MAYO: SENTIDO Y COLOR PROPIO
La historia le ha dado color, sentido y presencia singular al mes de mayo en la realidad social cuencana. No se trata tan sólo de una esperada estación humana de florecimiento religioso. Es algo más radical y profundo que lo físicamente periódico o lo esencialmente acostumbrado. Es un valor que nace de la íntima conjugación del pensamiento y creyente tradicional con el espíritu presente y vivo de una cultura humanística, en la que la madre sigue teniendo para todos los que creen y aún para el que no vive exigencias de fe, una fuerza convocadora delicadamente irresistible. Las comunidades, las instituciones de educación y formación, los grupos laborales, las sociedades del más distinto orden, necesitan llegar a mayo para revelarse en su más profundo contenido y necesitan que sea revelación de hondos valores humanos diversos se exprese concentrada en el amor a una mujer madre, a la que la fe de los siglos ha consignado y calificado como única, como humana y sobrenaturalmente singular. Cuenca espera que llegue mayo, para que mayo revele todo su amor de ciudad, toda la fe de su historia, toda la fuerza viva que guarda en su entraña creyente. Cuenca presente ama a María con una conciencia de siglos y con una limpia pasión instantánea. El tiempo se detiene en ella y la piedad elimina todo lo pasajero, para reanimar en cada instante de fervor la llama encendida en las primeras horas.
A partir de esta realidad excepcional, necesitamos pedirle a Cuenca que concentre el sentido y color de esta devoción maravillosa, para que la piedad se convierta, tal como lo pide el actual Pontífice en su última encíclica, Redemptoris Master, en una fuente rica y fecunda de transformación social. En la doctrina del Papa, que es una síntesis del pensamiento teológico de todos los siglos. María del Redentor, no puede ser amada, venerada y seguida por todo creyente, si no es en la línea y significado de la misma presencia histórica de Cristo, el Redentor. Toda nuestra piedad para con María debe ser una piedad redentora, un culto profundo y participante de la misión redentora del Hijo. Este término responde a una necesidad de toda época histórica, pero cobra sentido, color y significado especial en algunos momentos del ordinario desarrollo humano. Y a punto de llegar al año dos mil de la época de Cristo, el Pontífice encuentra que la situación universal es tan llena de angustia, injusticias, dolores discordias, y torturas, que es imprescindible convertir nuestra fe en argumento de reacción redentora y, por lo mismo, hace de nuestro amor a la Madre de Redentor un estímulo natural de participación efectiva en la misión corredentora de María.
¿Cuál el procedimiento o camino que hemos de seguir en esta participación? Un documento vaticano de ayuda a interrogar pastoralmente la Encíclica Redemptoris Master, nos dice textualmente: “El hambre, la indigencia, la paz y la justicia, la persecución y el destierro, la marginación, el sufrimiento y el dolor de los hombres en tantas partes del mundo, las reivindicaciones justas de la mujer, la necesidad de la libertad religiosa, deben encontrar en cada uno de los componentes de la Iglesia, un renovado compromiso que de credibilidad a la salvación realizada por Cristo”. Y esta realidad de humanidad y de creencia, lleva a una actitud pastoral, que el mismo documento la expresa así: “Toda la iglesia… profundizando en su propio camino espiritual a la luz de la esclava del Señor, María, modelo de vida ejemplar y de servicio a los hombres debe comprometerse con todas sus fuerzas en la promoción humana”.
A la luz de estos principios nos encontramos que los maestros de nuestra fe nos hablan de una devoción y seguimiento espiritual de María que nos haga promotores sociales de un cambio renovador, que “de credibilidad a la salvación, nuestra piedad para con María, no pueden quedarse en simples expresiones de piedad sensible y de devoción exterior. La historia y la realidad presente desenmascararían nuestra falsedad religiosa muy pronto, si María no se convierte en nosotros en fuerza corredentora. Los que nos sentimos hijos, debemos sentirnos hermanos y la corredención no es otra realidad que la promoción universal de la fraternidad, que nos hace partícipes solidarios de la condición de hijos y de hijos libres de toda esclavitud.
“He aquí la Esclava del Señor” y en Ella se hizo la Palabra, se encarnó la luz, se revelaron todos los poderes del amor, nos llegaron todos los secretos de la providencia, haciéndonos comprender que la gran revelación divina es su paternidad universal y que, por lo mismo, la fe nos hace hermanos. María nos lo demuestra en su amor, en su ternura, en su presencia, tan rica de sentido y de color humano en la fe de esta Cuenca, que se hizo ciudad para rezar: “Primero Dios y después Vos, Señora Santa María”.