El 25 de noviembre es el Día Internacional de la No Violencia contra las mujeres y niñas. Estos dieciséis días de activismo contra la violencia culminó el 10 de diciembre, el día de los Derechos Humanos, durante los cuales se han desarrollado interesantes estrategias de sensibilización y visibilización en las ciudades mientras en las áreas rurales casi pasó desapercibido.
Esta realidad es más grave en las áreas rurales donde poco se comprende y se dimensiona, pues las autoridades comunales y las autoridades del Estado no dan la importancia debido a este problema
Esto me lleva a reflexionar que las luchas por los derechos a la vida, el respeto a la integridad física, espiritual y territorial de las personas de los pueblos originarios es anterior a la lucha feminista de estos tiempos que buscan la emancipación de las mujeres. Sin embargo, todavía no existe una conexión suficientemente integral entre las mestizas y las mujeres nativas, entre las de clase alta burguesa, clase media y las pobres; existe diversas tendencias, unas que le hacen juego al mismo Estado.
Esta violencia estatal responde a la crisis del Capitalismo que con la pandemia del COVID-19 refleja que el mundo camina por una crisis multidimensional que para las mujeres nativas y del campo se expresa en una sobrecarga de trabajo, de empobrecimiento de las condiciones de vida e incremento de las violencias machistas. Las cifras nacionales dicen que 7 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia (INEC- 2019) y que el caso más grave es el femicidio señalando, que desde el 2014 hasta la fecha, se ha cometido 500 femicidios y el 75% de los casos el agresor fue su pareja o un familiar (Iniciativa Spotlight Ecuador, 2021).
Esta realidad es más grave en las áreas rurales donde poco se comprende y se dimensiona, pues las autoridades comunales y las autoridades del Estado no dan la importancia debido a este problema; las organizaciones no gubernamentales solo se fijan en la violencia de las mujeres urbanas. Existen en nuestras comunidades madres jefas de hogar, madres solteras, madres abandonadas que sufren violencia diaria, madres amenazas por sus parejas y convivientes con perder la Patria potestad de sus hijos e hijas e inclusive amenazas vedadas de muerte.
“Las cifras de violencia contra las mujeres de pueblos y nacionalidades presentan mayor porcentaje, ya que viven discriminación racial. Mayor aún es el impacto en mujeres que además de vivir esta discriminación están empobrecidas. Las mujeres de pueblos y nacionalidades son mujeres que sufren una doble o triple discriminación: por ser empobrecidas, por su condición de género y por su pertenencia étnico-cultural” (Rojas, 2020, p. 37).
La violencia tiene causas estructurales profundas e históricas ligadas al saqueo de nuestros territorios, a la violación y genocidio, al racismo y discriminación por nuestras formas de pensar y vivir el mundo. Sin embargo, estamos aquí, sosteniendo los ideales de lucha y libertad sembrada por nuestras antecesoras. Las mujeres tenemos un poder femenino ancestral que nos ha permitido que seamos un pilar fundamental en la permanencia de las culturas, en la transmisión de los saberes, idioma, simbología y vestimentas propias. Pero sobre todo para sostener la vida comunitaria y sus luchas, para tener acceso a la tierra y mejorar la economía, al uso del agua para consumo humano y para la productividad, la defensa del medio ambiente, porque nosotras somos territorio.
Las mujeres de los pueblos y comunidades somos golpeadas por la violencia sistemática que, en palabras de Sara Rojas (2020, p. 18), “es la violencia propia del sistema capitalista, patriarcal y colonial. Son todas las situaciones en donde la violencia es anónima, porque es parte de las sociedades en las que vivimos, es aquello que ordena el mundo favoreciendo a unos, garantizando su poder y su impunidad”. De ahí es necesario pensar en lxs humanxs del pasado, del presente y del futuro necesitamos de todas las luchas, del ánimo y de la fuerza de todxs para que los derechos humanos, derechos colectivos y de las mujeres y niñas se viva en la práctica.
