El veintitrés de febrero de este año, será recordado como el emblema del terror. El Ecuador se bautizó a sangre y fuego por sus cuatro costados y, absorto, tuvo que admitir que vive en un estado fallido y que el narcotráfico nos gobierna. Más allá de los detalles para los cuales no encontramos adjetivos, los videos recorrieron la cloaca de las redes sociales y multiplicaron la violencia verbal, gestual y, sobre todo, la delincuencia organizada. Con un plan sin precedentes la mafia internacional logró su cometido: implantar el horror en la población y someter al ciudadano común.
El Alcalde de Cuenca y las autoridades a cargo se toparon con sorpresas para las cuales no estuvieron preparados, y con ello un impedimento puntual que debe ser superado, hacia una salida legal para el dichoso contrato firmado por dos inefables cuencanos a los cuales la ciudad debería declarar personas “non gratas” por sus actuaciones en contra de su lugar de origen; es verdad que construir una cárcel dentro de la ciudad ahorraba dinero en cuanto a infraestructura y servicios sanitarios elementales, pues se aprovechaba los ya existentes, además de ofrecer pingües ganancias colaterales.
Así las cosas, el baño de sangre y sus consecuencias son únicamente el inicio de ese lenguaje de pavor que los carteles impondrán a futuro, en tanto el centralismo y la indiferencia gubernamental hacia Cuenca y el Azuay seguirán provocando cada vez mayores carnicerías.
Confinados por el COVID 19 y la delincuencia, en todas sus manifestaciones, los cuencanos nos encontramos al límite de nuestras capacidades. Sin respaldo de ninguna clase, anegados por la corrupción de aquellos que manejan los hilos de este país sin Dios ni Ley, nuestra patria chica, nuestra ciudad amada se encuentra violada, disminuida, aterrada.
Con la cárcel en el centro de la frente, como un grano repleto de pus, aquella que fue “Atenas del Ecuador” no atina a protestar debidamente, puesto que somos el cerco que protege a Turi y reconocemos que estamos en la mira de asesinos y políticos.
Mientras tanto los jueces, en aquella memorable noche, enviaron a Jacobito Bucaram a su casa y con grillete. ¡Cuánto poder y cuánta impunidad en Jauja!
Definitivamente Cuenca sucumbió en una sola noche. La ciudad adolescente, aquella bucólica y señorial ciudad austral ya no será la misma. Sin embargo, nosotros los cañaris llevamos el corazón en bandolera, por ello, es necesario unirnos, más allá de cualquier utopía y a riesgo de sonar románticos, pues únicamente nuestra identidad, el coraje que nos caracteriza será lo único que nos sostenga.
Tenemos la obligación de defender nuestro ayllu, nuestro hogar, nuestro patrimonio. ¡Serena la noche para nuestra entereza! no nos doblegamos ante Satán y sus demonios.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.