Diario El Mercurio, 1983
Destinado a todos lo que, de algún modo, son responsables de la paz del mundo, el Romano Pontífice envía un mensaje para la décima sexta Jornada Mundial de la Paz, con un tema que interpela conciencias y conmueve todo sentido de responsabilidad social. Partiendo de la necesidad del diálogo como condición esencial para conseguir paz en cualquier orden humano, Juan Pablo II convoca el testimonio verídico de la historia para demostrar la eficacia que en todo el tiempo tuvo el diálogo para lograr, fundamentar y mantener la paz social, nacional e internacional.
Si necesario, el diálogo es también posible siempre posible: nunca pierde plazo, sitio y urgencia la palabra, que nace de la naturaleza profunda del hombre. Creyente o descreído saben que la palabra lleva siempre al fono humano, en donde a pesar de cualquier endurecimiento circunstancial, hay sentido de bien, de justicia y equidad, amor y esperanza, que pueden convertirse a través del diálogo en razón de concordia, estabilidad, entendimiento social y armonía comunitaria.
Pero para que el diálogo tenga esa eficacia debe estar dotado de cualidades, por todos buscados y reconocidos, como premisa de entendimiento y comprensión. Según Juan Pablo II esas cualidades son: primero, “la búsqueda de la verdad, la bondad y la justicia” para todo hombre y todo grupo, para el solidario y para el adversario sin exclusión alguna sin discrimen de ninguna especie. Segundo “la apertura y acogida” similares, que demuestre sinceridad en el que plantea y sencillez en el que acoge la palabra dialogante. Tercero, la aceptación de “la diferencia y especificidad del otro”, condicionamos a dialogar con tal persona o sociedad y sus típicos condicionamientos singulares. Cuarto, la búsqueda de “valores comunes” y comunitarios, reanimando el sentido cristiano de “prójimo” en todo dialogante. Quinto, no puede darse un diálogo que no intente encontrar la paz “por miedos” adecuados a ellos, es decir, “pacíficos”. El diálogo violento no construye nada. El diálogo pacificador dice Juan Pablo II, “es una apuesta a favor de la sociabilidad de los hombres”. El Pontífice piensa que un diálogo que se realiza en menos términos no es una quimera: “la virtualidad política de tal diálogo no puede menos de dar frutos a favor de la paz”.
Sin embargo, debemos estar en aptitud previsiva frente a los comunes obstáculos del diálogo y a los falsos diálogos impuestos por la tiranía ambiental. Es frecuente colocarse en situaciones de dureza y sobre seguridad tiranía, para tratar cual que consideramos menor y subdesarrollado, en un falso diálogo que apenas consiste en la promulgación de la voz más fuerte, del criterio más económicamente sólido, del interés imperante. En esos casos el llamado diálogo es un mecanismo fuerte utilizado por los falsos sentidos de “soberanía y seguridad de Estado” o por las empresas que confunden su propaganda con la voz del necesitado.
No es menos común aquella falsa forma de diálogo que se inicia con lo que Juan Pablo II llama “la mentira táctica y deliberada, que abusa del lenguaje, recurre a las técnicas más sofisticadas de propaganda, enrarece el diálogo y exaspera la agresividad”. El Pontífice escribe palabras ondas sobre determinadas “ideologías” que, “a pesar de sus declaraciones se oponen a la dignidad de la persona humana”, creando bloques de incomunicabilidad, que paralizan las relaciones internacionales y favorecen la carrera armamentista. Pero aun con ellos, con estos “ideólogos”, se debe intentar un diálogo que los desarme.
El Romano Pontífice asegura que el diálogo debe ser nacional e internacional. No puede haber paz interna en aquellos países en los que el poder de hecho a parta al gobernante de pueblo y lo constituye evaluarte de intereses parciales. Si el diálogo no abre caminos nacionales de entendimiento, deberíamos estar seguros que su ineficacia va a ser mayor en lo internacional. Por esa misma razón, el diálogo interno, propicia la comunicación internacional, colocando a las naciones dialogantes en líneas similares de sinceridad y veracidad.
Es imprescindible que el diálogo internacional tengo objetivos prioritarios permanentes y entre ellos, se debe dar categoría absoluta a los que se refiere a la vigencia indeclinable de los “derechos fundamentales” de la persona humana, a “la justicia” en todas sus exigencias tanto de orden personal con comunitario, a la “vida económicas” que crea tantas injustas dependencias y no propicia la serena independencia creadora del individua y la comunidad. no puede estar fuera del diálogo internacional el tema de la evidente e inocultable “carrera armamentista” que ha militarizado la economía mundial, la sabiduría, la ciencia y la tecnología.
Concluye Juan Pablo II su mensaje de Padre, con un llamado urgente a los responsables de la paz del mundo y sobre todo a los que son cristianos, para que encuentren que “el diálogo por la paz es un urgencia para nuestro pueblo”.