PROMOCIÓN EN TIEMPOS DIFÍCILES
Artículo publicado en diario El Mercurio en 1998
Todos estamos de acuerdo en calificar el tiempo que vivimos como radicalmente difíciles. Esa radicalidad le viene, como la etimología lo insinúa, del sutil enredamiento de las raíces de cuanto acontece en lo político, económico y social. El declive notable de todo el orden económico trae consigo lógica inestabilidad de la conducta, angustias, intranquilidad, miedo. Las irregularidades políticas a las que se le sujeta al pueblo desde poderes indefinidos, producen una pérdida total de confianza cívica. Una sociedad sin norte comunitario, sin visión de porvenir, sin aliento de estabilidad y de respeto, se enraíza en egoísmos profundos.
Reconocer la situación, tener una visión real de lo que acontece y de sus motivos, responder a esa visión y situación con adecuada oportunidad y con ánimo de colaboración, es la única posición social que cabe en tiempos difíciles. Todos los tratadistas de ética comunitaria y los estudiosos de la conducta social, han discurrido abundantemente y con reconocido acierto, sobre ciertas líneas de humanidad que permiten fijar normas de convivencia adecuadas a las dificultades, que no supongan tolerancia del mal e importen aprovechamiento del fondo sano que siempre hay, pese a todas las crisis y culpas, en la conciencia comunitaria.
En algunos documentos del actual Pontífice, especialmente en los relacionados con la justicia social y de modo singular en los que preparan el advenimiento de un nuevo siglo de frente a una sociedad afligida por gravísimos problemas, la mayor autoridad moral del universo exige de los auténticos cristianos un ejercicio de serenidad y valentía personal y comunitarias, para mirar aún lo desastroso con ánimo dispuesto a leer las lecciones y exigencias de cambio y los aportes de confianza que para ese cambio entrega el mismo hombre inmerso en el fracaso, en la derrota o en la desolación. Pese a todo problema, el hombre sigue creyendo en el hombre.
Esta realidad ha determinado el recrecimiento y búsqueda de todos los pueblos y mayorías individuales de toda naturaleza étnica, económica y cultural, de la vigencia de los derechos humanos y de la presencia valiente, serena y optimista de quienes sirven como vocación a esos derechos y se comprometen en la lucha cívica por su vigencia. La Buena Nueva presente se deja anunciar y promocionar en el mundo desde los Derechos Humanos. Los que tenemos el don de la fe, debemos aceptar y confesar que los Derechos Humanos constituyen revelación cristiana de humanidad e implican profesión humana de cristianismo o de fundamental creencia en los valores superiores que le hacen hombre al hombre. Por eso, en tiempos difíciles, como los que estamos viviendo en toda geografía o latitud, se impone como norma de moral y principio de ética una fiel promoción de las personas y comunidades en la más adecuada vigencia de sus derechos a la estabilidad, a la dignidad, a la libertad y soberanía. En tiempos difíciles, esta vigencia desarrolla al pueblo más limitado en el camino de la justicia y la paz. Y eso basta.
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