EL PELIGRO DEL SÍ
Las calles y carreteras están llenas de soldados, hay vehículos blindados frente a los ministerios, policías en los parques, en las playas. Me pregunto cuándo nos acostumbramos a vivir rodeados de uniformes. El país parece haber aceptado la idea de que la paz solo se consigue con fusiles. Pero bajo esa sensación de orden aparente late un temor mayor: que, en nombre de la seguridad, estemos dispuestos a entregar la libertad.
En pocos días iremos a las urnas. La consulta popular, presentada como la vía para reformar la Constitución, puede redefinir la estructura política del Ecuador. Quienes impulsan el Sí lo hacen apelando al miedo, a la urgencia y a la necesidad de “mano dura”. Pero detrás de ese discurso se esconde una pregunta más profunda: ¿qué tipo de país queremos ser cuando pase la tormenta?
La violencia que atraviesa al Ecuador ha sido real y devastadora. Sin embargo, la respuesta oficial ha sido militarizar la vida civil. Los estados de excepción se han vuelto costumbre, y las fuerzas armadas, antaño guardianes de la soberanía, hoy patrullan barrios, controlan cárceles y deciden quién pasa y quién no por una carretera.
La historia latinoamericana es clara: cuando el poder se acostumbra a resolverlo todo con uniforme, la democracia se vuelve rehén del miedo. No es que el ciudadano confíe en los militares, sino que ha perdido la esperanza en las instituciones civiles. Y ahí radica el peligro. Porque cada tanque que entra en la calle deja menos espacio para la justicia, para la prensa, para la voz que disiente.
Si gana el Sí, la seguridad podría convertirse en el argumento total: el comodín para justificar la concentración de poder, la vigilancia masiva y la disolución de los contrapesos. Ninguna dictadura se presenta como tal al principio; todas nacen prometiendo orden.
La independencia judicial —ya frágil— sería una de las primeras víctimas. Las reformas podrían permitir al Ejecutivo rediseñar los organismos de control y modificar los mecanismos de nombramiento de jueces y fiscales. La consecuencia es previsible: un sistema judicial alineado con el poder político, no con la ley.
La democracia no muere cuando un presidente se declara dictador; muere cuando los jueces dejan de ser incómodos. Cuando los fallos se ajustan al interés del gobierno de turno, la ley deja de ser escudo y se convierte en espada.
En ese escenario, cualquier disidente —sea periodista, líder indígena o ciudadano crítico— puede ser señalado como enemigo del orden y etiquetado como terrorista.
La justicia, si pierde su autonomía, no solo deja de proteger al ciudadano: lo desarma.
El tercer frente está en la economía. Durante años, el país ha visto cómo el discurso del “dinero privado” ha ido ganando terreno incluso dentro de la Seguridad Social. Hoy se sostiene que los fondos del IESS, al provenir en parte de las aportaciones del sector privado, pertenecen a los empleadores y no a los trabajadores. Con ese argumento, el Banco del IESS —el BIESS, creado para fomentar vivienda, educación y emprendimiento social— ha pasado, en la práctica, a operar bajo la lógica de la banca privada. Y muy pronto vendrá la privatización de la salud.
Si se aprueban reformas que consolidan la concentración de poder económico en manos de pocos, el principio solidario que sostiene al Estado se diluye. Lo que fue ahorro colectivo se transforma en capital financiero. Y cuando el capital sustituye al ciudadano como medida del valor, la democracia pierde su ancla ética.
El Sí, en este terreno, podría acelerar esa transformación: un país donde la rentabilidad se impone sobre el bienestar, y donde la justicia social deja de ser un derecho para convertirse en un costo.
En medio de esta marea autoritaria, las comunidades indígenas, los defensores ambientales, los movimientos feministas y las organizaciones de derechos humanos siguen alzando la voz. Son, quizás, los últimos guardianes de una democracia que aún respira.
Han denunciado la intimidación estatal, la persecución judicial y el silenciamiento mediático. Su resistencia no es solo política: es cultural, espiritual y ecológica.
Si gana el Sí, esas voces podrían quedar más expuestas. No porque la ley las prohíba, sino porque la nueva arquitectura del poder podría volverlas irrelevantes. Y una voz ignorada es, al fin y al cabo, una voz silenciada.
No se trata solo de una consulta. Es un momento fundacional: decidir si queremos un Estado que confía en sus ciudadanos o uno que los vigila.
El Sí promete una cuestionable eficacia y eso podría costarnos la independencia de los poderes, la transparencia y la diversidad política.
El No, por su parte, es un acto de defensa: una forma de recordar que la democracia se cuida no con fusiles, sino con ciudadanos atentos.
La libertad no se pierde de golpe; se erosiona. Primero, cuando dejamos que nos gobierne el miedo. Luego, cuando callamos por cansancio. Y al final, cuando ya no distinguimos entre autoridad y autoritarismo.
A veces me pregunto si aún confío en el Ecuador.
Sí.
Confío en la gente que conversa en los mercados, en los jóvenes que marchan sin violencia, en los profesores que siguen enseñando civismo aunque nadie se los pida.
Confío en quienes todavía creen que la política puede ser un acto de servicio y no de poder.
Confío, sobre todo, en la memoria: en la capacidad del país de recordar que cada vez que entregamos libertad a cambio de seguridad, perdimos ambas.
Por eso, más allá de la papeleta, este es un momento de conciencia.
No se trata solo de votar: se trata de mirar, de pensar, de exigir.
El Ecuador no necesita un nuevo amo; necesita ciudadanos despiertos.
Y si cada uno hace su parte, quizás logremos que la historia no se repita, sino que despierte.
Portada: imagen tomada de https://n9.cl/ajo4o
Johnny Jara Jaramillo, Cuenca 1956. Estudió Literatura en la Universidad de Cuenca y Musicología en la PUCE. Fue profesor de Literatura en el Colegio Benigno Malo de su ciudad y en el Colegio Agustín de Azkúnaga en Isabela-Galápagos. En Nueva York asistió a varios cursos sobre Literatura inglesa en la Universidad de Columbia y ha colaborado con varias revistas de literatura en Estados Unidos, México, Colombia, España y Finlandia. Es parte de Moderato Contable, antología de narradores cuencanos del Siglo XXI, Antología de Narradores ecuatorianos del Encuentro nacional de narradores ecuatorianos, en Loja 2015. Su libro “Un día de invierno en Nueva York” es su opera prima.