“Mi tía es verde”, así se llamaba un cuento infantil de Xosé Cermeño, cuyo texto decía…
“Yo tengo una tía verde. No quiero decir que sea de ojos verdes, ni que lleve un vestido verde. Quiero decir que ella es de color verde, toda entera, desde la punta del pelo hasta los pelos de los pies.
Mi tía es como los guisantes, como las hojas en primavera, como las espinacas, como los prados.
Nadie sabe porqué.
“A todos nos gustaba tener una tía verde. Algunas tardes jugábamos a perdernos en su pelo verde, como si estuviéramos en la selva. Un día jugando al escondite, no fuimos capaces de encontrarla, estaba tumbada en el césped y ni siquiera a pocos metros de distancia podíamos verla”.
Igual que a mi tía Ne, todos la conocían y reconocían. ¡Nunca pasaba desapercibida! Era focaza, como se diría actualmente.
Todos deberíamos tener una tía verde, como mi tía Ne.
Este libro que les leí mil veces a mis hijos, me transportaba como por arte de magia a la vida y la infancia compartida con mi hermosa tía Ne.
Ella me impulsó, más bien dicho me catapultó al mundo de la fantasía, del que no he podido escapar hasta la fecha……
Ella, desde tiempos ancestrales era un ser medio mágico, o por lo menos eso creía yo, porque los adultos de la casa solo decían que era ¡bien rara! …, y así mismo era, para que voy a mentir.
Ella era para mí, como una ventana al mundo. A través de ella pude vivir la revolución de los sesentas, con su música, su pintura, la ruptura de valores y protocolos; entonces, ya no solo tenía una tía verde, sino una tía hippie.
Y aunque los médicos de esa época dijeron que su mal no era contagioso, creo que yo fui una de las más afectadas, por las secuelas que ha dejado en mi vida….
Recuerdo verla salir a reuniones de amigos o a mítines políticos universitarios, vestida maravillosamente, con su pelo largo y rubio, con sus faldas de colores, los zapatos de tacón de la bisabuela, el sombrero del Pepito y el abrigo rescatado de la abuela.
Como se diría ahora…. ¡De foto hijita! ¡De foto!
Recuerdo verla por horas en su cuarto de pinturas, donde experimentaba los colores y texturas. Fue pionera en usar pintura fosforescente para sus cuadros, la consiguió al triturar un rosario de la casa para extraer el polvo luminoso; creo que fue un sacrilegio o algo así, por la gravedad de la amonestación.
Recuerdo que cuando llegaban visitas, solo se oían gritos en la casa:“¡cierren el cuarto de la Nellyyyy!”.
Me miro de modelo de sus cuadros, sentada por horas, con prohibición de respirar ni mover la mirada siquiera… Creo que la música de los Beatles o Joan Baez me mantenía en estado espiritual, mientras veía girar los rollos de cinta de su equipo, con melodías del mundo.
Hacíamos largas caminatas al cerro de Cumbe, nos subíamos en los árboles, nos encantaba ver los colores del atardecer, practicar hatha yoga, meditar, leer a Paramahansa Yogananda, Khalil Gibran y posteriormente a Marx.
La Biblioteca de Filosofía nació y creció junto a ella. Sabía la ubicación exacta de cada libro y su contenido. Tenía más información que el mismo fichero de libros. La veo aun en mi memoria, subir y bajar de la escalera corrediza por los estantes de libros.
A su biblioteca, la sentía, como una centralilla de información para dejar y recibir recados entre amigos, profesores y estudiantes revolucionarios de la época.
Un día llegué a pedir un libro para una tarea, pero me dijo: ¿Ya viste la película The Wall de Pink Floyd? No, le conteste¡ Corre! Puedes perder una nota, pero no puedes perderte esta peli, hoy es la última función en el teatro Cuenca, me decretó.
Y así lo hice. Por primera vez, fui sola al cine, y quedé maravillada con el film. Como se diría…”¡Yo bien mandada!”
Esta tía verde, que me rayó paso a paso, también les dio su dosis de verde a mis hijos, a los sobrinos, sobrinas y a ese par de hermosos nietos que los tiene consentidos y malcriados con esas manos verdes.
Mis hijos aún recuerdan el castillo de la bruja en la vía a Cumbe, con la misma ansiedad que les producía en ese entonces.
Lo que puedo decir en honor a la verdad, es que hemos sobrevivido a una hermosa tía verde, por 80 años, y sumando….
Es un privilegio en esta vida que alguien siembre una semilla verde en el alma, para no perder el sentido puro de la vida y para agradecer el aire fresco cotidiano.
No es por exagerar, ni porque es verde, pero puedo asegurar que la tía Ne, es mi tía favorita, por los siglos, de los siglos. Amen.
Challuabamba, 22 de octubre de 2025
Portada de Margarita González Peña