Esa frase, con la que me encontré al escuchar el hermoso tango-habanera Youkali (música de Kurt Weill y letra de Roger Fernay, 1935), me condujo sin atajos a pensar en los libros, en las historias que contienen, en esas tramas inventadas por los escritores, que al ser leídas y apropiadas por los lectores se convierten en reales, así como soñar.
Porque el que vive sueña, como lo dijo Calderón de la Barca en La vida es sueño, a través del monólogo de Segismundo: que el vivir sólo es soñar; / y la experiencia me enseña, / que el hombre que vive, sueña / lo que es, hasta despertar… / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son.
Los sueños, sueños son y la ficción, una invención, pero una vez convertida en obra literaria, se vuelve tan real como soñar. Los sueños que tenemos pueden no cumplirse, pero de que soñamos no cabe la menor duda -a diario dicen los que saben-, despiertos o dormidos. A soñar y más contribuyen los libros, despiertan y potencias los sentidos -en la mayoría de los casos sin imágenes, exceptuando la novela gráfica-, nos dan la posibilidad de imaginar a nuestro antojo la fisonomía, la contextura física, la vestimenta, los escenarios, el paisaje, los artilugios con los que queremos completar las escenas en las que nos hemos inmiscuido con mayor o menor avidez, a propósito de la trama con la que nos vamos encontrando.
Los libros a los que nos acercamos son reales y las historias que se cuentan… en ellos existen, aunque sean una invención, nos dicen cosas y al igual que los sueños “los libros no son capaces de defenderse” –El infinito en un junco-, porque los sueños soñados y los libros escritos, ya fueron.
Los libros están para que nos apropiemos de ellos con la lectura, para que, a propósito de las historias que contienen, nos emocionemos, nos conmovamos, nos indignemos, nos asqueemos…. Están también para mostrarnos la sensibilidad de sus autores, la capacidad del manejo del lenguaje, el arte al narrar o lo contrario y viceversa.
El 23 de abril de cada año se celebra el Día Internacional del Libro, es una fecha en la que casi siempre me da por realizar una suerte de inventario mental, suelo recordar libros que he leído, autores que me gustan y con los que reincido, otros a los que no volvería a leer y unos tantos a los que leeré cuando sus libros me encuentren, porque estoy convencida que los libros llegan a nosotros, de distintas maneras y por diversos caminos. A propósito de ese ejercicio, cae como anillo al dedo, lo que dice Irene Vallejo: “en cierto sentido, todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella.”, es decir un tesoro invaluable. Ojalá muchas más personas cada día, puedan y quieran llevar en ellas una biblioteca, por pequeña que sea, porque, a más del disfrute que en sí mismo es la lectura, quien lee aprende; mejora su lenguaje, es decir la capacidad para expresar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra; escribe mejor, o al menos correctamente; en resumen, se comunica y comunica mejor –visto lo visto, podemos suponer que la gran mayoría de asambleístas y políticos no leen-
En el convulso escenario político, de inseguridad, desigualdad e inequidad en el que vivimos, quizá se puede pensar que hablar de libros, de literatura, de arte, es un absurdo o una trivialidad. Todo lo contrario, hay que hacerlo, hay que seguir apostando por un país con más lectores, con más escritores, con más actores, con más capacidad crítica, porque los libros nos hacen pensar, nos conducen a reflexiones y búsquedas que probablemente no las hiciéramos sin su ayuda, sin su impulso.
Dejen que los libros los encuentren, visiten las librerías, acérquense a esos inanimados seres que pueden convertirse en sus mejores amigos, sus eternos compañeros, descubran las maravillosas sensaciones que provocan al tocarlos, mirarlos, olerlos, saborearlos –porque las palabras también se saborean, hagan la prueba-, dejen que un buen libro los atrape, hagan de la lectura un oficio y no se resistan si se convierte en una necesidad.
Parafraseando a Sabina y Serrat, los libros hacen que nos sobren los motivos.
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Mujer estudiosa y analítica, lectora atenta y escritora novel. Doctora en Jurisprudencia y Abogada – Universidad de Cuenca, Máster en Gestión de Centros y Servicios de Salud – Universidad de Barcelona, Diplomado Superior en Economía de la Salud y Gestión de la Reforma – Universidad Central del Ecuador. Docente de maestría en temas de políticas públicas y legislación sanitaria –Universidad Católica de Santiago de Guayaquil; en el área de vinculación con la sociedad, legislación relacionada con el adulto mayor – Universidad del Adulto Mayor. Profesional con amplia experiencia en los sectores público y privado, con énfasis en los ámbitos de legislación, normativa y gestión pública.