un referente importante de arte contemporáneo aupados por la puesta en escena de las Bienales Internacionales de Pintura que arrancaron en 1987. Por estos años también nacían el Museo Municipal de Arte Moderno (1982), el Museo de las Conceptas, la Fundación Paul Rivet, dedicada a las artes del fuego (1987) y este mismo Museo en 1988. Artistas como Tomás Ochoa, Patricio Palomeque, Pablo Cardoso, entre otros, no solo exponían sus primeras obras en el Puente Roto, o en espacios más convencionales como la recientemente fundada Galería Larrazábal en San Sebastián, sino que apostaban por abrirse a un mundo más cosmopolita en galerías privadas y museos de Quito y Guayaquil. Esto les permitiría ampliar sus públicos y tomar contacto con el incipiente mercado local del arte. Por esta misma línea, entre 1986 y 1987 el aún joven Papo y el cineasta Pablo Aguirre abrirían una galería juntos en la Casa Azul (Plaza de Santo Domingo), de Cuenca, que la bautizaron de Garabato.
Debido a la carencia de escultura artística en el medio, salvo la de casos aislados como el trabajo de Daniel Elías Palacio y su hijo Wolfram, la presencia de la obra de Papo, entre otros pocos jóvenes de la localidad, marcó un antes y un después en la ejecución y valoración de este medio artístico. Estas carencias probablemente indujeron años más tarde, a la entonces directora del Museo Municipal de Arte Moderno, Eudoxia Estrella, y a la artista de Guayaquil, la escultora Yela Lofredo de Klein, a organizar el I Salón Nacional de Escultura en Cuenca, en 1996. En el evento participarían 90 obras de muchos escultores en cerámica y ceramistas: Eduardo Vega, Dolores Andrade, Marcia Vásconez, Victoria Camacho, Francisco Proaño, Jorge Ortega, Paulina Baca y, por supuesto, Papo Moscoso, entre otros.
Como tantos otros, Papo trabajó en varios talleres -propios y alquilados- algunos se convirtieron en parte del circuito de la bohemia cuencana ligada a las artes. Uno de estos fue El Rodavalle en la Escalinata. Otros espacios como la Sala de Danza de la CCE donde trabajaba Sara Constante, la sala -hoy Alfonso Carrasco- de la celebrada Pájara Pinta, un grupo de títeres para niños y adultos, u otros habitués como el músico Wilson Bacacela, lograron convertirse en sitios informales de reunión donde se cocinaron sendos proyectos, donde nuestros artistas reinventaron el mundo. Estas eran las “huecas” de entonces. El teatro fue parte de estos andares. Así, Papo aceptó un encargo del citado Pablo Aguirre para una obra de Isidro Luna presentada en la Sala Alfonso Carrasco; el artista, además de colaborar con la escenografía, construyó un maniquí-mujer de hierro que se desplazaba por el escenario. Años más tarde pintaría el cielo raso de una discoteca en la calle Larga, el Voodoo Bar.
Estos contactos permanentes del artista con teatreros, titiriteros, músicos y bailarines, debieron haber influido enormemente en la selección de temas para sus obras: payasos, personajes mágicos y mitológicos, arlequines, y en la fascinación por recoger y valorar una diversidad de materiales como la fibra de vidrio, el metal, la chatarra, el cuero, las piedras, materiales que en muchos casos incorporó a algunas de sus esculturas en cerámica como la bellísima pieza que nos recibe Rumi Huma Runa (1997) de propiedad de este museo. Recoger materiales usados, basura para muchos con historia valorada por pocos, también era una forma activa de luchar contra el consumo, de estar atento a lo natural, a lo que la naturaleza nos ofrenda y a bregar por una sociedad más justa, en palabras del mismo artista. Su universo artístico fue adjetivado por él mismo como orgánico ecológico, implantando las primeras semillas de un arte más consciente que clama por el cuidado del medio ambiente.
Remirando su obra, no me cabe duda que en él aún resonaba el gran movimiento ancestralista también conocido como precolombinismo -parte de una vanguardia renovadora opuesta al realismo social- que habría irrumpido en la escena nacional desde fines de los años 50 y que se manifestó con intensidad hasta los años 80. Centrado en la recuperación de las raíces ancestrales, los artistas incorporaron símbolos, insinuaciones mágicas o rituales, e imaginarios asociados con las culturas originarias, según apreciamos en la exhibición La avanzada ancestralista, curada por Rodolfo Kronfle en el MAAC de Guayaquil.
Siguiendo por esta línea, en una muestra de conjunto en la Galería Triángulo en Quito, Papo presentó obras como el Guerrero luminoso del Quinche ataviado de elementos de metal, cuero y piedra. En aquel entonces declaró a la prensa que esta figura era parte de una colección de personajes de la mitología indígena a partir de tipos arqueológicos de la cultura Bahía. Sus criaturas, en definitiva, “mitad actores de la Comedia del Arte y mitad danzantes andinos…están revestidos de levedad, añade Cristóbal Zapata, tocados por la gracia de lo etéreo, si algo les pertenece es el cielo”. En esta muestra encontramos muchos referentes a ambos mundos.
