Una vez más volvemos al tema del racismo; y es que debemos reconocer que, según más hablemos de ello, de alguna manera contribuimos a la salud social. Definitivamente no es fácil arrancar de raíz aquellos modelos que nos fueron enseñados desde la más tierna infancia, peor aún hoy que muchos de los jóvenes se mantienen en un estado de limbo y religiosidad con parámetros recalcitrantes provocados por los padres burgueses y su condición de “mestizaje” con tendencias a borrar todo rastro de sangre indígena, africana o amazónica. Así las cosas, el tema roza el ridículo y la crueldad, pero sobre todo el miedo a la diferencia. En un país inmensamente rico en su diversidad, diminuto en su territorio y clavado en la mitad del mundo, resultan absurdas las afirmaciones de la “pureza de sangre” y demás afirmaciones que no admiten adjetivos.
Y si a ello sumamos los deseos irracionales de alguna provincia de la costa ecuatoriana al intentar “independizarse” del resto del territorio, definitivamente nos quedamos con el sello de “banana republic” en la frente y como un país de analfabetos.
Pero el racismo tiende su cola por ambos lados; es bicéfalo y en su desconocimiento provoca guerras internas, desde el núcleo familiar, y jerarquiza a la sociedad, en general. El miedo a la diferencia basado en la ignorancia. No existe una relación de pares, únicamente la tribalización y la trivialización del discurso. Es decir lo tribal frente a la utilidad de un lenguaje “políticamente correcto” y la trivialización que obliga a la burla, al meme procaz y a todo aquello que, supuestamente, nos sitúe como sujetos de privilegio.
La burla, el bulling, el insulto como armas verbales que manifiestan una ignorancia supina al desconocer las raíces identitarias y a avergonzarse de ellas. Rotos, volatilizados somos presa fácil de los poderosos que provocan más violencia para capitalizar sus recursos. Al fin y al cabo, las diferencias residen en las clases económicas y en sus intereses de mercado.
La moral, la cultura, la educación se transforman en objetos de poder; así los prejuicios y el miedo al otro son herramientas de dominación. Nada más triste para un país que debe enorgullecerse de su multiculturalidad y biodiversidad extraordinaria.
Hábitos y costumbres arraigados en la psique de cada uno de los ecuatorianos que nos descompone como sociedad. Un ejemplo como aserto de estas consideraciones: hace pocos días un compatriota muere bajo la bota de algunos guardias estadounidenses y la noticia pasa desapercibida salvo un reclamo tibio por parte de la cancillería de nuestro país. Es decir el prejuicio borra toda iniciativa para dilucidar las circunstancias, al contrario de aquel afroamericano que murió en circunstancias similares y que fue tendencia, como muestra de la violencia policial.
Indefensos, disminuidos, seguimos paralizados por el miedo y la inopia. Mientras tanto la academia, la educación formal y las instituciones afines miran para otro lado. La ausencia de diálogo en este último paro nacional nos confirma como una sociedad anegada en el odio y presa de los poderes más corruptos de la historia contemporánea.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.