Entre la sombra y la sombra, la media luz, la sobremesa, foco con grasa, luz amarilla, algún papel… Papel amarillo, Volkswagen amarillo.
Entre la vela y la sombra, el sombrero; entre la sobremesa y algún papel, el Volkswagen amarillo te encuentra caminando en ese momento de la tarde en que los hilos dorados se truecan en plata y entras por una calle que hace noche y sales por otra que hace día, como el sol y la lluvia; entras por la calle de una ciudad y sales por el parque de otro país; pasas por 1984 y te das una vuelta por 1930 en una tertulia de tu abuelos; abres los ojos y estás en esa casa en que los techos y las paredes se agrandan y achican, allí nos encontramos los vivos con los muertos entre risas y banquetes, están allí los mejores manjares y las almohadas más eróticas y más exóticas, nombra a quienes partieron porque al nombrarlos vuelven y vuelven todos los tocayos, los buenos y los turros, yo por mi parte cuando los nombro siempre pienso en los buenos hermanados por el sonido ¿a qué tantos escrúpulos?, ¿no somos acaso primos en algún grado veinticinco con los suecos y los polinesios pasando por los de Tanzania?
Dicen que hace setenta mil años quedaron solo dos mil individuos humanos vivos y de ellos venimos todos, prevalecen los más aptos, no los mejores, hablando en oro, los mañosos, los más mañosos, algún mal pensado dice que nuestros antepasados cromañones se almorzaron a sus primos neandertales y que nuestro condición de carroñeros hizo desarrollar nuestras habilidades manuales, piedras y martillos para romper los huesos y chuparles la médula porque los músculos y los órganos ya habían sido devorados por tigres y aves de afilado pico y fueron las sequías las que provocaron que nuestro cuerpo erguido se sostenga sobre las plantas de nuestros pies, un metros y medio, un metro con ochenta, o dos metros en perfecto equilibrio sobre una base de quince centímetros, maestría del equilibrio que en el tiempo de los tiempos largos lo aprendimos en dos millones de años y que ahora que los tiempos son cortos lo aprendemos en los dos primeros años de la infancia.
Nombrarles para que vuelvan los que partieron y para tributar a los que permanecen, los pensamientos tienen peso, masa y volumen dice Alfredo; sí, tienen peso y volumen, pero atraviesan paredes y cemento y tienen también su propio territorio, nombra a los que partieron para que vuelvan y volverán con la suma de las memorias, nombrarles y darás tributo a los que permanecen y comparten su nombre, soy todos los panchos y eres todos los pepes.
En la legalidad leguleya nacida del pisar cabezas y de la ilusión de poseer, no prevalecen los mejores sino los más aptos, no los de la respuesta lúcida sino os de la respuesta rápida, los que pegan más duro o los que llegan primero, no los mejores, ¿podemos traer a los mejores? Sí, nombrándoles, aunque con ellos vengan también los turros. Creo que ya es hora, el volkswagen amarillo me devolverá al lugar donde me encontró.
Actor quiteño, vive en Cuenca desde 1990. Con cuarenta años de experiencia ha participado en numerosas obras de teatro y producciones cinematográficas, logrando algunos premios durante su trayectoria profesional. Ha sido instructor de varios talleres, ha publicado artículos en revistas especializadas y, en la actualidad, es miembro de la Compañía de Teatro de la Universidad del Azuay.