
CORPUS, TRADICIÓN Y DESTINO
En muchos órdenes de su realidad y de su realidad que tiene fuerza definitiva en la personalidad popular, hay valores culturales cuya consistencia y vigencia les llega desde su contenido religioso. El fundamento de fe y piedad y las consecuencias de vida y actitud que se relacionan con cualquier expresión religiosa, determinan características culturales en las comunidades de cualquier área humana. Más aún, si se busca –y lo hacen con pasión lo sociólogos- valores determinantes de la cultura humana universal, los que no tienen apasionamientos previos, descubren de inmediato que el componente religioso es básico, tanto como familiar y el educativo.
Pero es también cierto que entre los elementos religiosos que más profundizan en el modo de ser un pueblo y me mantienen una vigencia efectiva en su actitud vital, deben considerarse como primordiales aquellos que más relacionan fe con actitud social, religiosidad piadosa con posición comunitario, misterio con realidad, culto con solidaridad.
Al entrañarse en el alma de Cuenca, de toda su área humana y geográfica de influjo y estudiar el sentido religioso típico que, dentro del complejo nacional le caracteriza como de los más piadosos y creyentes, nos encontramos de inmediato con un ensamble de dos grandes devociones, cuyo contenido doctrinal es riquísimo y cuyo influjo en las costumbres es capital: María y la Eucaristía, la madre y el cuerpo formado por ella y entregado a la humanidad sacramental, después de una presencia histórica, retenida en la memoria viva de la fe y guardaba como sacramento o signo de destino por la piedad creyente y de muchas generaciones fieles.
Es la historia de la Iglesia, los valores dogmáticos más firmes han tenido un curso diverso de impresión y efectividad en las costumbres y, desde ellas, en la consecuencia comunitaria de la creencia. Discutieron los sabios de la teología, hasta proclamar dogmas solemnes, la misión de María en la historia de la humanidad y hemos llegado a un instante meridiano, en el que su figura de Madre, “engrandece” la obra divina la demostrar que una criatura de vida como la nuestra al que es origen de la existencia histórica de toda la humanidad y que el cuerpo formado en la entraña de esa madre, supera las medidas históricas de vitalidad de cualquier ser, para construir vida de todos, frente inacabada de energía vital para toda la comunidad creyente.
Estas reflexiones podrán parecer muy altas y sutiles, destinadas a mentes preparadas para la lucubración teológica y para el vuelo alto de las imaginaciones más piadosas. Pero, no es así. La fe, en cuanto posible realización intelectual humana, tiene contenidos que llegan al entendimiento humano y él los analiza, entre la más sencilla y primitiva adhesión y las más misteriosas e indecibles impresiones. La fe no es hábito de luz.
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