La antropología cultural ve a las fiestas, celebraciones y rituales como fuente importante de información sobre las sociedades, pero también como espacios de cohesión social, renovación, actualización de los mitos y, en muchos casos, retornos necesarios al caos y a los tiempos de los orígenes.
Varias son las celebraciones que forman parte del calendario festivo de nuestros países, y, sin lugar a dudas, una de las más importantes es la Navidad. El culto a Jesús Niño se ha extendido por todo el mundo cristiano y se han multiplicado las imágenes que lo personifican. Entre las advocaciones más conocidas constan el Niño Jesús de Praga, el Santo Niño de Atocha y el Divino Niño. En el Ecuador, en Pujilí, se rinde culto al Niño de Isinche; según la leyenda, esta imagen apareció milagrosamente durante la Colonia y, en las creencias populares, se considera que el tamaño de la figura crece algunos milímetros cada año. Mientras que, en la ciudad de Cuenca, los fieles sienten especial fervor por el Niño Viajero.
Las tradiciones navideñas son diversas, tal es el caso de las misas del gallo que se realizan en Noche Buena; también se efectúan las misas de la aurora, al amanecer del 25, aunque son menos comunes. En los días previos a la Navidad, están muy arraigadas en América Latina las tradicionales novenas del Niño y la elaboración de los pesebres o nacimientos. En el caso de la ciudad de Cuenca, a estas celebraciones, se suman las pasadas del niño, mayores y menores.
Una de las prácticas importantes, vinculadas a este culto, es la costumbre de vestir al Niño. Antropológicamente, se trata de actos de propiciación, en los que los devotos buscan congraciarse o “estar de buenas” con la divinidad. En los actos rituales, los seres humanos se vuelven contemporáneos de los dioses; así, en ese contexto, en las novenas y en la elaboración de los pesebres, los devotos se preparan para la llegada del Niño Jesús, asumiendo ante la imagen una actitud de ternura, de mimo y de cuidado, lo que se refleja en arropar al Niño.
Elemento fundamental de la época navideña es la música, caracterizada por los villancicos, género musical que en el Ecuador se ha desarrollado a través de los ritmos populares, como el sanjuanito, albazo, pasacalle, tonada, entre otros. En el caso de la Ciudad de Cuenca, y su área de influencia, el villancico ha adquirido características singulares, tanto en los aspectos rítmicos como expresivos, deviniendo en los tradicionales tonos del niño.
Una de las expresiones más destacadas de las celebraciones navideñas en Ecuador es el Pase del Niño Viajero, importante manifestación de la religiosidad popular del Azuay. Se trata de una celebración procesional que, aunque se realiza cada 24 de diciembre, su compleja organización abarca un lapso mayor de tiempo, que incluye la invitación, la velación de las vísperas, el pase propiamente dicho y la posterior celebración al interior de los grupos participantes.
Además de estos elementos de mayor difusión, en las diferentes comunidades y parroquias, la celebración de la Navidad adquiere particularidades locales que, aunque difieren entre sí, conservan la esencia navideña, basada en las nociones de cercanía, reciprocidad y solidaridad.
Independientemente de las creencias religiosas, Navidad se caracteriza por su connotación familiar y de encuentro. Hay en estas fechas sentimientos entrecruzados: por un lado, las emociones protagónicas de los niños; por otro, para muchos adultos, la nostalgia por las ausencias y el paso inexorable del tiempo. Es, a su vez, una época del año en la que las diferencias sociales se hacen más evidentes y que, obviamente, no se solucionan con los actos de solidaridad o caridad de la época. Para muchos, son también fechas que invitan a la reflexión y a la introspección.
Año a año, las tradiciones navideñas se repiten sin mayores variaciones; sin embargo, en este 2020, muchas de estas prácticas seguramente se verán alteradas. Vivimos tiempos de extrema complejidad, pues la pandemia, ocasionada por el COVID-19, ha transformado nuestro mundo en múltiples aspectos, incluyendo las prácticas de la cotidianeidad y también las de los días extraordinarios.
Este diciembre, cientos de familias tendrán en sus cenas una silla vacía; otras estarán divididas entre la casa y el hospital; mientras que, entre los que tendremos la dicha -quizá- de reunirnos en una mesa compartida, el miedo y la precaución, de alguna manera, nos arrebatarán la espontaneidad de los abrazos.
En el ámbito de las costumbres, en Cuenca, el tradicional Pase del Niño Viajero no se llevará a cabo; las novenas, que juntaban a familiares y vecinos, se harán en la intimidad de la unidad doméstica; los agasajos navideños de oficinas y empresas, al igual que los actos decembrinos de escuelas y colegios, seguramente, ocurrirán en la virtualidad que nos ha invadido a lo largo de estos meses. A la par, los encuentros navideños estarán acompañados del temor a un rebrote, como aquel que siguió a diciembre de 1918 con la gripe española.
Esta será, sin lugar a dudas, una Navidad diferente ¡Quizá el nuevo año nos llegue con mejores vientos, fecunde los aprendizajes de este tiempo que nos ha tocado vivir y nos reencuentre en los abrazos!
Antropóloga, Doctora en Sociedad y Cultura por la Universidad de Barcelona, Máster en Estudios de la Cultura con Mención en Patrimonio, Técnica en Promoción Sociocultural. Docente-investigadora de la Universidad del Azuay. Ha investigado, por varios años, temas de patrimonio cultural, patrimonio inmaterial y usos de la ciudad. Su interés por los temas del patrimonio cultural se conjuga con los de la antropología urbana.