La danza, sus piezas bailan, la música, sus piezas tocan, se escuchan. Es probable, muy probable, que el gusto por la música también se haya manifestado en medio de estas experiencias de vida y en la cercanía permanente de amigos músicos como Vladimiro (el Mizhi) Andrade. Acompañado siempre de su armónica, su mate y su gorrita de lana negra, el interés de Papo por el jazz clásico de Miles Davis, por citar un ejemplo, fue creciendo a lo largo de su vida, al igual que por el rock clásico y Nirvana. Su colección de discos pasaría a ser parte del repertorio que usó para otro lugar de entretenimiento que logró gran éxito en la ciudad: el UBU Bar en los bajos del Museo de los Metales en la avenida Solano. Algunas de las piezas como las dos Mandolinas o el Flautista presentes en esta muestra, nos permiten rememorar este importante renglón en la vida del artista. Así, los quiebres y requiebres de la música nos recuerdan sus ingeniosas ocurrencias diarias, su humor e ironía, el lenguaje de códigos que solo los íntimos conocían.
Lo imprevisible marcaría su vida asociada -por obvias razones- con el discurrir del fuego que transformaría de manera fortuita decenas de piezas de cerámica que introducía en el horno. Cuando conoció la técnica japonesa del rakú, (El rakú es una técnica usada en la cerámica japonesa a inicios del siglo XVI. Se dice que fue inspirada por la espiritualidad zen ya que se cree revela verdades o koans. Está asociada con el azar artístico en la realización del vidriado final y se quema en una cámara-horno a una temperatura aproximada de 900 grados centígrados.) compartida por su colega el ceramista Juan Guillermo Vega, se unieron varios universos históricos milenarios en un perpetuo diálogo en su obra. Alguna que otra obra como Venas rojas fue nombrada en japonés, como podemos ver al centro de la sala.
En 1999 ambos compartieron la exposición de grato recuerdo –Rakú- en este mismo Museo. De entonces, las instalaciones Ofrenda y Los cuernos de la abundancia [o de la Fortuna] resultaron centrales. Ambas -la una completa en esta exhibición- vuelven a ver la luz. Ofrenda pretendía rememorar y celebrar el abstracto lenguaje de los quipus incas. Si nos acercamos y miramos cuidadosamente los platos cerámicos de doble asa, ahora dispuestos horizontalmente, observamos en algunos, borregos pintados en extensos pastizales que nos remiten al gran sustento de nuestra época colonial a través de la producción y comercialización de textiles de lana en los obrajes-hacienda. Estos detalles y la pieza 500 años, también con nosotros, nos recuerdan al Papo crítico de la colonización y maltrato indígena y su obsesión por rescatar la vida y la tierra del otro Ecuador, aquel ancestral, aquel cuya historia con todas sus nefastas repercusiones actuales, seguía silenciada. No extrañe, entonces, que su expresionismo orgánico fuese concebido como un médium de la Pachamama.
Para la mencionada exposición Rakú de 1999, Papo, con la ayuda del joven aún Tomás Carpio, trabajó contra reloj, 12 a 14 horas diarias por un mes. Por la premura, algunas piezas salían fallidas; sin embargo, él aprovechaba el error, las restauraba y curaba realizando orificios para hilvanarlas con hilos de cobre y así resaltar “lo cosido”. Nunca fue la perfección la que buscaba, sino lo expresivo y a veces aquella deformidad que surgía tras someter la pieza al fuego, como la vida misma. Véase, por ejemplo, la cabeza Ruptura ancestral, que presentamos en esta muestra.
Además, añade su pupilo Carpio desde la China: “El ritual era fundamental para Papo, se entregaba espiritualmente a su trabajo y a modo de teatralizaciones abrazaba sus esculturas, les hablaba; se amistaba con sus piezas…Todas tenían vida y contaban historias… Repetía palabras, o les soplaba, como si las fuese a curar de espanto…” No en vano, el año de su muerte en 2006, en el que muchos escribimos sobre Papo, el historiador de la arquitectura Oswaldo Páez hacía hincapié en que sus esculturas en arcilla están “súbitamente vivas. Los labios se les mueven y lanzan inteligibles ruidos. Las miradas, reflejos vidriosos. Los cuerpos, insinuaciones de sierpe…son hieráticas, indescifrables, crueles o ahítos de placeres perversos…”
El artista nunca se detuvo: todo soporte, todo material, toda herramienta servía para crear y crear a todo momento, en cualquier lugar y circunstancia. Además de sus figuras en bulto redondo, en cerámica y madera mayoritariamente, de sus manos salían decenas de bocetos a tinta, acuarela, lápiz. “Los bocetos son como parte del proceso de la obra -decía- quizás necesarios en el sentido de tener definida una idea gráfica, el principio y la razón de la obra, o tal vez un mero proyecto”.
Durante su vida, no se apartaría del tema humano/animal, una dupleta, pasión por los caballos, el desboque…su yegua Luna, la pastora alemana Coba con quien convivía. En esencia, las partes eran el todo de una naturaleza plena; el detalle era el mismísimo milagro de ésta. En esta exposición podemos apreciar lo dicho en Hombre lobo y Mujer colmena.
La vida pasó siempre ante sus ojos asombrados, nada le era gratuito. Para finalizar cedo la palabra a Belén Andrade:
Él anduvo todas las edades del asombro, el esplendor del milagro le hería de gracia: el zumbido del mosquito, la belleza fugaz de la mariposa o la venganza de la oruga, la historia y su destino de olvido escrito en las piedras; la tierra, pariendo el fruto y el cuenco para el agua y, del temblor creador, espera, entrega, pasión, caballo azul, mujer sin rostro, ángel de alas arrancadas. Le conmovían el rayo, el trueno, la tormenta, la niebla, la garúa, la soledad de la tarde, del amanecer de cada día, los agujeros de trinos solitarios.
Alexandra Kennedy-Troya