Euler Granda en su poema “El turismo fuente de riqueza” incita a un supuesto viajero, “Conozca el Ecuador, / señor turista, / el país de la siempre primavera, / el país de los Andes / con espejos, / el collar / de la línea equinoccial/… Más que escuelas, / más que servicios médicos, / tenemos muchos templos coloniales, / muchos templos de piedra /tallados con las uñas de los indios”. Y más adelante: “Conozca el Ecuador/señor turista, / es un lindo país/ si Ud. hambre no tiene/nunca tendrá problemas/ sino que a ratos/ uno se enferma, / gravemente se enferma de limpieza/ y entonces le entran ganas/ de echarle gasolina a todo”.
Esa ansia de honestidad, a la que el poeta califica como enfermedad, la hemos sentido hasta el paroxismo en estos días plagados de corrupción, cuando las elecciones en nuestro país, han puesto en evidencia, una vez más, nuestra condición de emergentes. Sí, y es que la ignorancia ha paseado por calles y plazas, salones de té y redes sociales. La sátira, la burla despiadada, el racismo de lado y lado (“blancos” contra indígenas y al revés) despedazaron esa tela social, frágil como cáscara de huevo, en la cual todos nos balanceamos.
Multicultural y diverso nuestro Ecuador ha quedado atrapado en la mafia de la política y los poderosos. El sainete de las elecciones no hace nada más que poner en evidencia la situación precaria moral, económica y social de este pequeño lugar olvidado del planeta.
Jorge Enrique Adoum define al Ecuador como “un país irreal limitado por sí mismo, partido por una línea imaginaria” en un aserto sin igual que ilustra nuestra realidad y en otro texto confirma nuestro MESTIZAJE (fragmento) “Ahora bien: existo de repente, recién inaugurado. Y no hay cedazos en la sangre, no hay visitante que la conserve sola, el nombre a veces: oh apellido del vientre, estirpe que averigua quién mismo es, qué diablos quiere, para juntar como aguas dos memorias, y el rencor que resulta entre las dos costillas”
Ese rencor aprendido desde siglos y acrecentado a través de las diversas fuerzas políticas, especialmente en aquella “década ganada” cuando el terror, la libertad de expresión y la procacidad se hicieron presentes sin restricciones.
Sabatinas en las que se injuriaba a diestra y siniestra y se enseñaba a odiar; vocinglería que hoy provoca resquemor ante un posible regreso de aquellos años en los que cada uno de los ciudadanos de pie tuvo que soportar la discriminación, la herida moral, el atentado a su nombre.
La cosecha de esos años fue representada, en estos días, por un segmento mayoritario de la población que no acudió a las urnas o que, simplemente se decidió por otros candidatos. Nuestra falta de identidad no reflejó las distintas identidades que se borraron gracias al descalabro del CNE y un supuesto fraude.
Así las cosas, un ambiente de tristeza y escepticismo ha cubierto con su manto pegajoso a este país que no merece esta miseria moral. Mestizos, recién inaugurados, con la sangre caliente, vamos accediendo a un limbo en el que el escepticismo cubre a los jóvenes y acecha por igual a todos los ciudadanos.
En biología se afirma que el mestizaje es la condición ideal para la sobrevivencia, además de que no existen las razas puras. Por ello, encontramos ridícula y vergonzosa, macondiana y grosera la actitud de un racismo recalcitrante que lo único que hace es poner en evidencia la ignorancia…
La poesía es un arma cargada de futuro, afirma Gabriel Celaya de allí estas reflexiones, porque esa palabra, ese trabajo intelectual, esa pasión, son las armas emergentes en un paisito siempre acuciante y siempre verde.
Poeta. Gestora cultural. Articulista de opinión. Ha recibido varios premios de poesía y al mérito laboral. Ha sido jurado en diversos certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado diversas obras, así como Literatura infantil, Sus textos han sido traducidos a varios idiomas y figuran en diversas antologías nacionales y extranjeras.