Corría el año de 1791 y Cuenca, por aquel entonces, se proyectaba como una pequeña ciudad de alrededor de 10.000 habitantes en plenos Andes ecuatoriales, la cual no se extendía más allá del río Tomebamba. Era un entorno que gravitaba rededor de la religión y donde la explanación de cualquier fenómeno se valía de una gnoseología proveniente del mito. De forma aparente, en esta urbe de reducidas dimensiones todo acaecía con calma y, con seguridad, dicha característica sumada la escasa población generaba que todo acontecimiento, por efímero que fuera, rápidamente se convierta en vox populi.
Así, el 18 de enero del año mencionado, sin lugar a dudas, la urbe se encontraba un tanto conmocionada y la razón era que cuatro curas agustinos habían sido inculpados de vivir en concubinato; en ese momento, la iglesia de San Alfonso perteneciente a la Orden de Redentoristas no existía, en cambio había un templo de factura mucha más modesta propiedad de la congregación que nació bajo los ideales de san Agustín de Hipona y donde residían los frailes acusados de faltar a su voto de castidad.
Durante varios días se recabaron testimonios de diferentes personas que permitan esclarecer estas serias acusaciones en contra de cuatro religiosos: Joseph de Orellana, Ignacio Fernández, Isidro Herrera y Nicolás Sarmiento. Del primero se informó que mantenía concubinato con Justa Pinos y que, además, se ha oído que con María Josefa Coronel y que “…una veces come donde la una y otras donde la otra, siendo la de asiento la Pinos…”, situación que causaba admiración debido a la avanzada del clérigo. Del segundo se acotó que mantenía correspondencia con Rosa Miranda; mientras que del tercero se enfatizó que se lo había visto con dos mujeres: una india de Déleg y una cañareja llamada Rosa, con esta última se afirmó que el romance era público en el sitio de donde ella era oriunda. En cambio, al cuarto se lo vinculó con una mujer llamada Ignacia, a quien había traído de la provincia de Chimbo y decía que se trataba de su sobrina, y es bien sabido que “ella, lo cuida y mantiene y recíprocamente se asisten y a donde sale el Padre la lleva consigo…”, y que para más señas “…María Díaz, mujer española, […] testificó que de ebrio él mismo le había declarado que no era su hija sino su concubina…”.
Este breve relato lo elaboré en base a una relación que contiene un juicio que localicé en el Archivo Histórico de la Curia Arquidiocesana de Cuenca. Así, decidí hacer una publicación en mis redes sociales personales sobre este hallazgo, ya que este tipo de información tan curiosa considero importante divulgarla. Al poco tiempo, el post tenía varias reacciones y comentarios, uno de ellos, de alguien también dedicado a la investigación, enfatizaba que aún en el siglo XX fue común que ciertos curas llevarán “…de la mano sus criaturas sin rubor alguno, el obispo callaba por estar en la misma situación. No se les llamaba concubinas sino mozas…”; esto me pareció de gran interés, ya que al ser hace, relativamente, poco tiempo que todavía se daban este tipo de escenarios, permite hacer un repaso desde la historia de las mentalidades rededor de ese tema y cotejarlo con otros sectores ecuatorianos. Definitivamente, estas formas idiosincráticas locales, de un pasado no muy lejano, dan pie para comprender el porqué la sociedad actual posee ciertas maneras de actuar y, por ende, unas dinámicas muy bien definidas.
En este contexto, otro de mis contactos añadió que décadas atrás “…había un monasterio en Cuenca donde íbamos los jóvenes gays de esa época a copular con los curas de ese sitio, todos eran homosexuales e incluso hacían tours a ciudades aledañas para recolectar jóvenes mancebos y vigorosos…”. Este comentario, sin duda, llamó más poderosamente mi atención, ya que proviene de alguien que lo vivió de primera mano y, por ende, se constituye en tradición oral, un método que en la historiografía posee gran valía y aceptación; el mismo al unirse con los datos que los investigadores vamos hallando en los archivos consiente hacer análisis variados e inferir diversidad de situaciones. A mí en lo personal visualizar esa relación de poder de la iglesia con el resto de la sociedad y como esta última ha aprovechado de dicha coyuntura, me parece súper interesante y digna de difundirse, con miras a una concientización que nos haga a todos más humanos y sobre todo menos esclavos de cualquier ente institucionalizado.
Para finalizar quiero subrayar que yo no me determino en ninguna fe, mi cosmovisión se alinea más a lo que, comúnmente, denominamos ateísmo; sin embargo, sé que muchas personas practican y se sienten identificadas con la fe católica, así con este tipo de información tan controversial, lo que se debería propender, desde mi perspectiva, es que dicha institución busque nuevos resquicios de apertura y reinvención, los cuales la hagan una iglesia más justa, equitativa y donde todos tengan cabida. Por ejemplo, creo que el tema de la castidad es algo que debería reverse, así como el hecho de que gente abiertamente homosexual pueda ejercer el ministerio sacerdotal. De a poco, las personas vamos ganando conciencia en diversos tópicos y por regla general una humanización, y aunque cosas gravísimas han pasado en lo clerical, pienso que la naturaleza humana carece de maldad, sino que, más bien, tantas reglas y condiciones alejadas de su esencia han sido, en parte, responsables de generar ambientes nocivos, ideales míticos y, por añadidura, comportamientos execrables lo que, de manera inevitable, ha desembocado en tantos escándalos.
Humano curioso, observador y pensador innato. Amante de la historia, cultura y geografía. Licenciado en Gestión Cultural por la Universidad de Los Hemisferios (Quito); máster en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla (Sevilla); especialista en Gestión de Museos y Centros Culturales por la Universidad del Azuay (Cuenca). Se dedica a la investigación de manera independiente y su área principal de indagación está centrada en la historia arquitectónica, social y cultural de la capital azuaya y sus alrededores.