SOBRE LA PRESIÓN A LA BIENAL Y OTRAS CENSURAS


Por Gabriela Eljuri Jaramillo
En el marco de la XVII Bienal de Cuenca, el Movimiento “Dios, Patria, Orden y Tradición” ha arremetido contra la obra “Son de Las Malvinas”, de Fernando Falconí. Esta organización manifiesta su protesta e indignación, alegando una “afrenta intolerable contra las Fuerzas Armadas, el Gobierno Nacional y los valores fundamentales de nuestra sociedad”. Recalcan su respaldo a la labor de su “Excelentísimo Señor Presidente y su Plan Fénix”, al tiempo que, con arbitrariedad, manifiestan lo que debe ser el “arte verdadero”. El texto, que podría parecer risible, da cuenta de los preocupantes tiempos que vivimos; se hace alusión a la “guerra contra los GDO”, “grupos terroristas, tanto del campo como de la ciudad”, “intachable gobierno nacional”, “gente y fuerzas del bien”, “libertinaje”, “integridad de la Patria”, “cruzada por la verdad”, etc. La Fundación Bienal de Cuenca, acertadamente, ha contestado con un comunicado público, respaldando al artista y rechazando la intimidación y amenazas que han recibido.
Sin embargo, cabe recordar que este no es un caso aislado. El año pasado, la misma Bienal avaló una exposición de la galería OFF-Arte Contemporáneo, en la cual fue prohibida parte de una obra de Janneth Méndez; la artista expuso los cuadros y los cubrió con cartulinas negras, en señal de protesta por lo ocurrido. Hace pocos meses, la caricaturista Vilmatraca denunció la cancelación de su exposición “El Jardín de las Malicias”, que había sido ofrecida por la Casa de la Cultura como reparación a una censura previa en 2016. En 2023, el Grupo “Tradición y Acción Ecuador”, sin éxito, presionó a la Casa de la Cultura para que se cancele la exposición “The Temple of Arutam” de Eduardo Moscoso, por considerarla una “blasfemia” contra la religión. En el 2020, la entonces Directora de Cultura de Cuenca fue desvinculada de su cargo, debido a la realización de un evento artístico en el que uno de los artistas cuestionó el accionar del Gobierno en el Paro Nacional de 2019. En 2017, en el Museo de Las Conceptas, un joven, desde el fanatismo religioso, atacó la muestra “Difícil de leer, entre mi luto y mi fantasma” del artista Marco Alvarado, al tiempo que el Municipio y la Curia ejercieron presión para retirar la exposición.
De todos estos episodios de censura, quizá el más grave lo vivimos en diciembre pasado, cuando el Ministro de Defensa, de manera amenazante y en rueda de prensa, cuestionó al Grupo Mugre Sur, definiendo lo que, según él, debe ser el arte y calificando a estos músicos como parte de la “narco cultura”; gesto no menor, considerando la connotación simbólica que implica un Ministerio de Defensa, en tiempos de “conflicto armado interno”, constante estado de excepción y militarización. En esos mismos días, la entonces Ministra de Cultura, hoy viceministra, señalaba que le espantaba la “violencia” expresada contra un muñeco de cartón en un acto performativo desde la música.
Como paréntesis, y no en una misma línea, el pasado sábado visité la obra de Wilson Paccha en el Centro Cultural Metropolitano de Quito, una importante obra que recomiendo verla; no obstante, me llamó la atención que, en una de las salas y rozando lo absurdo, había un letrero que indicaba: “Esta exposición contiene desnudez y temas de naturaleza sexual explícita, por lo que recomendamos discreción a nuestros visitantes”. ¿A qué se refiere la discreción en un museo? ¿Ver con reserva, ver con prudencia? ¿Ver sin ver?
Volviendo a la censura, todo esto es preocupante, pues estamos ante una regresión importante, impulsada por grupos extremistas religiosos y, en algunos casos, por la propia institucionalidad pública, en la que se ponen en peligro derechos consagrados constitucionalmente, como la libertad estética y la diversidad de expresiones culturales. La única excepción que reconoce la Constitución, que afortunadamente sigue vigente, es que no se puede invocar a la cultura para violar derechos constitucionales (se me ocurre, por ejemplo, exposiciones que hagan apología al odio o la discriminación, o manifestaciones que atenten contra los derechos de la naturaleza). Las creencias religiosas o moralistas, o el cuestionamiento al poder, no caben en esa excepción. Es sumamente grave que tengamos acciones de censura en pleno siglo XXI.
Por otro lado, es paradójico que espante o llame a la “prudencia” lo que desde el arte se produce, pero que no espanten las violencias diversas y cotidianas. La realidad en las calles, cada vez más agravada, y que se supera a sí misma, parece no indignar a quienes pretenden censurar el arte cuando este cuestiona las estructuras de poder.
Estos grupos religiosos, pro gobierno y pro Plan Fénix, se escandalizan por una obra de arte, pero no frente a los Cuatro Niños de Las Malvinas que fueron detenidos, torturados, asesinados, extraídos sus órganos e incinerados.
Vivimos el mundo al revés. Yo me quedo del lado del arte.


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Fotografías: obra de Janneth Méndez, cortesía de Pablo Cardoso
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.