Es triste ver y sentir que las mujeres indígenas y campesinas somos violentadas a cada paso, en las calles y en las instituciones, en los tratos y expresiones de racismo, en la imposibilidad de comunicarnos y ser escuchadas en nuestra lengua originaria, pese a estar considerado en la Constitución. Hablar el idioma nativo es un derecho humano porque la lengua es el alma de cada pueblo y cultura, no hacerlo afecta al equilibrio emocional y la percepción de nosotras mismas, y perjudica el entorno familiar y comunitario. Todas estas acciones atentan contra la integridad física, emocional y psicológica de las mujeres porque restringen nuestro bienestar y las posibilidades de nuestro desarrollo social, cultural y lingüístico en los diversos ámbitos de la vida.
La lucha contra la violencia lo vamos a parar únicamente cuando todas las mujeres de todos los colores y de todos los territorios nos unamos, comprendamos que las causas son profundas e históricas. Comprendamos que el sistema patriarcal está atento a los pasos que damos e intenta detenernos; las políticas extractivistas incrementan el nivel de violencia para el despojo de territorios, por eso para este grupo capitalista que nos gobierna es normal la violencia desatada en este país y en otros; es normal, dentro de sus estrategias políticas, porque todo está planeado.
Está en marcha el PLAN MUNDIAL DE SELECCIÓN SOCIAL Y ÉTNICA que pretende decidir quiénes van a vivir y quiénes deben morir. Estas violencias y este nuevo genocidio responden al Plan 2030 que fue lanzado en el 2015, en el que participaron grandes corporaciones como la de Bill Gates, Fundación Rockefeller, Bezos, la OCD, la OMC, la OMS, la ONU.
Esta realidad nos reta a trabajar juntas para cambiar este sistema de colonialidad, unirnos y trabajar juntas por un mundo mejor y más justo para nosotras es de suma importancia y así salvar nuestras vidas y exigir vidas más dignas porque Las mujeres somos las que alimentamos el mundo, las que caminamos la palabra para sanar el mundo, las que tejemos la vida entre nosotras para transformar las injusticias, las desigualdades y enfrentar a las violencias. Somos las siempre despojadas, silenciadas y olvidadas de este sistema, pero somos semilla que germina y transforma.
Unirnos para exigir que se respeten y se cuiden nuestras vidas, nuestros sentimientos, nuestros cuerpos y bienestar al igual que el de todas las mujeres de nuestra familia, de la comunidad y país. Es importante que los compañeros “aprendan y se comprometan a cambiar su pensamiento y comportamiento para que la vida sea más justa y segura” (Rojas, 2021, p. 12) para mujeres y niñas.
Por el respeto a la integridad física, espiritual y territorial de las personas de las pueblos originarios y sus mujeres, el respeto al autogobierno y los derechos colectivos “rompemos el silencio y expresamos con voz propia nuestro rechazo a la violencia del sistema patriarcal, racista, clasista y machista y culturalista que nos han impuesto con la política, la economía y la educación” (Declarac.Mujeres ASOMUPKISA, 2021).
Ña tukuchinkapak ninchik:
Kaypimi kanchik kuyashpa, makanakushpa, mana wañushpa, pushashpapish.
Warmikunapak kapariwan kimirinchik “ Shuktak wakllichikpika. Tukuyllata wakllichin”. Jallalla
Referencia bibliográfica
Rojas, Sara, 2021. Las mujeres y la violencia machista. OCARU. 2021 en https:/ocaru.org.ec/2021/21/03.
GNRSC-Ecuador – Iniciativa Spotlight- Ecuador y América Latina, 2021.
Nativa de Saraguro. pertenece a la nacionalidad Kichwa. Estudió en Zamora en la Escuela de Líderes. Cursó estudios universitarios en Cuenca. Es abogada, tiene estudios en lengua y literatura, es magister de Estudios de la Cultura y un Diplomado en Educación Intercultural Bilingüe. Maestra de secundaria y educación superior, investigadora. Ha publicado varias obras, así como artículos en revistas y periódicos. Ha desempeñado varios cargos vinculados a Educación Bilingüe. Es conductora del programa Ñukanchik llata Kashpa (Nuestra identidad) en la Radio comunitaria de Saraguro “KIPA RADIO”, FM 91.3.