“Caras vemos, corazones no sabemos”, es un dicho que se atribuye originalmente a los nahuas o mexicas, para quienes tenía un significado asociado a los códigos de conducta que debían regir la vida de las personas; si se obraba con rectitud, se podía cultivar una cara sabia y un corazón firme, es decir la “vida virtuosa” se reflejaba en la cara y en la tranquilidad del corazón.
La expresión se convirtió en un dicho popular del habla castellana, con un significado diferente; ya no se refiere a quien lleva una vida recta en dichos, expresiones y acciones externas e internas, sino nos alerta en el sentido de que no podemos fiarnos de la apariencia de las personas, añadiría que tampoco del discurso, pues las dos cosas pueden ser una impostura, es decir un fingimiento o un engaño con apariencia de verdad (diccionario RAE).
El dicho, me parece calza a la perfección con los candidatos a las dignidades seccionales, y con los que postulan al CPCCS -aunque de los últimos su cara poco hemos visto- pero no sólo con ellos, lamentablemente cada vez es más necesario recordarlo o aprenderlo, para que ojalá, manteniéndonos alertas, no seamos timados en exceso.
La mayoría de las caras que vemos en la propaganda electoral, muestran la que seguramente será su mejor sonrisa, los y las candidatas parecen estar felices, viendo la vida de colores, en armonía consigo mismo y con el mundo, la mayoría parecen buenas y simpáticas personas –obviamente esto ya es parte de la apreciación subjetiva, pues quien me parece simpática a mí puede que para usted que lee está columna sea un auténtico “plomazo”-.
De todas maneras para dirigir el gobierno cantonal o provincial, lo esencial no es la simpatía o el carisma, hace falta como mínimo: preparación; experiencia; conocimiento de las necesidades, problemas y potencialidades de la ciudad o la provincia y de la gente que en ellas habitamos; compromiso de servicio; voluntad de brindar el mejor y mayor esfuerzo en pos del bienestar colectivo; capacidad y honestidad intelectual y de acciones; que no haya sombra de duda sobre su accionar y trayectoria pública y privada…
En el discurso, todos/as dicen ser la mejor opción, en ofertas no escatiman: van a resolver los problemas de movilidad, seguridad, generación de empleo, acceso a la educación, defenderán el agua, se muestran como feministas, animalistas, inclusivos, ambientalistas, respetuosos de las diferencias, tolerantes y “agradecidos” con la crítica, harán lo que los otros no han hecho…
Los datos de las últimas encuestas que se podían publicar, señalan que a una semana de la elección más de un cuarenta por ciento de los electores no ha decidido su voto, lo que permite colegir que los/las candidatos/as no convencen, en mucho creo se debe a que nos planteamos que “caras vemos, corazones no sabemos”; o, en otros casos porque, caras vemos y corazones sabemos.
El domingo estamos obligados a acercarnos a las urnas y votar, en la soledad del acto electoral -si no lo hemos hecho antes- deberemos decidir, algunos quizá marquen el casillero en el que ven una cara que les llame la atención, otros se inclinarán por el color que les guste, unos cuantos descartarán y votarán por el que consideren el mal menor, otros tantos marcarán todas las casillas sin saber a ciencia cierta lo que eso significa, algunos con conciencia de lo que hacen anularán el voto y los demás doblarán las papeletas sin ninguna marca, cumpliendo con ello la obligación legal.
Si el voto no fuese un derecho que se ejerce obligatoriamente, probablemente la mayoría de población no iría a votar. Obtener el certificado de votación, sin pagar multa por no presentación el día de las elecciones, es en realidad el aliciente más común para salir el domingo, pues probablemente tocará hacer largas filas, soportar un sol canicular y quien sabe pasar uno que otro mal rato producto de la “viveza criolla” y el irrespeto que caracteriza a nuestra sociedad, pues sin el certificado no se puede casi ni subir al transporte público.
No son nuevas la apatía ni el fastidio que se manifiesta en un gran número de electores, pero sí más generalizados, sin duda mucho tiene que ver las “reglas del juego”, excesivo número de candidatos, demasiados movimientos políticos, falta de cultura cívica y política de candidatos y electores. En la mayoría de cantones y provincias del país quien gane la elección lo hará con un reducido porcentaje de votos, lo que genera falta de legitimidad y los enormes problemas que venimos teniendo hace algunos años a nivel nacional.
Hay que trabajar en una reforma legal profunda, más bien en una nueva ley electoral que impida los partidos y movimientos de alquiler, los candidatos “invitados”, que fortalezca el sistema de partidos y que establezca requisitos de militancia, formación política y mínimo conocimiento de lo público, para acceder a una candidatura. No se puede seguir haciendo lo mismo y esperar que la realidad cambie.
Para incentivar aún más la reflexión, les comparto una cita de un libro de Eduardo Galeano que como suele suceder me encontró escribiendo este artículo. En las Palabras Andantes, Ventana sobre las dictaduras invisibles… Galeano dice: “La libertad de opinión te permite escuchar a los que opinan en tu nombre. La libertad de elección te permite elegir la salsa con que serás comido.”
Imágenes: www.vistazo.com
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.