He tomado prestada la bellísima obra de Fernando Aramburu, Autorretrato sin mí, en la que nos cuenta que gracias en gran parte a la literatura, a la poesía, a sus autores, vive “en un paisaje ético”. Ojalá pudiéramos decir eso de quienes nos gobiernan, de quienes nos dirigen, de la gran mayoría de personas que habitan en nuestra comunidad, en la ciudad, el país y el mundo, ojalá no tuviésemos que nombrar casi a diario la palabra ética, que de tanto usarla va horrorosamente perdiendo significado, se vuelve poco menos que un lugar común, algo que se menta y la mayoría no la reconoce, no la vive.
Ojalá ese paisaje ético del que habla Aramburo, se hiciera realidad en el comportamiento individual y colectivo. Que dejemos de ver y escuchar sin aborrecer a los corruptos, como se regodean de sus atropellos e incluso de sus delitos.
He pensado muchas veces que con suerte pudiésemos -como hace Aramburo-, mirarnos desde fuera, poner distancia de nosotros mismos y juzgar nuestras actuaciones. Que útil sería que aquellos políticos, jueces, servidores públicos o privados, pudieran verse, como los vemos los que nos sentimos y sabemos estafados con sus actuaciones.
Que distinta sería la realidad local, nacional y mundial si los hombres y mujeres, sobre todo los que gobiernan las ciudades, las regiones, los países, pudieran hablar “con sus sombras en confianza y de corazón, como hablan los amigos”, porque entonces sabrían que lo que han hecho estuvo bien, no perjudicaron, no robaron, no se aprovecharon de su cargo, de su transitoria condición. Si pudieran hacer lo que propone Aramburo, no necesitarían guardias, parafernalias, aduladores o vasallos, sino buscarían “seres humanos cuya mirada los limpie”, porque transmiten autenticidad, no lisonja, es decir amigos o colaboradores sinceros, que les digan la verdad, no lo que quieren oír. Quizá si apelaran a la bondad -que nos han dicho es innata-, entonces podrían salir a la calle metiendo “en los bolsillos unas tiras de sosiego” y no recursos ajenos. Ojalá nos encontráramos todos, principalmente los gobernantes “polvorientos de humanidad”.
Sería maravilloso, que algunos que nos gobiernan, dejarán de admirarse, de auto complacerse, abandonaran su narcisismo y con honestidad reconocieran “lo duro y lo humillante que es mirarse algunos días en el reproche del reflejo”, sin justificarse o tratar de convencerse de que mientras más pillo más bacán. Comprendieran que, por sus obras los conoceremos -lo dijo Jesús en el Sermón de la Montaña-, no hace falta imprimir su nombre en todas partes, pues no hay “montañita menos consistente que el propósito de persistir en la memoria ajena ni eternidad más corta que prolongarse en el nombre cincelado sobre una piedra.” Quien no es –del verbo ser- por sí mismo, necesita notoriedad impostada. Quien cree “valer” por la dignidad que ostenta o el cargo que ejerce, sabe en sus adentros que poco significa sin ellos.
Espero poder ver un día, un(a) presidente sin exceso de seguridad, alcaldes que caminen por las calles de la ciudad, solos, cercanos, compartiendo, escuchando, mezclándose con sus conciudadanos para saber que piensan, que necesitan, incluso que quieren de sus autoridades, que ostenten con orgullo y con humildad la nominación de ser el primer ciudadano, el primer personero, que se conviertan en ejemplo, a quienes se les reconozca por su tenacidad, su compromiso, su capacidad de liderazgo, su inteligencia, por su bien hacer y por hacer el bien.
Deseo que cada vez sepamos elegir mejor, que los partidos y movimientos políticos nos respeten lo suficiente para postular candidatos que tengan una trayectoria, probidad notoria, que merezcan asumir el cargo al que aspiran. Que no nos condenen a la triste tarea de escoger pensando en el mal menor. No más improvisados, no más arrogantes, sí personas que tengan claro que nadie es indispensable ni definitivo, que no quieran emular a Luis XV a quien se le atribuye haber dicho “después de mí el diluvio”, sino más bien a Aramburo “De mi podrán decir cualquier cosa salvo que fui definitivo” a lo que debería añadirse, ni corrupto.
Sigamos hablando, sigamos diciendo, porque “de guardar silencio, de estar mudos para siempre, ya habrá tiempo en los infinitos días que amanezcan sin nosotros”.
Portada: tomada de https://www.elperiodico.com/
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.