¿Por qué tienen mis datos? Es una pregunta que la mayoría de personas nos habremos hecho alguna vez.
Antes de la existencia de los teléfonos celulares, conseguir el número telefónico de una persona – si no era el titular propietario de la línea- implicaba, en términos generales, saber o enterarse de los apellidos y nombres de su padre, su abuelo, su marido, o el nombre de la empresa o institución en la que trabajaba; y, en uno y otro caso buscar el número en la guía telefónica –la mayoría de jóvenes no habrán visto una-.
Al existir la telefonía celular, se supone que el número asignado a la persona que contrata el servicio, no puede ser divulgado sin su consentimiento, pero en la realidad esto no se cumple. Recibimos con frecuencia llamadas y mensajes de personas que trabajan para las otras operadoras e intentan convencernos de que migremos -con nuestro propio número o no- para recibir beneficios que actualmente no tenemos, ni los tendremos. Podemos pensar que ese no es un problema, están haciendo su trabajo, quieren captar nuevos clientes y asignarnos “más servicios por menos costo” y que según nos dicen, necesitamos. Lo que llama la atención es que la persona que telefónicamente nos contacta sabe nuestros nombres completos, cuánto pagamos por el plan, las fechas en las que debemos realizar los pagos, datos relativos a nuestra filiación, número de cédula, etc. etc.
En ese y otros casos cuando rechazamos su oferta, se sienten asistidos del derecho de exigirnos una explicación para tamaño dislate, pues no es posible que nos neguemos a recibir lo que nos presentan casi como “regalos”: pagaremos menos, tendremos más cobertura, seremos parte de un selecto grupo de clientes…
Pero no sólo nos abordan de las operadoras telefónicas, lo hacen desde los bancos, para ofrecernos tarjetas de crédito que “merecemos tener”. En esos casos también tienen toda nuestra información personal, esa que hemos entregado en la institución bancaria o financiera en la que tenemos cuenta o tarjeta y que se supone debe guardarse con la confidencialidad que la ley exige. Adicionalmente lo que llama la atención es que si nos ofrecen la tarjeta no debemos cumplir ningún requisito, solamente aceptarla, pero si la solicitamos nos exigen justificar gran solvencia económica nuestra y de quienes deben convertirse en nuestros avales.
En la misma tónica nos enfrentamos a situaciones que rayando en el absurdo y luego de la incomodidad inicial se vuelven risibles.
He recibido llamadas de almacenes de electrodomésticos ofreciendo crédito que no he solicitado, al responder que muchas gracias pero no lo quiero, me han condenado a recibir una retahíla de interrogantes del por qué no acepto, según la persona que hace la llamada estoy obligada a responder, al inicio la respuesta es amable: no gracias, no me hace falta nada, quizá en otra ocasión…pero frente a la impertinente insistencia que exige una respuesta que le satisfaga a esa persona que lo que busca es un sí, no queda más que decir: le he dicho que no quiero y punto. Para colmo, quien llamó e incomodó robándonos varios minutos del día, termina acusándonos de groseros.
Llamar para ofrecer productos o servicios no es una práctica nueva, se lo hace desde hace varios años, con la diferencia de que antes voluntariamente dejábamos el número de teléfono para que nos contacten. Alguna vez, recibimos una llamada de un local en que solíamos comprar comida para los perros, en esa ocasión no incordiaron, pero hicieron preguntas que no venían al caso; y, recibieron como respuesta lo que en el momento se me ocurrió. Preguntaron por mi marido, dije que no se encontraba, me consultaron si podían hacerme unas preguntas, acepté, y ahí vino lo cómico y lo absurdo, volvieron a decir que hacían una encuesta sobre alimento para mascotas, y lanzan la interrogante: ¿el señor…. es el jefe del hogar?, en cuestión de segundos, casi sin pensarlo respondí: el señor es el dueño de los perros, la jefa del hogar soy yo; inmediatamente escuche el sonido del teléfono cuando la llamada ha sido cerrada.
Pasan estas cosas porque quienes deben hacer la llamada siguen un guion preestablecido, deben hablar rapidísimo para que el interlocutor no ose interrumpirlos, en los casos en los que no tomó la decisión de colgar de plano al escuchar la primera frase -sería mejor hacerlo, pero las normas de urbanidad nos lo impiden-. Entonces cuando con educación atendemos la llamada, podemos escuchar algo como lo que me dijo hace un par de semanas un representante de una conocida marca de electrodomésticos de limpieza que me ofrecía mantenimiento y accesorios, para no seguir escuchando la perorata -que seguramente repetía decenas de veces por día- le dije que no tenía aspiradora ni abrillantadora y que no necesitaba lo que me ofrecía, ante lo que me contestó: entonces ¿usted todavía usa escoba y trapeador? y cerró la llamada, me dejó con la palabra en la boca, aunque no creo que mi respuesta hubiese sido la que después se me ocurrió que se merecía: y a usted que le importa.
En fin, hay situaiones que resultan incluso cómicas, pero otras que no lo son. Sigue estando pendiente la pregunta ¿por qué tienen mis datos?
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