Resulta difícil esta Navidad 2020, conminados a cumplir innumerables restricciones para cuidar la salud personal y de todos quienes nos rodean. Tiempo de pandemia que nos obliga a replegarnos en el núcleo más íntimo de la familia, guardar trajes y postergar las celebraciones, por ello, propongo otra mirada del Niño Viajero, que no es tan habitual en el contexto de la procesión y algarabía multitudinaria del Pase Mayor de Cuenca, que se postergó para el 2021. El breve recorrido iconográfico de las imágenes más extendidas de Jesús en su más tierna infancia, las fuentes de inspiración en América colonial y las advocaciones más destacadas en la religiosidad popular, nos permitirán acercarnos desde una rama de la historia del arte, al Niño Viajero de Cuenca.
Indicaré que la fuente principal de inspiración del arte sobre la Natividad, son los Evangelios de Mateo y Lucas (Evangelios de la Infancia). Las imágenes más antiguas que aluden a la Natividad datan del siglo III, se trata de pinturas sobre los muros de las catacumbas de Priscila y San Sebastián en Roma, en ésta última encontramos la representación del Niño Jesús colocado en una caja de madera, adorado por el mulo y el buey. Por otro lado, la referencia más antigua sobre la celebración de Navidad la encontramos el 25 de diciembre del año 354, cuando se consagró la Basílica de Santa María Mayor (Roma), y en el año 435, se construyó en la misma Basílica, la capilla de “Santa María del Pesebre”, en ésta se representó el nacimiento de Jesús por primera vez (Rivero: 1985).
Sin embargo, la difusión de las celebraciones de la Navidad, se atribuyen a San Francisco de Asís (1200), ya no sólo como representación, sino como una experiencia espiritual y de piedad, que influenciará en la representación artística de la Natividad. Este culto se va desarrollando cada vez más, hasta que, en el siglo XVI, a raíz del Concilio de Trento (1545 – 1563) conjuntamente con las ideas de maternidad, se crea una nueva aproximación iconográfica a la figura del divino niño infante, como fuente válida de conocimiento y devoción.
En la Baja Edad Media, los belenes napolitanos estaban compuestos por esculturas de madera, en tamaño natural, policromados y dorados; en el siglo XVII se popularizó el belén móvil, conformado por imágenes articuladas de vestir. Se atribuye a la Escuela Sevillana -período manierista Siglo XVII-, la ejecución del prototipo de Niño Jesús como escultura exenta destinada al culto. En el Siglo XVIII la práctica de devocional traspasó los muros de las iglesias y conventos, se perfeccionan los montajes, las figuras de unos treinta y tres centímetros de alto facilitaron la ampliación del repertorio y el abigarramiento de los escenarios (Valiñas y Hirtz: 2011).
En América Latina el pesebre está unido a la evangelización y a las tradiciones que configuran la fe católica desde la colonia. Llegó a estas tierras, de la mano de la orden franciscana y aquí adquirió un rostro propio. En el Reino de Quito, se encuentran referencias a la celebración de la Navidad y armado de los belenes desde la segunda mitad del siglo XVI. En el siglo XVIII, la práctica de belenes se populariza en medios eclesiásticos y civiles, irradiando a Cuenca, Loja y más allá de la Audiencia de Quito, debido a la devoción en torno a la Novena de aguinaldos, del franciscano Fernando de Jesús Larrea (Valiñas y Hirtz: 2011). Para los imagineros de arte religioso, fue más importante la correcta interpretación de la doctrina y normas de la Iglesia antes que los valores estéticos, de ahí que el estudio iconográfico nos permite conocer la dimensión cultural de la obra de arte, así como otros significantes emanados de la iglesia, así como la manera de representarlos y utilizarlos. Valoración didáctica que se ha hecho de las imágenes religiosas, como doctrina, en la necesidad de humanizar la divinidad (Sánchez – Mesa: 1998). Por lo tanto, el icono religioso constituye, no solo la expresión física de determinada advocación con sus atributos, sino que, y aquí subyace su carácter de aglutinante, expresa los anhelos de la gente y su actitud frente a la vida (Cabrera: 2007)
Iconografía
El pesebre puede estar concebido como una sucesión narrativa de varios momentos de la historia evangélica, que abarca: los Desposorios de María y José hasta la matanza de los Santos Inocentes, pasando por la Anunciación, la Visitación, la jornada de Nazaret a Belén, el Nacimiento, la traslación de los Reyes Magos y la Huida a Egipto (Valiñas y Hirtz: 2011), el ciclo termina el 1 de enero, con la celebración del Nombre de Jesús, para ello se entronizaba una imagen del Niño Jesús y se le rendía culto. Tras las fiestas de Reyes y de la Purificación de María conocida como la Candelaria, las imágenes del Niño Jesús, vuelven a ocupar los arcones junto a sus ajuares (Chity: 2017)
Existen diversas advocaciones relacionadas a Jesús niño, para el acercamiento a la imagen de nuestro “Niño Viajero”, que preside el Pase Mayor de Cuenca, sólo me referiré a tres modelos iconográficos que tienen amplia difusión en la religiosidad popular.
