Joan Margarit, poeta y arquitecto español, nacido en Cataluña, en un verso de su poema Libertad, dijo –entre otras cosas- que la libertad es una librería, me aventuro a decir que no solo es ese espacio, sino los libros, un libro… la lectura.
La libertad que el libro nos da, es leerlo y entenderlo de manera autónoma, engancharnos a él, porque la historia y la forma de narrarla nos cautivan; o, abandonarlo sin culpas, porque no nos gusta lo que cuenta o cómo lo cuenta.
He terminado de leer Salvo mi corazón, todo está bien, la más reciente novela de Héctor Abad Faciolince, autor colombiano, nacido en Medellín, título que toma del poema Soneto con una salvedad, escrito por Eduardo Carranza, que termina con ese verso.
La novela se inspira en la historia del cura colombiano Luis Alberto Álvarez, erudito en ópera y en cine, quien padeció una enfermedad cardíaca y estuvo a la espera de un trasplante que no llegó. Se sometió a un procedimiento quirúrgico experimental del que no salió con vida.
Creo que es el homenaje a un ser humano pero también al cariño de una población que –se dice- aún lo recuerda.
Abad Faciolince, relata con una prosa exquisita, la historia de vida de Luis Córdoba –el protagonista-, retratando a un hombre y a un cura bueno, a un ser humano con muchas virtudes, alegre, solidario, generoso con sus bienes y saberes.
Muestra la posibilidad real del respeto al otro, la vida sin prejuicios y sin juicios que condenan al prójimo.
Es la historia de un hombre piadoso y de gran cultura, que fue un referente en la crítica e información de cine en Colombia y a nivel internacional, amaba ese arte y la ópera que enseñó a apreciar a muchos de los que lo conocieron. Abad hace lo suyo no sólo con el relato sino al introducir códigos QR, una invitación a abrirlos y escuchar piezas que quizá de otra manera no lo habríamos hecho.
Es una novela que comenzó a escribir en la casa que fuera de García Márquez en México, en una época en la que el mismo autor padecía de una insuficiencia cardíaca grave que hizo necesaria una cirugía de corazón abierto. Al conocer su padecimiento Abad Faciolince, buscó y se informó con avidez –con obsesión ha dicho- sobre temas médicos del corazón, su funcionamiento y afecciones, trasladando a la novela información médico-clínica, que como dice el narrador, podría ser obviada por el lector, si a alguien no le interesa cómo funciona un corazón, el centro vital de nuestro cuerpo, se la puede saltar. Sin embargo es difícil discriminar que leer y que no, pues todo está bien engarzado en la novela, aunque con absoluta sinceridad, he de confesar que muchas veces pensé, que pudo habernos ahorrado esa información, de la que quizá poco retendremos –me pasó lo mismo cuando leí El Italiano, de Pérez Reverte, en ese caso respecto de la labor detallada de los buzos de la armada de guerra, los equipos y las armas que manejaban-.
En la novela se refiere al corazón como la máquina del cuerpo, que siempre nos parece silenciosa, y en cambio habla, murmura, borbotea; ese corazón que en el caso de Luis no debía ser grande, porque al no caberle en el pecho le provocó la muerte.
Es una historia que pone en duda la pertinencia del celibato en la iglesia católica, plantea una crítica a ciertos representantes de ella, que abusan de su situación de poder, nos hace pensar también en esa iglesia que compadece e incluso ama al pecador, pero abomina el pecado, y, sobre todo, detesta el escándalo; pero especialmente rescata a los curas buenos, a esos que tratan siempre de hacer el bien, de ser ejemplo y referente, así como a las personas buenas, solidarias y compasivas, que existen, aunque poco se hable de ella, pues como se ha dicho la bondad no hace ruido.
Evidencia y valora distintos tipos de familia. La de Luis Córdoba en su niñez y adolescencia con sus padres y hermanas; en la juventud con su compañero Aurelio Sánchez –Lelo- y otros miembros de la congregación religiosa, que cohabitaron en la casa familiar que le fue heredada; y, los últimos días en un hogar en el que ejerció -sin intención expresa- como padre de familia, lo que le hizo replantear las perspectivas de futuro, en caso de que lo tuviera.
Es una historia que rebosa ternura, esperanza, respeto, pero también aceptación frente a aquello que no se puede controlar. Además tiene humor.
Al hablar de cine, Joaquín –el narrador- dice: El Gordo era el que nos hacía dudar o nos confirmaba en nuestros gustos, el que nos explicaba con palabras sabias por qué sí o por qué no. Aunque a veces estuviéramos en desacuerdo, ese desacuerdo no era para despreciarlo o imponer nuestra opinión sobre la suya (ni la suya sobre la nuestra), sino para confirmar el hecho incontrovertible de que un juicio estético es siempre precario e irremediablemente dudoso, inseguro, nunca definitivo y totalitario, como la sentencia final de un juez supremo o de un Papa infalible. Creo que esto aplica no sólo al gusto estético, sino puede extrapolarse a distintos ámbitos de la vida pública y privada, a las opiniones que tenemos y vertimos sobre distintos tópicos.
Es una novela que deja un buen sabor, léanla, seguro su corazón va a estar bien.
Portada: https://diariocriterio.com/
Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.