ESPERANDO A GODOY
En Ecuador, cuando un funcionario está inmerso en un escándalo, no huye: aplaza. No se esconde: posterga la fecha. No da explicaciones: dilata la espera.
Mario Godoy, presidente de la Judicatura, ha sido llamado por la Asamblea para que explique ciertas irregularidades que flotan a su alrededor como moscas en un cuarto cerrado. El pedido es simple: venga y explique. Pero no. En lugar de eso, nos dicen que Godoy vendrá en ocho días. O tal vez no. Pero seguro mañana. O pasado. O cuando corresponda.
Y ahí estamos nosotros.
El pueblo ecuatoriano convertido, sin quererlo, en Vladimir y Estragón, sentados al borde de la carretera institucional, bajo el árbol seco de la justicia, esperando a Godoy. No a Godot. A Godoy. Que es casi lo mismo, pero con sueldo público.
—¿Vendrá hoy?
—Dijeron que no.
—¿Mañana?
—Mañana seguro.
Mientras tanto hablamos de todo menos de lo esencial. Discutimos si la justicia existe, si la Asamblea sirve, si la indignación cansa más que la resignación. Jugamos a indignarnos en redes, a olvidar en la noche, a repetir al día siguiente. Pensamos en irnos, en dejar de esperar, pero siempre pasa algo: un comunicado, una rueda de prensa, una nueva fecha. Y nos quedamos.
Esperar se ha vuelto una política de Estado.
La comparecencia de Godoy no es un acto judicial: es una puesta en escena. El aplazamiento no es un detalle administrativo: es la obra misma. Porque mientras esperamos, nada ocurre, y eso es exactamente lo que se busca que ocurra.
En Beckett, al final de cada acto, aparece un niño para decir que Godot no vendrá hoy, pero que mañana seguro sí. En Ecuador, no llega un niño: llega un vocero, un asesor, un boletín con membrete. El mensaje es idéntico. Cambian las corbatas, no el libreto.
Y pasan los días.
La espera desgasta más que la mentira. La dilación es una forma elegante de la impunidad. Cada jornada que pasa la indignación se enfría, la memoria se encoge, el escándalo envejece. Cuando Godoy llegue —si llega— ya no seremos los mismos: estaremos cansados, distraídos, entrenados para esperar al siguiente.
Porque aquí la justicia no se administra: se aplaza hasta que deje de importar.
La verdad no se investiga: se deja fermentar.
La responsabilidad no se asume: se oxida al aire libre.
Al final, bajo el árbol, algo cambia. No llega Godoy. No llega nadie. Pero nosotros ya no preguntamos. Seguimos sentados. Hemos aprendido el papel. La espera nos ha domesticado.
El árbol ya no da sombra.
La carretera ya no conduce a ningún lado.
Y nosotros ya no esperamos justicia: esperamos instrucciones.
Godoy no llega.
Sabe algo que nosotros fingimos no saber: que un pueblo que espera de rodillas ya no exige de pie.
Portada: imagen tomada de https://acortar.link/sxzFmX
Johnny Jara Jaramillo, Cuenca 1956. Estudió Literatura en la Universidad de Cuenca y Musicología en la PUCE. Fue profesor de Literatura en el Colegio Benigno Malo de su ciudad y en el Colegio Agustín de Azkúnaga en Isabela-Galápagos. En Nueva York asistió a varios cursos sobre Literatura inglesa en la Universidad de Columbia y ha colaborado con varias revistas de literatura en Estados Unidos, México, Colombia, España y Finlandia. Es parte de Moderato Contable, antología de narradores cuencanos del Siglo XXI, Antología de Narradores ecuatorianos del Encuentro nacional de narradores ecuatorianos, en Loja 2015. Su libro “Un día de invierno en Nueva York” es su opera prima.