1. Imágenes de los “Niños de Cuna”, representan a Jesús recién nacido en los belenes. De rasgos naturalistas, pueden estar tendidos en el suelo o sobre las pajas del pesebre. Despiertos o dormidos, recostados sobre la espalda, o ligeramente levantados sobre un costado, son las variantes de un amplio repertorio escultórico para los niños de los pesebres. El desnudo infantil, es cubierto con vestidos reales, esta práctica introducirá una dimensión cercanamente humana (Sánchez – Mesa: 1988)
2. “Niño Triunfante”. En la tradición de la historia del arte, se afirma que el prototipo para esta advocación fue el Niño Jesús del Sagrario -1606- de Juan Martínez Montañés. La imagen se representa en posición mayestática, de pie, desnudo, de edad entre 5 y 7 años. Esta iconografía, será la base para un amplio repertorio de advocaciones como los Niños Jesús de Praga, Divino Niño, Divino Niño Alcalde de Cuzco, Niño Jesús del Perú, etc.
3. “Niño Entronizado”, o “Niño Majestad”, muestran a Jesús como Rey y Señor. Viste trajes cortesanos y ostenta atributos propios de su realeza, el elemento iconográfico común a todas estas variantes es el trono o silla. Las esculturas pueden ser de bulto redondo, desnudas, en posición sedente, también encontramos imágenes articuladas para vestir que pueden adquirir distintas posiciones.
Forman parte de este grupo, los Niños que adoptan una actitud declamatoria, modelo denominado por algunos autores como “Niño ensimismado” o “Niño melancólico”, según la expresión del rostro, la mirada al infinito o hacia el espectador. Otra variante, es el “Niñito afectivo”, que no presenta elemento parlante alguno, posición sedente, abriendo ambos brazos, con la mano derecha bendice al espectador, la izquierda se adelanta, simbolizando su voluntad de abrazar a los hombres. Estas esculturas se representan sin elemento iconográfico por ello pueden adquirir diferentes representaciones: sacerdote, obispo, papa, pastorcillo, peregrino, policía, fraile, etc.
La imagen del Niño Viajero, pertenece al modelo iconográfico de “Niño Entronizado”, se trata de una escultura de bulto redondo, posición sedente, encarne brillante y ojos de vidrio. Abre sus brazos en gesto de abrazar a la humanidad, al tiempo que con su mano derecha bendice a los fieles. El Niño Viajero, permanece durante todo el año en una hornacina, en la iglesia del Carmen de la Asunción, en la ciudad de Cuenca, hasta que, cada diciembre desde 1961“se vive la religiosidad popular desde la fiesta” con la celebración de Pase del Niño Viajero (Marco Matamoros Pereira, Vicario de la Arquidiócesis de Cuenca).
Licenciada en Ciencias de la Educación, especialización de Historia y Geografía. Docente e investigadora universitaria. Magíster en Conservación y Administración de Bienes Culturales. Restauradora de bienes muebles. Especialista restauradora de textiles, escultura policromada y pintura de caballete. Investigadora especializada en Museología y Museografía. Investigación, conservación y reinterpretación del patrimonio cultural textil.