LUIS ALBERTO: LA INAPAGABLE LUZ
Hemos perdido un profeta, un bienhechor y un amigo entrañable. Muchas cosas se dirán y se escribirán sobre monseñor Luis Alberto Luna Tobar, quien fue llamado a la Casa del Padre, el 14 de febrero de 2017. No me atrevo a decir nada. Sólo daré mi testimonio personal.
Lo conocí a finales del año 1988, en Cuenca de la mano del padre Román Malgiaritta, quien había sido mi primer Formador en Quito cuando yo era seminarista. Yo venía de una profunda experiencia pastoral en la diócesis de Riobamba junto a monseñor Leónidas Proaño, después de haber terminado mis estudios de Teología en la PUCE. Entonces decidí buscar algo que combinara el trabajo pastoral rural y la academia. Ahí me encontré con él.
“Monse” Luna me ordenó diácono en 1994 y sacerdote en 1995. Fue mi maestro y mi padre en mis primeros años de sacerdocio. Acompañaba con interés a cada uno de sus sacerdotes en sus búsquedas, con una mirada profunda que parecía llegar hasta el fondo del alma. Era alguien que siempre buscó la perfección, inspirado en la mística, en la poesía, en los fondos y esencias de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, cofundadores de la Orden de los Carmelitas Descalzos a la cual pertenecía.
Durante estos años acompañé su trabajo en las periferias existenciales y su amor infinito por anunciar la Buena Noticia de la Palabra de Dios a los pobres. Fue un intelectual refinado, conocedor profundo de la literatura griega y latina. Maestro y excelente orador. Fue miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Escribió innumerables artículos y algunos libros. En 1947 editó su ensayo “Estética del Éxtasis”, Monte Carmelo de Burgos, obra en la que ya se advierte al erudito sacerdote. En 1954 publicó en Quito “Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz”. Tenía un círculo de amigos intelectuales y políticos con quienes discutía y reflexionaba sobre los más diversos temas.
Esa personalidad multifacética, le permitió realizar una firme defensa de los derechos humanos desde la pluma, la cátedra y el altar; y la participación en los procesos sociales de la provincia, como en la constitución de la Asamblea del Pueblo del Azuay.
No era raro verlo en las calles, presidiendo, participando o integrando marchas de protesta cuando había motivos que ameritaba el reclamo popular. Por ello, fue muchas veces duramente criticado y calumniado. Corrió riesgos de su vida con ataques y amenazas.
Todo esto ya es pasado. Queda la memoria de un Obispo que siempre estuvo al lado de los pobres y nunca dejó que fuese ignorado el grito del oprimido. Él es una referencia perenne al Buen Pastor que da su vida por sus ovejas. (O)
Docente e investigador universitario, es director de la Vicaria Urbana de la Arquidiócesis de Cuenca.