Ecuador habló con una claridad que el poder no puede darse el lujo de ignorar. El NO mayoritario a las propuestas del Ejecutivo no fue un capricho ni una rabieta política: fue un límite. Un freno ciudadano frente a un gobierno que parece haber perdido de vista a quienes sostienen este país todos los días: los más pobres, los más vulnerables, los más golpeados por el abandono estatal.
El referéndum se desarrolló en un país exhausto. Con hospitales al borde del colapso, escuelas que sobreviven gracias a la voluntad de padres y maestros, carreteras que se desmoronan, comunidades sitiadas por la violencia y una desnutrición infantil que rompe cualquier pretensión de normalidad. En ese escenario, la ciudadanía no votó contra la gobernabilidad; votó contra la desconexión. Contra la sensación de un Estado que legisla desde arriba mientras las urgencias siguen abajo.
Este NO no es un portazo: es una advertencia. La ciudadanía no está castigando al gobierno; le está exigiendo que vuelva a mirar el país real. Que deje de gobernar por impulso, por cálculo o por fidelidad a intereses que no son los de la mayoría. Que entienda que no se puede pedir respaldo popular mientras se deja que la precariedad avance como si fuera un fenómeno inevitable y no el resultado de decisiones —o de la ausencia de ellas.
La esencia de la democracia no es administrar resultados electorales favorables; es escuchar cuando la respuesta es incómoda. La legitimidad se sostiene en la capacidad de corregir el rumbo, no en la insistencia de discursos autocomplacientes. Y hoy el mensaje es nítido: la gente no quiere más improvisación, más polarización ni más distancia entre el discurso oficial y la vida cotidiana.
Corresponde ahora al Ejecutivo decidir si responde con la madurez que exige el momento. El país no necesita un gobierno a la defensiva, sino uno que entienda que la inequidad no se combate con slogans ni con despliegues militares, sino con políticas públicas que lleguen a quienes llevan años esperando atención. Seguir gobernando desde la comodidad de los grupos privilegiados sería una negación directa del mensaje de las urnas.
El NO no clausura nada. Abre las puertas que el país ha postergado demasiado tiempo: ¿a quién está sirviendo realmente el Estado? ¿Quién queda fuera de sus prioridades? ¿Cuántos años más se pedirá paciencia a quienes ya no tienen margen para esperar?
La ciudadanía cumplió con su parte: habló con claridad, sin violencia, sin dobles intenciones. Ahora la pregunta es si el Ejecutivo tendrá la altura para reconocer ese mensaje sin buscar enemigos imaginarios, sin represalias soterradas, sin excusas.
Ecuador no puede permitirse un gobierno que le dé la espalda a su propio pueblo.
La ciudadanía ya habló.
La cuestión —urgente, ineludible— es si esta vez el poder va a escuchar.
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Johnny Jara Jaramillo, Cuenca 1956. Estudió Literatura en la Universidad de Cuenca y Musicología en la PUCE. Fue profesor de Literatura en el Colegio Benigno Malo de su ciudad y en el Colegio Agustín de Azkúnaga en Isabela-Galápagos. En Nueva York asistió a varios cursos sobre Literatura inglesa en la Universidad de Columbia y ha colaborado con varias revistas de literatura en Estados Unidos, México, Colombia, España y Finlandia. Es parte de Moderato Contable, antología de narradores cuencanos del Siglo XXI, Antología de Narradores ecuatorianos del Encuentro nacional de narradores ecuatorianos, en Loja 2015. Su libro “Un día de invierno en Nueva York” es su opera prima.